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Atrapados por los datos

Atrapados por los datos

Los dispositivos ya registran todo tipo de información sobre la vida de sus usuarios, que los convierte en más conscientes que nunca de sí mismos. ¿Para qué sirven? ¿Dónde están los límites?

borja robert

Martes, 30 de septiembre 2014, 19:11

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Se puede conocer a una persona de muchas maneras. Observarla desde distintos ángulos. Los resultados dependerán, sobre todo, de las preguntas que se formulen. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Dónde? Una oleada de nuevas tecnologías ofrece la posibilidad de medir casi todo, de uno mismo y también de otros. La actividad física diaria, el peso, el código genético, el estado de ánimo, la localización geográfica o la alimentación. Estas capacidades traen consigo, además, nuevos interrogantes quién controla esta información, para qué sirve y una cuestión tan genérica como fundamental: ¿cuánto?

Cuánto se camina cada día, cuánto late un corazón, cuántas calorías se consumen, cuántas horas se duerme. Los teléfonos móviles inteligentes y algunos nuevos accesorios permiten registrar lo que hace su dueño y generar estadísticas sobre su vida. Conocerse a uno mismo como un primer paso hacia la mejora personal.

El yo cuantificado. Una tendencia que nació hace unos años pero que, en los últimos meses, ha disparado su influencia y popularidad. El pasado 9 de septiembre Apple, el gigante informático, anunció que estas capacidades estarán presentes, y destacadas, en su última tanda de dispositivos. Ha incorporado un sensor de actividad en sus teléfonos, y también un pulsómetro en su reloj inteligente.

«Los antiguos griegos ya decían eso de conócete a ti mismo», asegura Cristina Botella, investigadora de la Universidad Jaume I de Castellón y estudiosa de la intersección entre las nuevas tecnologías y la psicología. «Cuando conocemos las cosas que nos controlan estamos más capacitados para cambiar». Y como los 1 de enero, el propósito más popular es el de llevar una vida saludable.

Dispositivos de fitness

«La gente necesita que algo les recuerde qué están haciendo», señala Conchi Sánchez, responsable en España de Fitbit, una compañía que vende dispositivos que guardan estadísticas sobre la actividad física de sus usuarios lo que camina, los escalones que sube o la calidad de su sueño y los motiva a cumplir unos retos. «Cuando haces una dieta, el médico te pide que apuntes todo lo que comes lo hace para que seas consciente de esa información. Al registrar la actividad física puedes saber si cumples tus objetivos». No es lo mismo creer que se va al gimnasio tres veces a la semana que saberlo con certeza, explica.

Su empresa, apunta, multiplica por tres las ventas cada año. Un estudio de la consultora NPD Data señala que la cuota de mercado de este tipo de dispositivos es la que más ha crecido de entre toda la electrónica de consumo. «En España, 2013 fue el primer año de explosión», recalca Sánchez.

También aclara que sus dispositivos no son para corredores. Los deportistas, en general, ya cuentan con sus propios gadgets: pulsómetros, sensores de cadencia de pedaleo o navegadores GPS capaces de combinar estos datos con un mapa del recorrido. «Tienen que cuantificar sus entrenamientos para poder optimizarlos», señala Nieves Palacios, jefa del servicio de Medicina, Endocrinología y Nutrición en el Consejo Superior de Deportes. «Todo cuenta cuando ganar o perder es una cuestión de pocos segundos».

La seguridad y la privacidad, dos dilemas

  • los límites

  • Las nuevas tecnologías de cuantificación funcionan, en su mayoría, asociadas al teléfono móvil. Aun así, la información la almacenan y procesan en la nube en centros de datos repartidos por todo el mundo y se accede a ella, ya interpretada y analizada, desde una página web o una app. Esto hace que los datos más o menos personales vivan más allá del alcance del usuario. ¿Están seguros en la nube? ¿Quién tiene acceso a ellos? ¿Cómo afecta esto a la privacidad?

  • «La privacidad hoy por hoy es una quimera. No existe», dice Jorge Soydelbierzo, un experto en seguridad informática. «La vendimos cuando empezamos a comprar smartphones». Y pone ejemplos de malas prácticas. «Hay gente que publica fotos en redes sociales con su tarjeta de crédito personalizada, y otros que salen a correr con una aplicación para que cualquiera pueda seguir su recorrido». Ambas, cebos ideales para un ladrón.

  • La percepción sobre la privacidad ha cambiado en los últimos años, asegura Álvaro Ibañez Alvy, tecnólogo y coautor del blog Microsiervos. «Hace 15 o 20 años, cuando empezaba a llegar internet, la gente se preocupaba muchísimo. Era inconcebible que alguien quisiera colgar fotos en un sitio público», dice. «Hoy en día, sin embargo, no solo no les importa sino que además lo buscan». Esto, claro, afecta también a todos los nuevos datos personales que trae el yo cuantificado.

  • «Hay información más o menos sensible. No es lo mismo tu nombre que tu historial médico», afirma Ibáñez. «La cuestión es si es más seguro guardar tú esa información o que la guarden en la nube». Es un dilema para el que no hay una respuesta clara. Por un lado, los centros de datos cuentan con medidas de seguridad más sofisticadas que las de un hogar o un ordenador normal, pero también son más susceptibles a recibir ataques porque el botín es más valioso. No son los datos de una persona, sino los de miles. «Si miras la lista de empresas que han tenido problemas de seguridad, los agujeros son asombrosos», dice Ibáñez.

  • «Es complicado. Hay que valorar si compensa o no compensa usar este tipo de servicios», recalca. «Los mortales, al final, no podemos hacer otra cosa que fiarnos de que nuestros datos van a estar a salvo».

Investigaciones

La información que recogen los dispositivos cuantificadores va a ser, según Cristina Botella, cada vez más importante. Tanto para el individuo como para la sociedad. «Puede que cuando analicemos los datos de 100.000 personas encontremos que las que caminan 10.000 pasos al día son menos proclives a desarrollar depresión o cáncer». Aun así, afirma, esto aún no se sabe.

De lo que sí está segura es de que la cuantificación tiene ventajas. «Igual que si me hago unos análisis me pueden decir si tengo colesterol, estos datos también ayudan», dice. Sobre todo, explica, porque permiten tener un control mucho más exhaustivo de algunos parámetros. Su equipo tiene en marcha un estudio en el que preguntan a pacientes de fibromialgia por su estado de ánimo, tres veces al día y a través del teléfono móvil. «Y esta información se pone en relación con los demás datos del dispositivo. Si han recibido mnsajes, si han hablado por teléfono, si han estado activos. Y podemos buscar relaciones entre estos parámetros y el dolor o el cansancio», cuenta. ¿Es suficiente con tres preguntas al día? «Puede que, hasta ahora, un médico le hiciese esa pregunta una vez al año», sentencia Botella.

Otro más de los datos médicos cuantificables es el código genético. La compañía estadounidense 23andMe vende la posibilidad de conocer el linaje cualquier persona según su ADN y, además, le ofrecen un fichero con su genoma completo para que lo use como quiera.

Los datos de otros

Pero recopilar información sobre personas se ha convertido en algo más que un motivador individual, un asunto deportivo o un camino para la investigación médica. También es la fuente de ingresos de muchas compañías en internet, y una disciplina en auge: la ingeniería de datos.

Buscadores, proveedores de correo electrónico, redes sociales o aplicaciones móviles basan sus negocios en recoger datos sobre sus usuarios, analizarlos, crear perfiles detallados sobre ellos y ofrecer anuncios dirigidos. Los teléfonos móviles con conexión a internet registran por dónde se mueve. Sus búsquedas en la web reflejan sus intereses. Sus conversaciones en redes sociales permiten estimar toda clase de características personales que incluyen la edad, el sexo o el estatus socioeconómico.

Los datos personales son un recurso valioso incluso fuera del mundo digital. La cadena estadounidense de supermercados Target identificó, en 2012, que una adolescente estaba embarazada antes de que esta lo contase en casa.

Las tarjetas de fidelización, o el pago con tarjeta de crédito, permiten vincular los productos comprados con el comprador. Un análisis exhaustivo de estos, a su vez, abre la puerta a nuevas estrategias comerciales y a varios dilemas. ¿A quién pertenecen estos datos? ¿Qué usos son legítimos? ¿Dónde acaba el derecho a la privacidad?

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