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Domingo, 18 de febrero 2018, 09:14
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Elena (nombre ficticio) se encontró, con poco más de 30 años y un bebé de pocos meses, contratada como gerente de una empresa del sector agroalimentario. Su horario teórico era de 9.00 a 18.00 horas aunque, por su cargo, a menudo tenía que prolongar la jornada con reuniones hasta las 20.00 y más allá. Ella y su marido hacían malabares para organizar el cuidado del pequeño. Lo asumía como gajes del oficio, pero lo que ya no tragaba era quedar de rara por no sumarse a las cervezas posteriores con el resto de los jefes (todos hombres). «Me daba la sensación de que eran 'fugitivos del hogar': alargaban la jornada para no tener que hacer frente a sus obligaciones familiares», afirma. A pesar de todo, muchos días su hijo ya estaba acostado cuando llegaba a casa.
Volvió a quedarse embarazada y todo cambió. A los ocho meses y medio, se cogió su primer día de baja por una migraña. Al regresar a la mañana siguiente, se encontró un señor sentado en su despacho; la empresa ya la había sustituido. «Había oído lo de la discriminación por el embarazo, pero... ¡me estaba pasando a mí!», recuerda. Al final, la empresa evitó el juicio y aceptó buscarle otro puesto, con jornada reducida y un horario compatible con la vida. Su sustituto, un hombre que venía del paro y sostenía a su familia, empezó ganando 300 euros mensuales más que ella. «Al final, yo me autodescarté del cargo de responsabilidad, porque es un sistema masculinizado, que te exige estar 100% disponible 24 horas al día, incluidos los fines de semana, y eso no me interesa -reflexiona-. Es un círculo vicioso: una vez que eres madre, la empresa no espera nada de ti, no te promociona, y tú te dedicas a hacer tu trabajo, pero tu prioridad es la familia».
Las mujeres, pese a tener un nivel de formación más alto -son el 58% de los licenciados universitarios-, ascienden con mucha más dificultad: según la EPA, entre los 130.000 directores de grandes y medianas empresas solo el 22% son mujeres. El investigador José Ignacio Conde-Ruiz contabiliza un 3% de CEOs femeninas en firmas del Ibex 35, un 12% de los embajadores y de los jueces del Supremo, un 5% de oficiales de las Fuerzas Armadas y un 30% de los funcionarios de alto nivel.
Incluso ocupando la misma posición, las mujeres directivas ganan menos. «Las empresas pueden inventarse responsabilidades para pagar más a un empleado que a otro», afirma Conde-Ruiz. En algunas compañías ya se selecciona personal con 'currículos ciegos' -constan los méritos del aspirante sin especificar su sexo-, para evitar el sesgo a la hora de valorarlo. En el otro extremo, recuerda, se sigue preguntando a las candidatas por su vida personal en las entrevistas de trabajo. Es ilegal.
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