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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?

La sequía, tan recurrente como olvidada

Ya lo manifiesta el Artº 149 de la Constitución, cuando establece que las competencias hidráulicas, por ser un tema de interés general (que no es la suma de intereses particulares), corresponden al Estado y no a otras instituciones de menor rango, por lo que el agua que transita por cuencas suprarregionales pertenece a España

Julián Mora Aliseda

Sábado, 2 de diciembre 2017, 23:40

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Parece increíble que con la sequía que tiene España no se haya apostado decididamente en la etapa democrática por un Plan Hidrológico Nacional de calado. Todos los intentos fracasaron por intereses políticos, hasta el punto se utilizó como ariete mediante el que en algunas regiones salió gente a la calle gritando «el agua es nuestra», que tanto recuerda al «España nos roba».

Hay asuntos como los procesos naturales, y los recursos hídricos poseen esa dinámica singular, que no deberían entrar en el debate político electoralista, sino en consensos de Estado porque tal y como recoge la Ley de Aguas: «Las aguas continentales superficiales, así como las subterráneas renovables, integradas todas ellas en el ciclo hidrológico, constituyen un recurso unitario, subordinado al interés general, que forma parte del dominio público estatal como dominio público hidráulico». Ya lo manifiesta, el Artº 149 de la Constitución, cuando establece que las competencias hidráulicas, por ser un tema de interés general (que no es la suma de intereses particulares), corresponden al Estado, y no a otras instituciones de menor rango, por lo que el agua que transita por cuencas suprarregionales pertenecen a España (salvo que sean demarcaciones transfronterizas, que están condicionadas por la Directiva Marco del Agua y el Convenio de Albufeira).

La Península Ibérica desde hace miles de años posee en su mayor parte un clima mediterráneo y continentalizado, caracterizado por fuertes oscilaciones, térmicas y pluviométricas. Las precipitaciones no sólo se distribuyen con una fuerte irregularidad entre estaciones (otoño y primavera, en general más húmedas y veranos muy cálidos y secos) sino interanualmente. Pasamos de tener años muy húmedos, con excedentes hídricos, a periodos de pertinaz sequía.

Consiguientemente, hay que dejar claro que la sequía en España no es algo nuevo, ni producto del cambio climático, como algunos se empeñan en hacernos creer. Los periodos de sequía son recurrentes, por eso desde la época romana (cuando trajeron la tecnología al solar de los iberos) se han construido embalses, con la idea de afrontar los largos periodos de estiaje.

Si analizamos las fuentes parroquiales y municipales de los siglos XV, XVI y XVII (a partir del siglo XVIII ya tenemos información a través de la prensa), observamos que recogen tanto las rogativas como los desastres de la sequías sobre las economías de los pueblos.

Las sequías, en la historia moderna y contemporánea, han sido muy frecuentes. Así, en los periodos de 1530 a 1550 fueron muy largas, con algún año intercalado de fuertes inundaciones en el Guadiana y Guadalquivir. Inclusive la tradicional «España húmeda» (Galicia, Asturias, Cantabria o País Vasco), menos dada a estas circunstancias meteorológicas, padeció sequías notorias entre los años 1572-1578 y 1595-1598, y posteriormente, claro.

En una de las más severas sequías que acontecieron en casi toda la Península se da en el periodo continuado de 1620 a 1625, el párroco de una ciudad de Extremadura, ante la presión de los agricultores y ganaderos para que sacase en procesión a la patrona durante la primavera de 1624, dijo: «Me he subido al campanario, he oteado el horizonte... y no hay atisbos de que la Virgen vaya a hacer milagro», consciente del fenómeno.

Y así, con alternancias de sequías e inundaciones llegamos al último gran periodo reciente de sequía (1991-1995), con un año normal en 1996, pero a cuyo periodo puso fin la «ciclogénesis explosiva», de noviembre de 1997, en el suroeste peninsular, con inundaciones y más de 30 víctimas en Badajoz y el Alentejo portugués.

Desde 1997 hasta 2013, son más numerosos los años «húmedos» que los «secos», y por eso (dado que los embalses acumulaban más agua que nunca, 47.040 Hm3, sobre un máximo de 55.343 para toda España, es decir un 85%, y manteniéndose por encima del 82% en 2014) nos habíamos olvidado de las sequías en lo que va de siglo XXI, sobre todo porque es un tema de tanta sensibilidad política como el nacionalismo. Pues bien, todo ello ha favorecido que, junto a la crisis económica y recortes derivados, se relegaran las políticas hidráulicas, incluidos los trasvases inter-cuencas. Pero la climatología mediterránea es tozuda y ha regresado con su inherente y prolongada sequía, que ya dura desde la primavera de 2014 hasta el presente.

Hemos confiado irresponsablemente que seguiría lloviendo más de lo normal para percatarnos que habíamos descuidado la Planificación y la Gestión Hídrica. Nadie contempló, aunque algunos ya lo advertimos, que desde 1997 España ha crecido en 6 millones de habitantes (a los que hay que sumar los más de 25 millones de turistas que se han incorporado en ese período, hasta alcanzar el récord de casi 80 millones de visitantes por año) y la superficie de regadío ha aumentado en 1,5 millones de hectáreas, con las implicaciones que todo ello conlleva de una mayor presión sobre unos recursos hídricos, que no se distribuyen ni regularmente en el tiempo ni sobre el espacio geográfico.

El agua es una cosa muy seria que debe ser abordada sin intereses de políticas partidistas. Es un asunto de Estado porque nos afecta a todos los españoles.

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