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El doble reto de las enfermedades cardiovasculares

Dr. Javier Díez Martínez, catedrático de la Universidad de Navarra, director del Programa de Enfermedades Cardiovasculares en el CIMA y profesor de la Facultad de Medicina

Jueves, 29 de septiembre 2016, 16:53

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Las enfermedades del corazón y de los vasos sanguíneos, principalmente de las arterias, o enfermedades cardiovasculares (ECV), son la principal causa de muerte en todo el mundo, superando al cáncer. Se calcula que las ECV son causantes del 31% de todas las muertes registradas en el mundo. En España durante el año 2014 fallecieron 63.812 mujeres y 53.581 hombres debido a una ECV. Y es previsible que estas cifras aumenten en los próximos años debido al envejecimiento de la población. A nivel macroeconómico, las ECV representan una pesada carga para las economías de los países, tanto por sus costes sanitarios directos e indirectos, como por sus costes laborales. En España se ha calculado que las ECV generan un gasto sanitario anual superior a los 4.000 millones de euros, a los que habría que añadir otros 2997 millones imputables al gasto laboral. Por todo ello, las ECV constituyen un doble reto sanitario y social cuya superación exige acciones globales que involucren no sólo a las instituciones sanitarias, sino al conjunto de la ciudadanía. Los cuatro ejes de dichas acciones pasan por la educación, el diagnóstico precoz, el tratamiento óptimo, y la investigación.

La mayoría de las ECV pueden prevenirse educando a la población para evitar ciertos hábitos de vida nocivos para el corazón y las arterias, como el consumo de tabaco, las dietas malsanas, la inactividad física o el consumo nocivo de alcohol. Hay que hacer un énfasis especial en la educación de la salud cardiovascular de los niños, primero, porque el corazón y las arterias empiezan a sufrir el impacto dañino de los hábitos de vida nocivos desde la primera década de la vida y, segundo, porque la probabilidad de modificar las conductas relacionadas con la salud es mayor a más joven es un sujeto. Realmente, la prevención de las ECV empieza en la familia y en la escuela, no en los centros sanitarios o en los centros de investigación.

En las personas predispuestas a padecer una ECV porque presentan uno o más de los factores de riesgo cardiovascular (la hipertensión arterial, la diabetes, la obesidad, o la hipercolesterolemia) es fundamental la detección precoz mediante exámenes rutinarios de salud. Es importante señalar que los factores de riesgo cardiovascular no producen síntomas per se, por lo que su detección sólo es posible si se buscan específicamente. Por eso, los chequeos de salud cardiovascular son primordiales, especialmente en las personas con familiares directos. Los factores de riesgo cardiovascular no se curan, pero sí que se pueden controlar con un tratamiento, lo que minimizará su efecto dañino sobre el corazón y las arterias.

En los pacientes ya afectos de una ECV es obligado el empleo óptimo de los protocolos terapéuticos recomendados en las guías elaboradas al respecto por las sociedades científicas médicas nacionales e internacionales. Gracias a la generalización de dichos protocolos se ha racionalizado la asistencia médica de los pacientes, individualizando su tratamiento, y logrando reducir significativamente tanto la mortalidad como la morbilidad de las ECV.

Así como el envejecimiento poblacional y la generalización de los hábitos de vida nocivos para el corazón explican el crecimiento de las ECV, el desconocimiento de gran parte de los mecanismos implicados en su desarrollo explica su mal pronóstico. Por ello, es imprescindible investigar compartiendo experiencias, recursos y esfuerzos. A tal fin, en España existe desde hace años la Red de Investigación Cardiovascular (RIC) del Instituto de Salud Carlos III de la que forman parte más de 800 investigadores de todas las regiones de España organizados en 64 grupos de investigación. El objetivo final de la RIC es reducir el impacto desfavorable de las ECV sobre la supervivencia y la calidad de vida de los ciudadanos españoles, promoviendo que los resultados de la investigación se trasladen a la práctica clínica diaria en forma de nuevos medios diagnósticos y terapéuticos con valor añadido real con respecto a los disponibles actualmente.

Aunque los datos estadísticos indiquen que el presente de las ECV es preocupante y su futuro puede ser amenazador, hay que dejar un lugar para la esperanza. Si los avances de la investigación biomédica y la mejora de la asistencia sanitaria han reducido el impacto sanitario desfavorable de las ECV con respecto al de hace décadas, cabe esperar que aún lo reducirán más en los próximos años. Por otra parte, la educación creciente de la sociedad en el seguimiento de unos hábitos de vida más sanos, y la concienciación de que la mayor longevidad debe acompañarse de mayor salud augura que las ECV no tendrán el caldo de cultivo que hasta ahora hayan podido tener y que por tanto su crecimiento se frenará.

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