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Muchas golosinas contienen lactosa oculta.
¿Soy intolerante a la lactosa?

¿Soy intolerante a la lactosa?

Dado el infradiagnóstico existente, hay que estar atento a síntomas como la hinchazón y el dolor abdominal, los gases y la diarrea

redacción

Jueves, 24 de marzo 2016, 05:38

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Las personas intolerantes a la lactosa viven con preocupación situaciones tan cotidianas como ir al súper, actividad que se convierte en toda una gymkana para detectar en el etiquetado la lactasa 'oculta' que deben evitar si no quieren sufrir molestos síntomas digestivos.

Otros momentos de la vida diaria que adquieren cierta dificultad en sus vida son, por ejemplo, pedir un café en un bar y que el establecimiento no disponga de leche sin lactosa u otras alternativas vegetales; no poder compartir una pizza con sus amigos o a una comida de negocios y no poder probar bocado porque no está al 100% seguro que el menú esté libre de lactosa.

Bajo el lema 'Vuelve a disfrutar de los lácteos', Laboratorios SALVAT y la Asociación de Intolerantes a la Lactosa España (ADILAC) han puesto en marcha una campaña divulgativa sobre esta intolerancia alimentaria, que afecta a entre un 20 y un 40% de los españoles.

Concienciar sobre la importancia de un correcto diagnóstico, promover hábitos alimentarios saludables y enseñar a interpretar correctamente el etiquetado de los alimentos son los ejes básicos de la campaña. «También queremos desmitificar la creencia de que los intolerantes a la lactosa deben resignarse a no poder disfrutar de las comidas y eventos sociales», afirma Juanjo Martínez, jefe de asuntos médicos de Laboratorios SALVAT.

¿Qué es la intolerancia a la lactosa?

  • la definición

  • La intolerancia a la lactosa es la sintomatología provocada por una deficiencia de la lactasa, una enzima producida por el intestino delgado y encargada de la absorción de la lactosa, un tipo de azúcar presente en la leche de los mamíferos y en muchos alimentos preparados.

  • La deficiencia de lactasa es la deficiencia enzimática más frecuente en todo el mundo y se estima que afecta al 75% de la población. Su prevalencia varía ampliamente según la zona geográfica, con índices muy bajos en los países nórdicos europeos y que aumenta progresivamente hacia el sur de Europa, Oriente Medio, Asia y África.

Los síntomas

Los síntomas más comunes son dolor e hinchazón abdominal, gases, flatulencias, náuseas, vómitos y diarrea. Suelen aparecer entre 15 minutos y 2 horas después de haber ingerido alimentos con lactosa y pueden remitir entre 3 y 6 horas más tarde. Al existir una alteración de las mucosas intestinales, también pueden producirse síntomas inespecíficos como abatimiento, cansancio, problemas cutáneos, falta de concentración, nerviosismo y trastornos del sueño.

Desde ADILAC, se alerta de que, aunque no se trata de un trastorno alimentario grave que ponga en riesgo la vida de las personas que lo sufren, sí condiciona seriamente su calidad de vida en varios aspectos: dietético (no pueden comer lo que les apetece y deben estar siempre alerta), económico (los productos especiales suelen ser más caros) y social (tienen que justificarse siempre ante los demás en comidas o cenas).

La importancia del diagnóstico

Existen tres tipos de intolerancia: la primaria, la más frecuente, se debe a la pérdida progresiva de la lactasa intestinal, puesto que con la edad el intestino delgado tiende a producir menos cantidad de lactasa; la secundaria, causada por alguna patología que daña la mucosa del intestino delgado como una gastroenteritis, la enfermedad de Crohn o la intolerancia al gluten, por lo que, una vez se trata la causa primaria y se regenera la mucosa intestinal, remite; y la congénita, muy rara, que es la incapacidad completa de producir lactasa desde el nacimiento.

«Debido a que sus síntomas son comunes a otras enfermedades digestivas y se manifiestan de forma muy variable dependiendo de cada individuo, está infradiagnosticada o erróneamente diagnosticada, por lo que es fundamental concienciar sobre la importancia de un correcto diagnóstico», explica el doctor Pedro Mora, jefe del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Universitario La Paz de Madrid.

Actualmente, el método de diagnóstico más utilizado es el test de hidrógeno en el aliento, aunque también puede detectarse mediante test sanguíneo, biopsia del intestino delgado o el test genético. «En casos severos o totales de intolerancia, si no se detecta precozmente y se diagnostica correctamente, los problemas digestivos que provoca pueden dañar la mucosa y la flora intestinal y, a largo plazo, alterar la permeabilidad intestinal, lo que a su vez puede derivar en problemas de tipo alérgico o inflamatorio, así como en estados carenciales de nutrientes esenciales para nuestro organismo», añade.

Diferentes grados de intolerancia

La gravedad de la sintomatología varía dependiendo de la cantidad de lactosa ingerida y de la tolerancia individual. Algunas personas notan molestias de forma inmediata tras consumir pequeñas cantidades de lácteos (u otros productos elaborados con lactosa), mientras otras pueden permanecer de forma asintomática toda su vida, si no sobrepasan una determinada dosis diaria. El grado de intolerancia también puede variar en función de la etapa de la vida y el estado general de salud de cada persona.

Los intolerantes a la lactosa asimilan mejor los productos fermentados, como yogures y quesos, especialmente los curados, debido a que la lactosa se descompone parcial o totalmente en el proceso de fermentación por la acción de las bacterias. Sin embargo, los expertos recomiendan no bajar la guardia: en algunos casos, ésta no se elimina en su totalidad y los fabricantes pueden añadir leche fresca y otros ingredientes al final del proceso productivo para mejorar su sabor y suavidad.

«Es fundamental que el intolerante a la lactosa sepa cuál es su nivel de intolerancia en cada etapa de su vida y qué alimentos contienen más o menos lactosa de forma natural o como aditivo. Eso le permitirá conocer en cada momento qué cantidad de lactosa puede tolerar su organismo y modificar sus hábitos alimentarios para evitar la aparición de los molestos síntomas asociados», alerta Oriol Sans, presidente de ADILAC.

La lactosa oculta

«Es importante recordar que cualquier producto aparentemente sin lactosa, pues en su estado natural no lo contiene, puede incluir aditivos añadidos que lo conviertan en un producto no apto para intolerantes a este azúcar. Por eso, hay que leer siempre con atención la etiqueta de los ingredientes y preguntar al fabricante ante cualquier duda», recomienda Sans.

Tratamiento sustitutivo

  • el avance

  • El tratamiento sustitutivo de lactasa representa el principal avance de la última década en el tratamiento de la intolerancia a la lactosa, avalado por la European Food Safety Authority (EFSA).

  • Consiste en la administración de un suplemento de la enzima lactasa, que permite al organismo desdoblar la lactosa, evitando la aparición de los síntomas asociados. Debe tomarse justo antes de ingerir un alimento lácteo o cualquier otro alimento, medicamento, o plato elaborado que pueda contener lactosa en su composición.

Para orientar a los afectados, ADILAC ha diseñado un semáforo alimentario que detalla los alimentos con y sin lactosa, y aquellos que pueden contener lactosa oculta. En 2009, la asociación dio un paso más en su función divulgativa, creando el sello 'No lactosa', que permite identificar con claridad los productos aptos para el consumo de los intolerantes a la lactosa.

Embutidos, bollería, cereales, chocolates, golosinas, cremas, salsas, conservas, panes, harinas, pastas, arroces, postres, platos precocinados... todos estos alimentos elaboraos pueden contener lactosa, así como medicamentos, suplementos vitamínicos y dentífricos. También se utilizan derivados de la lactosa como edulcorante bajo en calorías para caramelos, chicles sin azúcar, galletas, helados, alimentos bajos en calorías y laxantes, así como en el proceso de elaboración de bebidas destiladas alcohólicas. «Cuanto más elaborado sea un producto más posibilidades tiene de contener la temida lactosa oculta», concluye Sans.

Aprender a comer bien

La totalidad de los intolerantes a la lactosa responden satisfactoriamente a una dieta con ausencia de lactosa. Sin embargo, no consumir lácteos en la dieta puede llevar a insuficiencia de calcio, vitamina D, Vitamina A y proteínas.  Por ello, los expertos coinciden en la importancia de enseñar hábitos alimentarios saludables que se adapten a su nivel de intolerancia y a leer correctamente el etiquetado de los alimentos.

Existe la creencia errónea, pero muy extendida, de que la leche de vaca es la única fuente fiable de calcio. Pero la naturaleza ofrece muchas, y muy buenas, alternativas de aporte de este nutriente a nuestra dieta, como: espinacas, acelgas, cebolla, brócoli, huevo, sardinas, salmón, besugo, gambas, almejas y mejillones, judías y garbanzos o frutos secos, entre otros. Por ejemplo, 100 gr de almendras proporcionan 250 mg de calcio, mientras que 100 ml de leche proporcionan algo menos de la mitad, 120 mg.

Si no se quiere renunciar al sabor y a las propiedades nutritivas de la leche de vaca, desde hace unos años se pueden encontrar en el mercado variedades de leche cuya lactosa se ha eliminado o hidrolizado previamente mediante la adición de latosa, de forma parcial (bajas en lactosa) o total (sin lactosa). Una oferta que se ha complementado con productos derivados lácteos como quesos, yogures, batidos de sabores, nata, etc.

También existe una gran variedad de bebidas vegetales alternativas a las de origen lácteo, 100% libres de lactosa, como las de soja, avena, almendras, avellanas o arroz, entre otras. Todas ellas tienen un sabor y valores nutricionales propios, son fáciles de digerir y con frecuencia vienen enriquecidas con nutrientes esenciales como el fósforo, el calcio o las vitaminas. Además, ofrecen las mismas aplicaciones culinarias que la leche de vaca y se pueden utilizar para preparar purés, pasteles, batidos, helados o salsas.

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