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Lucía Madera del Río
Jueves, 25 de junio 2015, 17:57
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Una de las características que definen al ser humano es el hecho de poseer un gran componente social. Tendemos a buscar conexiones afectivas continuamente pero, cuando esta necesidad se convierte en continua e, incluso, extrema, hablamos de la dependencia emocional; o dicho de otro modo, adicción afectiva. Este tipo de conexión inapropiada, suele darse en relaciones de pareja.
El comportamiento de una persona dependiente emocionalmente se aleja bastante de las expectativas que uno mismo tenía con respecto a las relaciones de pareja, pero se ve inmiscuido en una situación en la que vive sólo por y para una persona en concreto.
La dependencia emocional está considerada un trastorno, ya que crea un malestar significativo en el sujeto, malestar que afecta a todos los ámbitos de su vida.
Esta situación convierte al sujeto en víctima de la propia relación. Es por eso que no se debe confundir la dependencia emocional con el amor; en el amor, nunca hay víctimas.
El sujeto dependiente muestra una autoestima baja, se adentra en una fase en la que sus propios criterios dejan de tener sentido e importancia; una fase en la que sólo muestra un sometimiento inapropiado hacia otra persona. En resumen, se trata de una súplica afectiva constante. La consecuencia es una situación de desequilibrio que va minando poco a poco la relación, en general, y al sujeto dependiente, en particular.
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