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Los animales de los estudios científicos precisan de un ‘proceso de modelado' anterior al experimento.
Nuestro lado más animal

Nuestro lado más animal

Monos afectados por la falta de afecto, perros neuróticos, ratas deprimidas... Desde que Darwin formuló su teoría en 1859, la ciencia no ha parado de buscar en los animales soluciones que ayuden a conocer y mejorar nuestra salud mental

pilar manzanares

Jueves, 9 de abril 2015, 18:10

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Laurel Braitman, escritora y doctorada en Historia de la Ciencia por el MIT, ha hablado con científicos y veterinarios de todo el mundo para mostrar en su libro La elefanta que no sabía que era una elefanta que los animales se parecen mucho más a nosotros de lo que pensamos. Y lo ha hecho, en parte, convencida de que «identificar las enfermedades mentales en otras criaturas y ayudarles a recuperarse también arroja luz sobre nuestra propia humanidad». Pero lo cierto es que, desde que Darwin planteara su teoría en el año 1859, los investigadores comenzaron a utilizar animales para sus estudios neurofisiológicos con el fin de desarrollar terapias para las personas. Y hasta ahora. Pero para que los animales puedan servir a estos estudios, necesitan de un proceso de modelado que, como explica la doctora Estrella Díaz Argandoña, profesora titular e investigadora del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Sevilla, consta principalmente de dos pasos: «El primero implica establecer lo que denominamos la analogía inicial, es decir, encontrar un procedimiento o paradigma experimental que genere conductas (motoras, emocionales y fisiológicas) que sean análogas (no idénticas) en algún aspecto central a las observadas en la población con alguna psicopatológica. El siguiente paso implica establecer lo que denominamos una analogía formal».

Sentadas estas bases, nada mejor que echar la vista atrás para reconcocerlas en estos experimentos.

1927. Los perros de Pavlov

La labor del Nobel ruso estableció las bases de la mayor parte de los actuales conocimientos sobre los efectos de los traumas en la conducta, la memoria y la salud mental humana. Para comprender mejor los mecanismos de la neurosis, Pavlov quiso simular el conflicto interior que se da en la mente humana en perros. «En los experimentos sobre neurosis experimental de Pavlov y Shenger-Krestovnikova (1927) se enseñaba a los animales a discriminar entre dos señales, un círculo que señalaba la aparición de comida y una elipse que señalaba la ausencia de comida. Los animales aprendían a salivar ante el círculo y a no hacerlo ante la elipse. Con posterioridad, ambos estímulos iban siendo modificados hasta el punto en que era casi imposible diferenciarlos. En esta situación Pavlov y Krestovnikova observaron que la conducta de sus perros se volvía caótica y bizarra y consideraron que tenía cierta analogía con algunas sintomatologías observadas en humanos», explica la doctora Díaz Argandoña.

Los contemporáneos y sucesores de estos investigadores intentaron inducir neurosis en animales, y los que se recuperaron fueron vistos como modelos para los soldados que sufrían neurosis bélica, un trastorno que tras la guerra de Vietnam se transformó en el Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT).

Durante la Segunda Guerra Mundial los médicos y psiquiatras militares se percataron de que los soldados manifestaban síntomas similares a los de los animales neuróticos de laboratorio: el corazón se les aceleraba, sudaban, sufrían fuertes accesos de ansiedad y se sobresaltaban por nada. En 1943 un psiquiatra norteamericano sugirió que la neurosis bélica aguda debía tratarse con los mismos procedimientos descondicionadores que los usados en animales de laboratorio como los perros de Pavlov. En la actualidad, el TEPT se caracteriza por la ansiedad derivada de un acontecimiento traumático que hace que los afectados experimenten una combinación de flash-backs o recuerdos desagradables que les impiden llevar una vida normal y que cursan con una variedad de síntomas que se parecen a muchos de los documentados en los perros de Pavlov.

Años 30. El electrochoque

La terapia electroconvulsiva de «choque» (TEC) se probó primero en diferentes animales para determinar cuál era el voltaje seguro para el ser humano. Investigadores italianos indujeron ataques epilépticos en perros y, en 1937, visitaron un matadero porcino en Roma donde aturdían a los cerdos con una descarga eléctrica antes de degollarlos. Si no se morían inmediatamente con la descarga, sufrían la clase de convulsiones que los investigadores esperaban que sirvieran como curas psiquiátricas en pacientes humanos se había observado que ciertos pacientes psicóticos con sintomatología activa mejoraban significativamente cuando sufrían de manera ocasional una crisis convulsiva.

ENTREVISTA

Así en 1938 Enrico X, un hombre esquizofrénico, se conviritó en el primer humano en recibir una descarga de ochenta voltios. A los pocos años la TEC se había convertido en un tratamiento psiquiátrico en Suiza, Alemania, Francia, Reino Unido, Latinoamérica y, por último, en Estados Unidos. En 1947 nueve de cada diez hospitales mentales estadounidenses estaban aplicando algún tipo de terapia por electrochoque a los pacientes. Aunque despierta cierto rechazo social, aún se utiliza por ser en la actualidad una técnica segura y con pocos efectos adversos.

1950-60. La importancia del afecto

Uno de los casos más famosos de animales con problemas mentales usados para ayudar a los humanos a comprenderse mejor a sí mismos se dio entre las décadas de 1950 y 1960 en el laboratorio de psicología comparativa del doctor Harry Harlow de la Universidad de Wisconsin. En él, criaron macacos a los que separaban de su madre al nacer y los metían solos en una jaula en el laboratorio. Al poco tiempo de estar aislados se quedaban con la mirada perdida, se abrazaban a sí mismos y hasta se mordían su propio cuerpo. Después les daba a elegir entre una madre macaco falsa de alambre con una aterradora cabeza de cocodrilo que dispensaba leche, y otra madre falsa de fieltro sin leche pero más parecida a ellos. Las crías se aferraban a la madre de fieltro, aunque hacerlo significara pasar hambre. Otro de los experimentos de Harlow demostró que privar a una cría del contacto físico y social causaba daños psicológicos irreversibles.

Pues bien, a la par que estos experimentos, los bebés internados en instituciones sufrían una gran falta de afecto y, por ello, desarrollaban entre otros trastornos mentales conductas extrañas como mirar al vacío o mover las manos de forma rara. Las investigaciones sobre la importancia del afecto en estos niños llevadas a cabo por los psicólogos Bowlby y Spitz combinadas con los resultados de los experimentos de Harlow ayudaron a cambiar la idea que tenía la gente de lo que suponía ocuparse de un bebé.

1967. Indefensión aprendida

Los psicólogos Seligman y Maier (1967) fueron quienes acuñaron esa expresión, indefensión aprendida, que «es considerado como uno de los modelos animales de depresión», afirma la doctora Díaz Argandoña, y explica: «Estos investigadores mostraron cómo determinados aspectos de situaciones de estrés, como la incontrolabilidad o la impredecibilidad determinaban déficits cognitivos, moivacionales y emocionales en los animales que eran análogos a los observados en pacientes con depresión clínica». Fueron estas investigaciones las que condujeron al desarrollo de la teoría de la atribución y contribuyeron al desarrollo de técnicas de re-estructuración cognitiva que «son las que actualmente tienen más evidencia de efectividad como psicoterapia para la depresión», agrega la experta.

El experimento consistió en la aplicación de descargas eléctricas a un grupo de perros que acabaron sumiéndose en un estado de indiferencia tan profundo que eran incapaces de reunir la energía necesaria para escapar del dolor o para reaccionar a él, aunque lo único que tuvieran que hacer fuera saltar por encima de un tabique de poca altura para estar a salvo. Simplemente, se rindieron, se resignaron a su suerte. Seligman vio en ello un paralelismo con humanos atrapados en circunstancias terribles más allá de su control. «Esta clase de situaciones incontrolables debilita enormemente el organismo. Produce pasividad ante un trauma, impidiendo al que lo sufre ver que responder a él es eficaz, y crea estrés emocional a los animales y una posible depresión a los humanos», escribieron los investigadores tras finalizar sus estudios.

2013. Probióticos y autismo

Científicos del Instituto de Tecnología de California (Caltech) inyectaron a un grupo de ratones de laboratorio con ansiedad, pocas habilidades sociales y conductas estereotipadas Bacteroides fragilis, una bacteria de la flora intestinal. «Al parecer su ansiedad disminuyó, se comunicaron mejor entre ellos y sus conductas extrañas también se redujeron. Los investigadores concluyeron que la bacteria tal vez podría irles bien a otros seres, aparte de los ratones, y sugirieron que las personas con trastornos de desarrollo como los autistas deberían probar los probióticos», escribe Braitman.

Para saber más: La elefanta que no sabía que era una elefanta, de Laurel Braitman. Editorial Urano (Indicios).

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