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Repasando una lección de historia

A lo largo del XIX, desde decisiones gubernamentales,se protegió a esta poco competitiva industria aplicando altos aranceles aduaneros a los paños ingleses y flamencos, lo que se originó que a la lana y trigo castellanos exportada a Países Bajos e Inglaterra se les aplicasen los mismos aranceles. Dejaron de exportarse. Ambos se depreciaron en España mientras quelos paños se encarecieron. Y fue Cataluña la gran beneficiada

Fernando Cortés Cortés

Domingo, 19 de noviembre 2017, 23:27

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LLEVAMOS largo, dilatado, ya hasta cansino tiempo, ocupados y preocupados en conocer la cambiante actualidad ligada a la problemática catalana, a su intento de evadirse de España usando de artimañas de pésimos trileros, mintiendo inmisericordes y sin el rubor, con desfachatez, desvirtuando argumentos, hechos y realidades. Caminando por una senda falaz, ha buscado apoyos internacionales para cuyos resultados podríamos aplicar aquel «cero patatero». Por no insistir en las ajustadas y acertadas valoraciones que desde esta Tribuna que me acoge han sido presentadas, mostrando la falsedad e ilegalidad de un recorrido concluido, como no podría ser de otro modo, con la aplicación de la legalidad recogida en nuestro texto constitucional.

Pero demos un breve repaso a una lección bien sabida. A la altura de 1714, terminada la Guerra de Sucesión a la Corona de España, Barcelona, era ciudad de unos 37.000 habitantes, que según escriben los historiadores, en el siglo XVI había sido atacada por la peste en más de diez ocasiones y en otras dos a lo largo del XVII. En tanto, otras ciudades peninsulares –Sevilla, Madrid, Lisboa, Bilbao...– eran más ricas y pobladas, situación ligada al supuesto monopolio del comercio americano con los puertos de la fachada atlántica peninsular y la escasa participación catalana en ese comercio; al comercio con Flandes e Inglaterra y a la consolidación de Madrid como capital de los Austrias. Por el contrario, el territorio catalán, en la Corona de Aragón, se encontraba entre las zonas peninsulares más deprimidas. Como señalaba Pierre Vilar «Barcelona aparecía a fines del siglo XV, en el momento del descubrimiento, como una ciudad apagada, en pleno retroceso demográfico y económico, en frente de una Sevilla en plena expansión humana y comercial».

Y fueron los Borbones los que modificaron esta situación, cuando en 1778 habilitan el puerto de Barcelona como uno de los autorizados para el ejercicio del libre comercio con América. La ciudad creció, cuadriplicando su población, y toda Cataluña mejoró en sus niveles de riqueza.

De forma semejante el comercio de esclavos desde África a Indias se puso en manos de la burguesía catalana, en régimen de monopolio. Sus elevados beneficios fueron usados para reforzar la naciente industria textil catalana.

A lo largo del XIX, desde decisiones gubernamentales, se protegió a esta poco competitiva industria aplicando altos aranceles aduaneros a los paños ingleses y flamencos, lo que se originó que a la lana y trigo castellanos exportada a Países Bajos e Inglaterra se les aplicasen los mismos aranceles. Dejaron de exportarse. Ambos se depreciaron en España mientras que los paños se encarecieron. Y fue Cataluña la gran beneficiada.

Los viajeros foráneos son testigos de excepción. Stendhal, 1838, en sus ‘Memorias de un turista’ comentaba: «Cabe señalar que en Barcelona predican la virtud más pura, el beneficio general y que a la vez quieren tener un privilegio: una contradicción divertida. Estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que se debe hacer a su gusto. Los catalanes piden que todo español que hace uso de telas de algodón pague cuatro francos al año, por el solo hecho de existir Cataluña. Por ejemplo, es necesario que el español de Granada, de La Coruña o de Málaga no compre los productos británicos de algodón, que son excelentes y que cuestan un franco la unidad, pero que utilice los productos de algodón de Cataluña, muy inferiores, y que cuestan tres francos la unidad».

No es sólo el visitante. El 25 de septiembre de 1852, Juan Bravo Murillo, como Ministro de Hacienda trasladaba –Gaceta de Madrid. 8 octubre 1852– la decisión regia ordenada «en vista de una instancia de varios fabricantes de cardas de la provincia de Barcelona, en que solicitan se eleven los derechos que el Arancel señala á la importación de las extranjeras».

Los privilegios se incrementan: el franquismo en su Plan de Desarrollo, dedicó el 40 % del dinero destinado al INI a Cataluña, con SEAT a la cabeza; el 20 % al País Vasco y otro 20 % a Madrid. Y un 20% para el resto de España. Consecuencia: el rápido ascenso económico de unas zonas mientras el resto… siguió aportando emigrantes/mano de obra barata reforzando su estado de miseria.

Otros textos, quizás esclarecedores, pueden ser aportados en aras de una mayor comprensión de esta lección que pretendía repasar. En ‘El Pueblo, Diario Republicano de Valencia’, 13 de junio de 1907, Vicente Blasco Ibáñez escribía: «Valencia ha sido la Cenicienta del Mediterráneo, en cuyo puerto impera la más honda miseria por culpa de Barcelona… que es el verdugo de Levante, que quiere convertir toda España en huevo para tragarse hasta la cáscara, que envía a nuestra ciudad sus productos libremente, sin que sufran ningún impuesto a su entrada y en cambio, la pasa, la naranja y las legumbres valencianas pagan un enorme tributo municipal al entrar en Barcelona».

En 1640, Quevedo expresaba: «En tanto Cataluña quedase un sólo catalán y piedras en los campos desiertos, hemos de tener enemigos y guerras». Por su parte, Ramiro Ledesma opinaba que «Si una mayoría de catalanes se empeñan en perturbar la ruta hispánica, habrá que plantearse la posibilidad de convertir esa tierra en colonia y trasladar allí los ejércitos del norte de África. Todo menos… lo contrario».

Termino. Con las palabras, casi proféticas, que en 1984 pronunciaba quien era Presidente del Gobierno, Felipe González: «El terrorismo en el País Vasco es una cuestión de orden público, pero el verdadero peligro es el hecho diferencial catalán».

Para nuestra fortuna y la tranquilidad nacional, la justicia decide. La unión de los partidos constitucionalista y las actuaciones de la Justicia, está poniendo fin a los peligros de este intento secesionista, para el que sus responsables buscan y arguyen, interesada y torticeramente, confundir sus falaces opiniones y personales necesidades con las de todo el pueblo catalán.

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