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Con el pelo rubio y moreno, carteles de 'Se busca' con estas dos fotografías llenaron las calles de toda España hace 25 años. Anglés tendría hoy 51.
El rastro sigue vivo

El rastro sigue vivo

Dos periodistas aportan nuevos testimonios que arrojan dudas sobre si Antonio Anglés murió ahogado en la costa irlandesa. El capitán del barco en el que huyó cree que alguien le ayudó

JOSÉ ANTONIO GUERRERO

Viernes, 4 de mayo 2018, 08:21

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El 'City of Plymouth' arribó al puerto de Dublín el 24 de marzo de 1993 diez minutos antes de las once de la noche. Había zarpado seis días antes de Lisboa con 300 contenedores y una tripulación de diez marineros con su capitán, Kenneth Stevens, al mando. Pero el mercante inglés, de 110 metros de eslora, también llevaba en sus tripas un polizón, el monstruo de Alcàsser, el enemigo público número uno, el fugitivo más perseguido por todas las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, el criminal que con el secuestro, violación y asesinato de Miriam, Toñi y Desirée (del que fue coautor junto a Miguel Ricart, el único condenado del caso, que cumplió 21 años entre rejas) desató una alarma social jamás vista antes en España. Cuando las autoridades portuarias irlandesas subieron a bordo para llevarse al polizón, no había rastro de él. «Lo encerramos en un camarote con las ventanas y la puerta atrancadas. Alguien tuvo que dejarle salir», revela ahora y por primera vez el capitán del buque, ya jubilado. Ese 'alguien' puede tener la respuesta a los grandes interrogantes que aún planean sobre Antonio Anglés y su increíble desaparición. ¿Está vivo? ¿Hay alguien que sabe su paradero?

25 años después de que a Anglés se lo tragara la tierra (o quizás el Atlántico norte), dos periodistas valencianos se han embarcado en una tarea, titánica y obsesiva, de reconstruir minuciosamente la huida del asesino, visitando todos los lugares donde dejó su huella y entrevistando a setenta testigos directos que trataron y conocieron a Anglés o se toparon con él en algún momento de su fuga de película.

Esa formidable investigación acaba de dar sus frutos en un libro, 'El fugitiu' (Vincle Editorial), que de momento sólo está editado en valenciano. Los autores, Genar Martí, de 48 años, y Jorge Saucedo, de 43, ambos reporteros de 'Equipo de Investigación', de La Sexta, narran paso a paso la fuga de Anglés desde que se descuelga con unas sábanas del cuarto piso de su casa de Catarroja, en Valencia, la noche del 27 de enero de 1993, hasta su aún extraña desaparición el 24 de marzo de ese mismo año en las aguas del puerto de Dublín. 356 páginas de un trepidante reportaje periodístico cuajado de datos, documentos fotográficos y testimonios que alimentan la hipótesis de que la alimaña sigue viva. Los autores lo dejan claro desde el principio: «Sí, hay muchos elementos para pensar que lo esté». Y lo sostienen huyendo del tufo sensacionalista; solo apoyándose en los hechos que han podido contrastar. El primer hecho: nunca ha aparecido un cadáver, un cuerpo. «Pero es que, después de hablar con el capitán, parece que un marinero le ayudó en todo momento. Hemos visto con nuestros propios ojos cómo es el puerto de Dublín, sus características, hablamos con el servicio meteorológico irlandés que nos explicó las condiciones de aquel día en concreto, del estado de las mareas, de la temperatura del agua... si se hubiera lanzado al mar para tratar de alcanzar a nado la costa, creo que hay muchas posibilidades de que lo lograra. Pero es que además, y esto no es descartable, cuando llegó el barco eran casi las once de la noche y el puerto de Dublín es muy oscuro. ¿por qué no pudo bajar Anglés del barco confundiéndose con algún trabajador portuario si además contaba con ayuda de algún miembro de la tripulación al que podría haber sobornado?».

«Nadando era como un pez... ése ha salido, te lo digo yo», opina un amigo

Una fuerza física «brutal»

Igual que dos sabuesos, Martí y Saucedo apuntaron nombres y direcciones, se estudiaron los expedientes policiales de la UCO, los sumarios del caso (incluyendo el llamado Sumario B, una pieza secreta abierta por la jueza de Alcira que investiga la fuga de Anglés y su posible paradero) y siguieron su rastro por Valencia, Cuenca, Madrid, Extremadura, Portugal e Irlanda, en busca de pistas. El libro, que tiene el aire de una 'road movie' en versión literaria, permite pensar que quizá Anglés no muriera tras saltar del 'City of Plymouth' y alcanzara a salvo los espigones del puerto o alguna de las playas cercanas. Entre los testimonios recogidos aparecen los de amigos y exdelincuentes que lo trataron, como Raulillo, colega de la infancia, y 'El Calígula', compinche de fechorías juveniles, que coinciden en la «brutal» fortaleza física de Anglés, en su arrojo, en que no tenía miedo a la muerte, en su instinto de supervivencia, lo que puede explicar los riesgos que encaró en ciertos momentos de su huida, descolgándose de un cuarto piso, escondiéndose en el monte, secuestrando a personas, lanzándose al Atlántico. «Nadando era como un pez, y también era capaz de resistir mucho tiempo bajo el agua. Ése ha salido, te lo digo yo», cuenta Raulillo a los dos periodistas. Las aportaciones de los testigos ayudan a hacerse una idea de la personalidad del individuo que puso en jaque a la Policía y mantuvo en vilo al país hace 25 años: extremadamente agresivo y violento (encadenó a una exnovia a la que sometió a una paliza salvaje, por lo que fue encarcelado); y desalmado y temerario sin límites: su hermana Kelly recuerda, por ejemplo, que Antonio la llevaba de paquete en la moto y se paraba en mitad de la vía esperando a que llegara el tren, apurando hasta el último segundo, sin importarle la vida de ella ni la de nadie.

Pero en esa mente retorcida también cabe un tipo hábil, capaz de improvisar ante situaciones complicadas, un traficante que sólo se drogaba con tranquilizantes y un veinteañero presumido que se gastaba el dinero en ropa cara y que ocultaba una compleja identidad sexual. «No era homosexual como se ha especulado. En todo caso podía ser bisexual. De hecho, tuvo varias novias y con alguna hemos hablado», detalla Martí.

En 'El fugitiu' se suceden los testimonios: los de Kelly, que ahora vive en Nueva York, los de su madre Neusa, los de los guardias civiles, algunos ya jubilados, que le buscaron y los mandos que le siguen buscando; también sorprenden las palabras de la peluquera que le cortó y le tiñó el pelo («vi que tenía arañazos en los brazos, intentó ligar conmigo e insinuó de quedar»), las del taxista que le trasladó a una cabaña en el monte la primera noche de su huida, las del dueño de un hostal que se negó a alojarle, las del hermano del toxicómano portugués que le cobijó antes de embarcarse como polizón en el 'City of Plymouth'.

Pero por encima de todas cobran enorme peso las revelaciones del capitán del mercante, cuyas inquietantes declaraciones (las primeras que realiza a unos periodistas en 25 años) podrían reactivar la investigación del caso, que sigue abierta, la llamada 'operación Deseada', en homenaje a la niña Desirée (María Deseada). Stevens recibió a los dos periodistas en su casa del sur de Inglaterra y allí les narró las últimas horas del prófugo antes de desaparecer tras lanzarse a las aguas de la bahía de Dublín. El marino sostiene que alguien de su tripulación tuvo que ayudarle a escapar del camarote donde estaba confinado. Así lo cuenta: «El 23 de marzo a las 2.45 de la madrugada uno de los miembros de la tripulación localiza al polizón en la cabina de dirección, cerca de la sala de máquinas, y lo trae hasta mí. No hablaba mucho, pensábamos que era portugués porque tenía pasaporte portugués. Lo encerramos con llave en un camarote vacío y con vigilancia cerca. Pocas horas después, aún de noche, se las arregla para salir del camarote y escapar del barco en un bote salvavidas, una barca hinchable que deja caer al mar desde una altura de siete metros. Te aseguro que meterse en un bote tan pequeño en medio del Golfo de Vizcaya es una locura muy arriesgada. Emitimos un mensaje de radio a todos los barcos en la zona. Los franceses (el 'City of Plymouth' navegaba en ese momento en aguas territoriales francesas) mandaron un avión. Lo encontraron en la barca, lo rescataron del mar y lo subieron de nuevo a bordo. Entonces volvimos a meterlo en el mismo camarote. Cerramos las ventanas y las atrancamos por fuera para que no pudiera abrirlas; hicimos lo mismo con la puerta. Era materialmente imposible que él pudiese abrir la puerta desde dentro. Cuando llegamos al puerto de Dublín, las autoridades no tardaron en subir a bordo para llevarse al polizón. De repente me viene el oficial jefe y me dice que se ha ido, pero que la tabla de madera con la que atrancamos la puerta sigue en su sitio. Yo le digo que eso es imposible. No pudo escapar de ese camarote sin ayuda. Alguien tuvo que dejarle salir y recolocar la madera».

La Policía inglesa sospechó de un miembro de la tripulación. Y el capitán también. Es la misma persona que aparece entre los diez nombres que los periodistas muestran al capitán. Pero Stevens no suelta prenda. «No puedo acusar a nadie sin pruebas», se disculpa. «Lo más increíble», apunta Martí, es que nosotros fuimos los primeros en enseñar al capitán las fotos de Anglés que aparecen en los carteles que se distribuyeron por toda España. La Policía nunca le enseñó esas fotos».

Del hilo de este valioso testimonio quiere tirar ahora la Asociación Clara Campoamor, personada en la causa. Su presidenta, Blanca Estrella, estudia ponerlo en conocimiento del juzgado de Alcira donde se sigue investigando el paradero de Anglés. «Ojalá se abra una línea de investigación, porque ahora está en vía muerta», coinciden los dos reporteros.

Las Fuerzas de Seguridad no dejan de buscar al monstruo. Han estado varias veces en Brasil, sobre todo en Sao Paulo, donde nació Anglés y es originaria su madre, en Uruguay, en República Dominicana, en Miami, en Japón y en Francia, donde surgió la última e infructuosa pista hace solo tres años. La cacería continúa.

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