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Almagro, pueblo de capa y espada

Almagro, pueblo de capa y espada

Almagro cifra su pervivencia en los espectadores que acuden a su festival de teatro clásico. El paro y la baja natalidad son su lastre. «El obispo ya no cede un claustro como escenario a raíz de un destape»

ANTONIO PANIAGUA

Lunes, 9 de julio 2018, 08:24

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Almagro es de esos pueblos de cal y sol que se abrasa en verano y tirita en invierno. Pero se puede decir que el municipio manchego ha tenido suerte. Podría haber quedado como una de esas viejas ciudades de paso en las que el automovilista hace una parada para comerse unas migas o unas berenjenas. Sin embargo, ocupa su lugar en el mapa de las guías para viajeros gracias al Corral de Comedias, sede principal del Festival Internacional de Teatro Clásico. Este escenario que data de 1628, el más antiguo de España, vio representaciones en el siglo XVII de Lope de Vega, Mateo Alemán o Tirso de Molina. A punto estuvo de ser derribado por la piqueta, pero hoy es el único de su naturaleza que permanece en funcionamiento y sigue acogiendo representaciones durante casi todo el año. Mientras otros poblachones de La Mancha se desangran por culpa del éxodo rural y la desindustrialización, Almagro busca su salvación invocando la voz de los clásicos, reclamo suficiente para el turista que quiera solazarse también con la vista de sus casas solariegas, palacios, conventos e iglesias. «Los de Almagro van poco al teatro; el público viene de fuera», dice Francisco Romero, que vende entradas para las funciones de fines de semana. Lo hace cuando el festival se marcha a finales de julio y el pueblo queda como lugar de peregrinación de estudiantes, turistas e interesados en la historia.

Este lugar, a unas dos horas y cuarto de Madrid, busca en una nutrida oferta cultural su supervivencia. Atrae a actores, poetas, titiriteros y bufones modernos, sobre todo en verano. Aparte de las comedias clásicas, Almagro acoge un festival de teatro contemporáneo, otro de poesía, un certamen de cine documental y cortos, otro de videodanza, un centro de arte actual, un Museo Nacional del Teatro y un Museo del Encaje. En primavera pululan los juglares, los artistas circenses, los pasacalles, los cuentacuentos y miembros de compañías de teatro ambulante de toda laya. ¿Quiere decir esto que el pueblo se desvive por las artes escénicas y sus gentes? No del todo. «Los actores son jodidos y recelosos. Rafael Álvarez, 'El Brujo', es muy raro. Yo creo que actúa solo porque no le aguanta nadie», dice Domingo Serrano, de 54 años y propietario del bar y restaurante El Gordo.

Bajo el fresco de sus pórticos se encuentra la tienda de Francisco Romero, que vende marionetas traídas de Praga y China -«las chinas me salen más baratitas»- entradas para los espectáculos, imanes, todo tipo de 'souvenirs' y, sobre todo, sus libros. Porque Romero es un prolífico escritor que ha alumbrado 21 novelas, cuatro volúmenes de teatro y uno de relatos. Pese a su querencia por el pueblo, encarna la voz crítica. «De Almagro se dice que es muy buena jaula para malos pájaros. Esto se está poniendo peor que Venecia a causa de la carestía. En cuestión de alquileres, parece que estuviéramos en primera línea de playa», apunta.

«Los vecinos de Almagro van poco al teatro; el público viene de fuera», dice un comerciante

El autor tiene una estrecha vinculación con el Corral de Comedias: ha trabajado como fotógrafo oficial del teatro, es el encargado de la sala y recibe las visitas de escolares. Estaba predestinado para vivir de la escena. «Nací en Torralba (Cuenca), en una casa que luego se ha acreditado con documentación que era un patio de comedias. Luego se usó como corral de mulas, después se convirtió en discoteca y desde hace nueve o diez años ha recuperado la programación teatral».

Dar de comer a los cómicos

En uno de los extremos de la plaza, la estatua ecuestre de Diego de Almagro, conquistador de Perú y capitán general de Chile, vigila los jardines y el paisaje de la plaza. Desde su pedestal atisba el monocultivo de Almagro: los 22 bares que se alojan en torno al teatro, sin contar la máquina dispensadora de bebidas y aperitivos. «Esto difícilmente da para que vivamos todos», dice Toñi, una jefa de cocina.

Pablo Jiménez, que regenta el bar El Quijote Gil, se lo ha pasado muy bien en compañía de los cómicos. «Desde muy pequeño he trabajado dando de comer a la gente del festival, tanto a técnicos como actores. De niño me he metido en los teatros y he tenido la oportunidad de estar con ellos junto a la mesa de sonido, en la tramoya; he visto cómo se cambiaban de ropa. Una vez terminamos jugando al voleibol al amanecer en un bar de copas. A otros me los he llevado a conocer las Lagunas de Ruidera».

Plató de series y películas

Las calles empedradas y casas nobiliarias de Almagro, algunas de fachadas renacentistas y barrocas, han sido visitadas por cineastas con frecuencia. No en balde, Pedro Almodóvar rodó por estos lares 'Volver'. Y TVE eligió este decorado para ambientar escenas de 'El Ministerio del Tiempo'.

Es jueves 5 de julio, el día que se inaugura el Festival de Teatro Clásico, y Gonzalo de Castro toma el aperitivo a la sombra de una terraza con dos compañeros. Ha llegado a Almagro para representar 'El banquete'. Mientras, Carmen Conesa y Arturo Querejeta se alejan de la plaza y enfilan el camino hacia los soportales. Por la tarde Carlos Hipólito recibirá el Premio Corral de Comedias de la presente edición, coincidiendo con sus 40 años de trabajo sobre las tablas. «Estar aquí es un lujo. El público acude como quien va a una fiesta. El verso es una pista maravillosa para despegar y comenzar a volar», dice.

Aquí el Quijote está en todas partes, su escuálida figura se recorta tanto en un mandil que se vende en una tienda de recuerdos como en la silueta metálica que emplea Pablo Jiménez para atraer a la clientela de su bar. Cervantes no hace mención en su novela a Almagro, aunque por fuerza tuvo que pasar por aquí cuando el hidalgo regresaba de Sierra Morena, después de hacer penitencia y esperar la vuelta de Sancho Panza de El Toboso, adonde le envió con una carta para Dulcinea. Almagro era entonces capital del Campo de Calatrava y en ella tenía su residencia el gobernador. En el siglo XVI se asentaron en estas tierras los Fugger, unos banqueros flamencos que se avecindaron en La Mancha para cobrar las ayudas que prestaron al emperador Carlos V.

La dirección del Festival ha topado con la Iglesia. Y ello se ha traducido en que el claustro de los dominicos ya no acoge funciones. «El obispo no quiere desde que hubo un cierto destape, tampoco mucho. El nuevo director ha intentado este año que lo cedieran de nuevo, y a pesar de que se comprometió a llevar a escena textos de Fray Luis de León, dijeron que no», argumenta el concejal de Cultura de Almagro, Pedro Torres.

El Corral de Comedias, que se esconde en un lateral de la Plaza Mayor, fue también mesón y posada. La hermosa plaza, con sus miradores acristalados teñidos de verde y su disposición en forma de galería, está preñada del aire flamenco que trajeron los Fugger.

Almagro sufre el embate del paro juvenil, que alienta la emigración, y una baja natalidad. «Con 9.500 habitantes, andamos por unos 70 nacimientos al año, que es muy poco», sostiene el concejal. Pablo Jiménez denuncia otro problema: «El vertedero de basura es una vergüenza. Cuando viene el aire para acá huele fatal».

Betty Garcés es una soprano que ha llegado de Buenaventura (Colombia) para ofrecer un concierto junto al pianista Alejandro Roca. El recital está integrado por piezas del repertorio clásico e inspiradas en textos de escritores españoles y latinoamericanos del Siglo de Oro. «Es un pueblo encantador, dulce y muy lindo. Esta tradición tan bella de vivir del teatro clásico no se ve en otros sitios».

Luz Palacios tiene una tienda-taller en la calle Capitán Parras donde pinta miniaturas. Esta madrileña se domicilió aquí hace 30 años cuando su marido, médico, vino a trabajar a Almagro. «Es un poco raro venirse a vivir a un pueblo, pero es un lugar muy cómodo y accesible. A mis dos hijas, que hicieron Biología y Magisterio, no les hubiera importado vivir aquí, pero tuvieron que ir a Madrid porque no había trabajo. Tampoco lo hay en Ciudad Real», se lamenta Luz.

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