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Pagar por un empleo

Pagar por un empleo

Nada es igual tras la crisis económica. Ahora vale todo para encontrar trabajo. Hay quien da dinero por un contrato y quien se ofrece gratis por una oportunidad

JAVIER GUILLENEA

Miércoles, 14 de marzo 2018, 08:26

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El mercado laboral bulle en internet. Es un pozo sin fondo de ofertas y demandas de trabajo donde se mezcla gente desesperada con simples estafadores que han encontrado en el dolor ajeno un filón para sus negocios. Allí hay de todo, desde propuestas serias hasta un zoco de contratos que se revenden a inmigrantes necesitados de papeles para demostrar su arraigo social en España. Y también están quienes piden trabajar en cualquier cosa, aunque sea pagando dinero o sin cobrar durante un cierto tiempo para demostrar su valía.

Según un estudio elaborado por la empresa de Recursos Humanos Adecco, «el 20,2% de los desempleados españoles ha recibido alguna oferta laboral fraudulenta en la que le han solicitado el pago de una cantidad de dinero para entrar en un proceso de selección o para conseguir un empleo». Además, «el 12,4% de las personas en paro ha pagado o estaría dispuesta a hacerlo para conseguir un trabajo».

Elena, de 46 años, es una de ellas. «Soy filóloga inglesa con máster en Turismo. Tengo experiencia como maestra, encargada de tienda y recepcionista. Busco un empleo de media jornada. Pago 1.000 euros a quien me contrate». Antes de este anuncio, ella había publicado otros sin éxito. «No me han llamado nunca», reconoce. Fue después de ver en un reportaje televisivo a una persona que ofrecía dinero a quien le contratara cuando se le ocurrió la misma idea. Difundió su anuncio hace dos semanas y hasta ahora, nada. «Nadie me ha contestado, ni siquiera para aprovecharse».

Elena «A mis hijos no les voy a decir que estudien. No vale para nada»

«Empezó con la crisis, pero ahora que la economía se ha recuperado sigue habiendo gente dispuesta a pagar», explica Berta Goiriena, directora de la zona Nordeste de Adecco. Según el estudio de esta empresa, «los ciberdelincuentes parecen haber encontrado un filón en los desempleados más necesitados para obtener unos ingresos extra fruto de sus actividades fraudulentas». «En ningún caso -recalca Goiriena- una oferta de trabajo puede exigir el abono de dinero».

Es lo que hacen quienes ofrecen un contrato a cambio de que el aspirante reciba un curso de formación que, por supuesto, tiene que pagar de su bolsillo. «Algunos cursos pueden costar miles de euros», afirma Goiriena, que insiste en que este tipo de ofertas «son una estafa» en la que puede caer «gente desesperada que no encaja en el mercado laboral» y acaba por agarrarse al clavo ardiendo de empleos más que dudosos.

Lo que no está muy claro es qué ocurre con quienes, como Elena, se ofrecen a pagar dinero a cambio de un contrato. Este tipo de casos se halla en un limbo alegal; hay un vacío en la legislación que es el fruto, según el profesor de Sociología de la Universidad de Valencia Pere Beneyto, de «la creciente desregulación de las condiciones laborales, que ha hecho que se acepte de todo». Incluso trabajar sin cobrar.

«Dispuesto a todo»

«Dispuesto a que me pruebes y si no te gusto, no me pagues. Soy joven, trabajador, responsable y sobre todo honrado, dispuesto a todo», expone Daniel después de hacer un resumen de sus habilidades y su experiencia. «Con ganas de trabajar de camionero, mozo, repartidor, peón o cualquier otro tipo de trabajo», se ofrece.

«Ya he puesto varios anuncios en los que busco trabajo relacionado con el transporte, pero no he conseguido nada. Ya no sé de qué forma ponerlo para atraer a empresarios, por eso me ofrezco gratis, para dar un poco de confianza. Si yo no te gusto o no cumplo, no me pagues», explica. Daniel es de Cádiz, tiene 32 años y lleva cinco sin contrato. «Me van llamando para trabajos sueltos muy malos, casi como si fuera un esclavo -cuenta-. Hace tres semanas estuve con una hormigonera en Algeciras. Me pasaba en un camión desde las seis de la tarde a las ocho de la mañana y me pagaban 60 euros al día sin ningún contrato. Era algo bestial».

«Es indignante», sentencia Beneyto, que pide excusas cada vez que se siente obligado a utilizar «expresiones tópicas». Pero es que no puede evitarlo. «Esto es explotación; parece que volvemos a los inicios de la revolución industrial», asegura. A su juicio, todo llega de la última crisis económica, que, «además del impacto cuantitativo en los empleos, rompió algo en la conciencia social, en la tolerancia hacia el grado de degradación al que se llega en la gestión de las relaciones laborales». Ahora que el trabajo «parece un privilegio y no un derecho, los jóvenes hacen casi todo lo que se les pide». Por eso, añade, «algunos pagan para trabajar y otros lo hacen en condiciones draconianas».

Nueva economía

También están los que viven las dos situaciones a la vez, como muchos repartidores de plataformas 'on line' de entrega de comida a domicilio, tipo Deliveroo o Glovo. Esta última ha comenzado a exigir a sus empleados, a los que denomina 'riders', el pago de dos euros cada quince días para hacerles un seguro de responsabilidad civil en caso de accidentes. Los trabajadores, que viven sometidos a turnos imposibles y se pagan su cuota de autónomos, también se costean la bicicleta o moto que usan para el reparto.

Lo que antes se llamaba trabajo basura ahora se denomina economía colaborativa, que queda mucho más bonito. Los empleados han pasado a ser 'riders' y han alcanzado la categoría de clientes, lo que significa que su relación con la empresa es comercial y no laboral. Al trabajador se le llama proveedor independiente y acuerdo con proveedores al contrato de empleo. Ya no se trabaja 'para' la empresa sino 'con' la empresa, los salarios son honorarios y el despido, una terminación contractual.

Son eufemismos que enmascaran, según Beneyto, «la expresión más visible de la explotación». «La ausencia de normas garantistas nos está retrotrayendo a situaciones de precariedad laboral propias del siglo XIX bajo la parafernalia tecnológica del siglo XXI», apunta. El resultado de este cóctel, sostiene, es una generación de trabajadores que «quedan fuera del radar y de los controles sindicales y la Inspección de Trabajo».

A Daniel, el desempleado que se ofrece a trabajar gratis, le han llamado de «empresas piratas de transportes» para que conduzca camiones con gasóleo B, que está prohibido, y en turnos de hasta 15 horas con el tacógrafo trucado. «Yo les he dicho que por el forro, que no quiero perder mi carné». Él se ha negado, pero no se sabe cuántos habrán acabado aceptando un empleo que puede suponerles su suicidio profesional. Es un mundo fuera del radar por el que los sindicatos pasan de puntillas con el argumento de que no tienen datos.

Daniel «Me llaman para trabajos sueltos, casi como si fuera un esclavo»

«Sí, estoy dispuesto a pagar por un trabajo, es algo que ya he pensado alguna vez», dice Daniel. De momento no lo ha hecho, pero no por algún escrúpulo en especial, sino porque no confía demasiado en los resultados. «¿Quién te va a llamar para eso? El 90% de las veces va a ser una estafa», se teme. Elena, que sí ha dado el paso de ofrecer dinero, aún mantiene esperanzas: «He trabajado de todo, Tengo manos, pies y una cabeza, tengo una carrera que me costó sacarla. Estoy preparada». Pero el teléfono no suena y a ella le entran dudas. «A mí no me parece normal pagar para trabajar, incluso hacerlo gratis lo veo una pasada. Es desesperante ver el límite al que puedes llegar para encontrar un empleo», se lamenta, antes de confesar que a sus dos hijos «no les voy a aconsejar que estudien y estudien. A mí no me ha servido de nada».

Cuando escucha estas palabras, Imanol Zubero, profesor de Sociología de la Universidad del País Vasco, no oculta su perplejidad. «Espero que sea un desahogo porque la formación sigue siendo un activo», afirma. Zubero, que ha analizado el concepto de trabajo decente, reconoce, no obstante, que «antes lo importante era estudiar y esto es algo que se ha roto, lo que resulta demoledor para el tono moral de una sociedad».

Todo por culpa de la crisis. «Además de las consecuencias cuantitativas, ha tenido un impacto casi orgánico que ha debilitado el nivel de tolerancia de la sociedad ante la explotación laboral», afirma Pere Beneyto. Para Zubero, «la precarización se ha convertido en un modo de vida. Antes trabajabas o estabas en el paro, y pensábamos que si tenías un empleo no podías ser pobre, pero ahora hay un espacio intermedio: el de los trabajadores vulnerables». No hace falta ir muy lejos para verlos, están por todas partes. Son los repartidores, los que dejan publicidad en los buzones, los sonrientes jóvenes que nos paran por la calle para hablarnos de ONG o los que dan dinero a cambio de un trabajo. «Mires donde mires, encuentras aspectos oscuros de explotación», dice el sociólogo vasco. Es malo, pero aún hay más. «Ya nos hemos acostumbrado a ver a gente explotada a nuestro alrededor», asegura.

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