Borrar

Los nacionalismos oprimen al pueblo

Pretender que lo mejor para un grupo humano es el individualismo hoy, en la época de la globalización, es una quimera y un riesgo

Guadalupe Muñoz Álvarez

Domingo, 8 de julio 2018, 00:15

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Para conseguir la verdadera liberación del ser humano hay que combatir la idolatría del Estado aunque no es necesario que se realice con un ataque frontal a su estructura, sino de la forma que se ha denominado «de simplificación», procurar que penetre en la sociedad una conciencia que conduzca a no aceptar imposiciones irracionales, aplicando con inteligencia una resistencia pasiva.

La gran mayoría de la gente de bien considera que la ampliación de las comunidades produce mayor libertad para los individuos. Se ha podido constatar que es un error estrechar los límites de la patria, hacerla «más pequeñita». Por el contrario abrir fronteras es enriquecedor y aleja la guerra. Recordemos las ventajas sociales que ha producido la Unión Europea además de 50 años de paz y prosperidad.

La ideología nacionalista trata de imbuir a los ciudadanos de un territorio, la idea de que unas ciertas características les hacen singulares, superiores respecto a los demás. Marx utilizó una frase que se ha repetido con mucha frecuencia: «El nacionalismo es un sistema que utiliza la burguesía para dividir al proletariado». Es exagerada esta afirmación como han demostrado otros grandes pensadores. En realidad lo que importa es poner en evidencia las terribles consecuencias del dogmatismo y rechazar con contundencia las construcciones sociales autocomplacientes. Hay que oponerse a todos los nacionalismos. Las «circunscripciones geográficas» son artificios que reducen horizontes, se alimentan de historias pasadas con las que se pretende inventar una comunidad imaginaria «natural» con derecho a proclamar su peculiaridad. Se trata de crear una historia «inventando» fundadores ilustres, sacrosantos referentes.

Hay grupos que se empeñan en defender que un conjunto de individuos con la misma lengua y cultura tienen derecho a la autogestión que lleva inevitablemente al localismo, creando diferencias absurdas y señalando antagonismos inexistentes, que solo conducen al aprisionamiento de los individuos en un corset y, en definitiva a la violencia contra los que no aceptan sus postulados. Pretender que lo mejor para un grupo humano es el individualismo hoy, en la época de la globalización, es una quimera y un riesgo.

Se ha mantenido que cuando un colectivo avanza hacia la libertad, «va haciendo saltar los cinturones que le han oprimido relegándole a su limitado espacio», sin miras de altura, solo valorando el terruño y no hay más. Un escritor español mantuvo que el nacionalismo se cura viajando. Lo cierto es que quien quiera bien a un pueblo debe velar por hacer cada vez mejor a su nación, ampliando las miradas hacia fuera, actitud que, sin duda, enriquece.

En la obra 'La experiencia dionisiaca del mundo' se expone extensamente la tesis del filósofo Nietzsche: los nacionalistas son «aldeanos» atrincherados en su suelo natal. El ideal es remontar esa limitación y ser escépticos con los dogmas que agrietan, limitan el sentido abierto y expansivo de todos los pueblos. Dice el gran filósofo: «Estamos ante un peligroso delirio de los nacionalismos donde la vanidad de locuaces pueblerinos reclama con grandes gritos el derecho a la soberanía». Intentan y luchan por crear una comunidad imaginaria creyendo ser superiores como plantearon los alemanes Herder y Fichte, doctrina que ha dado tristes resultados, sobre todo en la reciente historia.

Hay que combatir cualquier forma de fetichización y de idolatría de la nación teniendo en cuenta que impermeabiliza la cultura nacional impidiendo el paso a otras corrientes foráneas lo que puede conducir a una «anemia cultural» en tanto que no admite otras formas de desenvolvimiento social. «Es un estado de violencia que una clase minoritaria impone a una mayoría con astucia para mantener su prestigio», sus privilegios y, en definitiva el poder de pequeños grupos. Un peligroso delirio alejado de toda razón, intentando que se declare su nivel superior, imponiendo el derecho a la autonomía y soberanía, alrededor de una comunidad paulatinamente ideologizada planteando la superioridad de la propia nación, incluso de su historia y su genética.

Nietzsche hizo patente su rechazo al nacionalismo que consideró con claridad y contundencia un «cinturón opresor». Su pensamiento sigue muy presente en la actualidad porque se busca la verdad, rechazando el dogmatismo como hicieron tantos filósofos y artistas desde Platón a Miguel Ángel.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios