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Muchas rapaces mueren electrocutadas cuando, al posarse en los postes eléctricos, abren sus alas y rozan con el cable. :: joe klamar/AFP
La muerte, a vista de pájaro

La muerte, a vista de pájaro

Un millón de aves migratorias mueren cada año a su paso por la Península, víctimas de electrocuciones y colisiones con tendidos eléctricos y aerogeneradores

SUSANA ZAMORA

Viernes, 22 de septiembre 2017, 08:34

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No lleva más equipaje que su diminuto cuerpo y un extraordinario GPS basado en su habilidad cognitiva, para determinar la latitud, y su reconocimiento de hábitats, para formarse sus propios mapas mentales. A Goyeneche, un pequeño vencejo de apenas 40 gramos de peso, no le asusta el viaje. Toca abandonar la zona de cría en España, en la que ha pasado las estaciones de primavera y verano, y adentrarse ahora que llegan los meses fríos en el cálido continente africano hasta alcanzar su primera zona de invernada entre Camerún y el Congo. En diciembre se moverá más al este y cuando en febrero emprenda su regreso a la Península, que le llevará tres meses cruzando el golfo de Guinea y el desierto del Sáhara, habrá recorrido en total 20.000 kilómetros.

Como Goyeneche, 30 millones de aves procedentes de toda Europa atraviesan cada año el Estrecho de Gibraltar (uno de los pasos más importantes del mundo en las rutas migratorias, junto con el Estrecho del Bósforo) entre mediados de julio y finales de octubre durante la migración postnupcial u otoñal. Ya han pasado miles de milanos negros, que junto a las cigüeñas negras son los más madrugadores, y en estos días lo hacen una gran variedad de aves rapaces, sobre todo águilas calzadas, águilas culebreras y halcones abejeros. Todas ellas en busca de alimento. Las gélidas temperaturas en algunas regiones hielan el agua y endurecen el suelo, lo que dificulta la búsqueda de comida de estas aves, que se ven obligadas a cambiar de latitudes para sobrevivir.

Dado el minúsculo tamaño de algunas de las 70 especies que cruzan el Estrecho -como el carricerín cejudo, un ave amenazada en Europa, de apenas 10 gramos de peso, que viaja desde sus zonas de reproducción en Rusia y Polonia hasta sus áreas de invernada en Senegal- y la enorme distancia que tienen que recorrer, el periplo migratorio se convierte en un auténtica proeza.

A ello hay que sumar las múltiples amenazas a las que tienen que hacer frente a su paso por España. Muchas son naturales, como las barreras geográficas, la climatología, los depredadores o las dificultades de hallar alimento y refugio en las zonas de descanso. Pero en las últimas décadas, las aves migratorias se enfrentan a otros peligros añadidos por la presencia y la actividad del hombre. Unas veces son los tendidos eléctricos, principal causa de muerte no natural de especies amenazadas como el águila perdicera, o en peligro de extinción como el águila imperial ibérica. En otras ocasiones, el peligro viene dado por la destrucción de humedales, la construcción de carreteras, de parques eólicos, la caza ilegal o el desarrollo de una agricultura intensiva que multiplica los casos de intoxicaciones de rapaces.

Alrededor de un millón de aves mueren anualmente como consecuencia de los tendidos eléctricos, bien por electrocución en los postes o por colisión contra los cables. Desde la Plataforma SOS Tendidos Eléctricos, constituida hace un año por nueve entidades relacionadas con la conservación de la naturaleza, denuncian que la modificación del Real Decreto 1432/2008, que regula la corrección de estas infraestructuras para la protección de la avifauna en España, ha resultado «insuficiente». Alertan de que sólo se aplica en las llamadas zonas de protección o Zepas, que son áreas naturales protegidas para la conservación de determinadas especies en peligro. En cambio, para los científicos del CSIC, la modificación sí representa un paso importante, en la medida en que obliga a las eléctricas a tomar medidas para evitar la electrocución de las aves. «Ahora la Administración puede denegar el permiso para actuar en una línea si la empresa no se compromete a efectuar correcciones», explica Miguel Ángel Ferrer, científico del CSIC y presidente de la Fundación Migres, que se dedica a investigar el fenómeno de la migración de aves y otras especies.

Andalucía fue pionera en regular la construcción de nuevos tendidos y el cambio de los existentes con un decreto aprobado en 1990. «Gracias a esas primeras medidas, se redujo drásticamente la muerte de águilas imperiales. Desde 1993 los accidentes por electrocución han descendido el 82% y hemos pasado de 22 a 110 parejas». Ferrer asegura que las compañías eléctricas suelen cumplir, dado que les interesa por cuestión de imagen y para ahorrarse reparaciones, ya que cuando se produce una electrocución salta el sistema y los operarios tienen que acudir a arreglarlo.

Para la Plataforma SOS Tendidos Eléctricos es fundamental que sean estas empresas, y no las Administraciones, las que asuman el coste de las correcciones. Estas consisten en el aislamiento del cable a ambos lados del poste, para que cuando la rapaz extienda sus alas no se electrocute; en la eliminación de un segundo cable superior, si existiese, y en la señalización con bolas de plástico voluminosas para que los pájaros puedan ver los cables y no choquen con ellos. «Un animal electrocutado tiene sólo un 0,01% de posibilidades de volver a vivir en libertad. Llevo 23 años trabajando en esto y solo he visto a dos aves recuperarse; al resto ha habido que sacrificarlas», afirma Álvaro Guerrero, miembro de Acción por el Mundo Salvaje (Amus).

El caballo de batalla de la plataforma es que se contemple la muerte de aves en tendidos eléctricos en la Ley 26/2007 de Responsabilidad Medioambiental, «de forma que, al igual que quien contamina, paga, las eléctricas asuman su responsabilidad en este problema», explica José Antonio Montero, presidente de SOS Tendidos Eléctricos.

Otro de los grandes peligros a los que se enfrentan, sobre todo, las aves rapaces en su periplo migratorio es la construcción de parques eólicos. No sólo provoca una alteración del medio físico (las aves ya no ven esos territorios óptimos para la reproducción o la alimentación), sino innumerables colisiones, que sólo en 2016 dejaron 100.000 ejemplares muertos en toda España. «Pese a todo, son menos dañinos dado que su cantidad es muy inferior a las decenas de miles de kilómetros de tendidos eléctricos que tenemos», apunta Javier de la Puerta, biólogo de SEO BirdLife.

La probabilidad de que las aves colisionen con los aerogeneradores depende de la especie, la topografía del lugar y la meteorología. Un estudio realizado por Miguel Ángel Ferrer deja constancia de que «no hay parques eólicos peligrosos, sino que el peligro lo entrañan aerogeneradores concretos». «Las aves se mueven siguiendo corrientes de aire por donde les cuesta menos volar, pero esto no lo sabíamos cuando se construyó el primer parque eólico de España en 1988, en Tarifa. Cinco años más tarde había 20 parques más y sus 120 molinos mataban 700 pájaros al año», explica Ferrer.

El criterio que se aplicaba no tenía en cuenta la velocidad del viento, que es determinante para el paso de las aves. Aún hoy, hay comunidades que siguen sin asumir este criterio para autorizar un parque eólico. El Plan de Vigilancia Ambiental, que contempla la contratación de vigilantes para ralentizar las aspas cuando se aproxima una rapaz, permitió reducir la mortalidad en un 65% con una pérdida ínfima de producción de energía, el 0,07%. En la actualidad, el equipo de Miguel Ferrer trabaja, junto con el Instituto de Microelectrónica del CSIC, en el desarrollo de un prototipo para que, al detectar la proximidad de un ave, el aerogenerador se ralentice automáticamente.

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