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Un puñado de estudiantes contra la dictadura

Un puñado de estudiantes contra la dictadura

Así lo vivió España ·

La dictadura franquista ahogó el intento español de replicar en las aulas las protestas del 'Mayo francés'. Pero no del todo. Una pequeña élite de estudiantes movilizados dio más de un quebradero de cabeza al régimen. No hubo grandes protestas en la calle: el miedo a la represión era una realidad entonces. Pero sí cierre de fábricas y facultades, hasta que en el 69 se declaró el Estado de Excepción. Así se vivió el 'Mayo español'

Rocío Mendoza

Madrid

Jueves, 10 de mayo 2018, 09:55

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«La Junta de gobierno de la Universidad ha decidido la suspensión de las clases. Las incidencias llegaron a su punto más tenso cuando los estudiantes ocuparon durante cerca de 12 horas el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras, de donde fueron desalojados por la fuerza pública pasadas las diez y media de la noche. (…) Con esta «encerrada» los estudiantes se proponían solicitar la puesta en libertad de los ocho estudiantes detenidos por celebrar una reunión clandestina. (…) A última hora de la noche, se personaron en la facultad numerosos padres que subieron al aula magna para hacer salir del recinto a sus hijos. (…) Agotados todos los procedimientos, a las nueve de la noche, varias secciones de la Policía Armada penetraron en la facultad de Filosofía e invitaron a los reunidos a salir. A todos les fue retirada la documentación».

Hace 50 primaveras de esta crónica sobre altercados en la Universidad. Corría mayo del 68 y las protestas estudiantiles alcanzaban su punto álgido en un París paralizado a golpe de barricadas y cargas policiales. Era la mítica revuelta de una juventud que pedía más libertad y un cambio de paradigma social. Una generación que, con el tiempo, y sin haber llegado a lograr una auténtica revolución, pasó a formar parte de la Historia. Pero este relato periodístico de la época no habla de las aulas de la Sorbona parisina. Es un texto del diario ABC de Sevilla, donde se informa de la ocupación de la Facultad de Derecho de la capital andaluza, en protesta por la detención de ocho alumnos que celebraron una asamblea no autorizada. No era Francia, era España en el 68. Y como en Sevilla, los teletipos de la época -recogidos tímidamente por la prensa- dieron cuenta de las «sentadas de Estudiantes en la Universidad de Granada», las manifestaciones en Pamplona de «más de quinientos estudiantes» que acabaron en detenciones, de los asaltos a los despachos de los decanatos de Madrid, de las asambleas clandestinas que se contagiaron a La Laguna, Oviedo, Zaragoza, Bilbao, Santiago de Compostela, Salamanca, Barcelona... De la conflictividad que, en suma, también se vivió en la España del 68 en el seno de la Universidad. Fue a menor escala y a manos de una élite movilizada. Pero no por ello menos significante. Porque, de alguna manera, y a pesar de la represión de la dictadura, el 'mayo del 68' también fue español.

Para buscar un relato realista de lo que ocurrió en las facultades españolas, donde se intentó emular a los colegas franceses, las hemerotecas son aliadas, pero solo a medias. La situación política española no permitía una gran diversidad de planteamientos en la prensa, a pesar de que ya no era tan monolítica. Ya regía la Ley de Prensa del 66, que suponía una importante apertura hacia la libertad de expresión. Eso sí, muy matizada: aún existía la obligación de depositar en el Ministerio de Información y Turismo diez ejemplares de lo impreso media hora antes de su puesta al venta. El objetivo era tener la posibilidad de secuestrar la publicación a tiempo si se veía oportuno. «Curiosamente, el 68 fue el año en el que fueron registrados más expedientes incoados a medios y sanciones: 210 y 91 respectivamente», recuerda Patricia Badenes en su trabajo de investigación sobre el 'Mayo francés' en la España del 68, publicado ahora por Cátedra. La agitación social internacional recorría el mundo y había que informar de ello: desde las manifestaciones contra la guerra de Vietnam de Estados Unidos a la 'Primavera de Praga' y cómo no, París... ¿Pero y qué pasaba con lo que ocurría en España?

«Lo paradójico de todo aquello, es que a pesar de que éramos una protesta estudiantil con un alcance limitado, la dictadura mostró su miedo al contagio»

Jaime Pastor, activista estudiantil en el 68

Las fuentes directas son las que ofrecen el mejor relato de aquel movimiento. Jaime Pastor, profesor de la facultad de Políticas de la Universidad Complutense de Madrid -ya jubilado-, es una de ellas. Él fue uno de los estudiantes movilizados políticamente que formaba parte de aquella minoría que puso en jaque la paz, ya no de la Universidad, sino del gobierno franquista. No en vano tuvo que exiliarse con 22 años. «Las asambleas, la fundación de un sindicato democrático, los actos de protesta... Todo lo hacíamos en el contexto de una dictadura, donde no era posible ejercer la libertades democráticas fundamentales. No estábamos en un momento de grandes movilizaciones contra el régimen, pero sí había ya un movimiento obrero (las Comisiones Obreras comenzaban a abrirse camino en distintas partes del Estado), había un sector de la intelectualidad que se había alineado en contra y lo paradójico es que a pesar de que éramos una protesta estudiantil con un alcance limitado, la dictadura mostró su temor al contagio», recuerda Pastor.

Las medidas que tomaba el Gobierno entonces perseguían abortar cualquier atisbo de revuelta: la creación de la Policía de Orden Universitario (POU), el Tribunal de Orden Público (TOP), el cierre continuo de facultades tras cada síntoma de subversión, asamblea o manifestación, los expedientes sancionadores, los de expulsión y hasta las detenciones de los cabecillas del movimiento... Todo para que ninguna revuelta saltase los muros del ámbito universitario. Francisco Franco Salgado-Araujo, primo del caudillo, recogió en un libro de memorias sus conversaciones privadas con él. El citado trabajo de Patricia Badenes recoge algún fragmento en el que habla de los hechos: «El dictador ve a algunas madres como las culpables de la neutralidad de sus hijos. Según él, la gran masa de estudiantes y de profesores no colabora con las fuerzas públicas y con el Gobierno y se deja manipular por una minoría roja revoltosa que actúa a las órdenes del Partido Comunista». Así los denominaba: minoría roja revoltosa.

El germen de la izquierda española

Su análisis político no era muy certero. Sí que eran una minoría. Muy joven y todos estudiantes. Pero en realidad era crítica con los partidos comunistas. Estos defendían un modelo soviético y, justamente en aquel verano del 68, la Unión Soviética invadió Checoslovaquia para acabar por la vía represiva con la 'Primavera de Praga'. En Francia, tampoco se identificaban con el Partido Comunista francés. De hecho, este partido fue visto como el que frenó la gran huelga general del día 13 de mayo, cuyas bodas de oro se celebran el próximo domingo día 13.

Más que comunistas, aquellos grupos fueron el germen de la izquierda que luego nació y creció en España. «Fue una generación más a la izquierda de las que surgieron antes, como la del 56 que era solo antifranquista. La del 68 fue más allá. Es antiautoritaria. Introduce otros elementos. Va compartiendo ese gran rechazo que marca el 68 al sistema vigente. Bajo la dictadura no había ni siquiera un estado del bienestar. Lo que queríamos era luchar por las libertades y por otro modelo de sociedad», recuerda el profesor universitario.

Estos anhelos se traducían en actos de protesta en la universidad y en la movilización para fundar un órgano de representación diferente. Lo que se quería era un sindicato democrático (SDEUM, entonces), alternativo al oficial. Finalmente se logró. Y, a pesar de ser ilegal, contaba con un gran apoyo. No todos los estudiantes estaban movilizados, ni mucho menos organizados políticamente, pero sí querían otra forma de Universidad, sin cátedras vitalicias y más abierta. «El sindicato también estaba sensibilizado con otros temas, como la solidaridad con Vietnam. Organizábamos recitales o actos con intelectuales en defensa de la libertad de la cultura», apunta Pastor.

En este contexto se produjo el acto cumbre del 'Mayo español', que quedó como símbolo del movimiento estudiantil: un concierto que el cantautor valenciano Raimon, uno de los exponentes de la canción protesta de la época, dio en el hall de la Facultad de Políticas y Económicas de la Universidad Complutense de Madrid, hoy edificio de Geografía. Miles de estudiantes abarrotaron los tres pisos del edificio, a pesar de ser un acto clandestino. Las proclamas a favor del Ché de las pancartas y contra de la dictadura no dejaban lugar a dudas de su tono. Las mismas letras de Raimon, con su famoso 'Al Vent', ya era un gestos subversivo que el régimen no podía permitir. Mientras en el interior la emoción del momento crecía, la Policía a caballo rodeaba el campus. Cuando acabó el concierto, salieron los estudiantes en manifestación y «allí se vio la brutal actuación de la Policía» para disolverlos, recuerda Pastor. La masa de estudiantes llegó a cortar la carretera de La Coruña y colocaron barricadas en las avenidas próximas a las facultades. Durante la noche siguieron manfiestándose en distintos puntos de la ciudad. Las crónicas de la época solo hablaban de cómo la «fuerza pública disolvió rápidamente a los revoltosos». Decían que eran un millar... Pero el número de detenciones que hubo entonces fue «indeterminado».

El objetivo de aquellos grupos radicalizados era ir con su discurso más allá del ámbito universitario y, sobre todo, contagiar al movimiento obrero. Estos últimos no eran una élite como ellos. En aquellos años sólo los hijos de clase media estudiaban a ese nivel. Los obreros eran la gran masa a la que aspiraban movilizar. José Luis Villalta, miembro fundador de Comisiones Obreras y exlíder sindical de la fábrica Pegaso de Madrid, recuerda cómo los estudiantes visitaban la fábrica Pegaso donde trabaja para ver de qué forma podían dar charlas sobre lo que significaba el 'Mayo francés'. Él y sus compañeros, también movilizados políticamente, fueron pioneros del movimiento obrero español. Y, como Pastor, también reconoce que la influencia del 'mayo' (como lo llaman) «fue sólo para iniciados». No hay que olvidar que la huelga y la organización sindical eran ilegales.

«Los estudiantes visitaban la fábrica Pegaso para ver de qué forma podían darnos charlas sobre lo que significaba el 'Mayo francés'»

José luis villalta, líder sindical de pegaso en el 68

Sí que consiguieron parar la fábrica con varias huelgas. Pero la respuesta era la misma: se cerraban y se despedía a los instigadores. En el 68 precisamente, Pegaso, que era de titularidad nacional (Empresa Nacional de Autocamiones, se llamaba), sufrió un cierre tras una huelga del 100% de la plantilla. Era la segunda, sufrió otra en el 65 y posteriormente en el 70. «Pero no lograron descabezar el movimiento obrero», recuerda Villalta. Estos cierres respondían también a la estrategia de la dictadura de evitar el contagio a otras fábricas del país dónde también había agitación obrera: Cataluña, País Vasco y Asturias principalmente.

Las manifestaciones en la calle tampoco eran multitudinarias. «Había miedo real. Era muy difícil movilizar a la gente», recuerda el sindicalista ya jubilado. Sin ir más lejos, su forma de manifestarse era, cuanto menos, singular. «Las manifestaciones del 1 de mayo se hacían en Atocha. Había un despliegue policial tremendo y estaban prohibidas, pero se hacían de la siguiente manera: aprovechábamos los pasos de peatones, donde nos agolpábamos si se ponía el semáforo en rojo, a pesar de que la Policía intentaba disolvernos. Allí, el grupo saltaba a la calzada y gritaba consignas de libertad... Y salíamos de nuevo corriendo», describe con gesto de resignación. No se podía hacer mucho más.

La represión del régimen fue en aumento durante aquel año. En verano se aprobó la ley de Bandidaje y Terrorismo y este tipo de actos, que desde el prisma actual difícilmente serían entendidos como terrorismo, pasaban a ser juzgados por el tribunal militar. Muchos activistas se exiliaron. El punto y final a aquel 'mayo español' y la escalada de la represión franquista lo puso la muerte de Enrique Ruano. Estaba acusado de lanzar propaganda de Comisiones Obreras a la vía pública. En su detención por la Brigada Social, falleció tras ser arrojado por una ventana de su casa. La versión oficial, publicada en los diarios de la época a través de un comunicado oficial en portada, hablaba de que se suicidó porque tenía problemas con la novia y con un amigo. Después de aquello, sumado a los primeros asesinatos de ETA, el 29 de enero del 69, se volvió a decretar el Estado de Excepción.

«La defensa de la unidad e integridad nacional y el mantenimiento del orden público y de la paz social aconsejan arbitrar en cada momento los medios necesarios para salvaguardar aquellos valores intangibles solemnemente proclamados por los Principios del Movimiento Nacional y nuestra legislación fundamental. Recientes acontecimientos han puesto de manifiesto tendencias y acciones encaminadas a atacar la seguridad de la Patria, por lo que resulta urgente la adopción de las medidas jurídicas más adecuadas al restablecimiento de la paz social perturbada», versaba el BOE de aquel día. A partir de entonces todo de forma más clandestina. Las acciones se hacían de forma relámpago y por sorpresa. Era un contexto de mayor represión y finalmente logró ahogar el movimiento estudiantil.

En España se corrieron riesgos reales. Había más miedo que barricadas. Y solo unos pocos dieron el paso de exponerse a perder su trabajo o tener que dejar su país y a su familia. ¿Sirvió de algo todo aquello? Lo cierto es que es difícil encontrar en aquella generación, que ahora está jubilada, a personas que no muestren una decepción real. Incluso los muy movilizados, como Villalta, lo reconocen: «Mi generación se iba a comer el mundo pero todo se quedó en nada». Este mismo sentimiento es el que vivió la sociedad francesa una vez sofocadas las protestas de aquel mayo y diluidos en partidos acomodados los líderes más incendiarios. En España, este estado de ánimo es lo que en Política se llamó luego 'el desencanto de la transición'. «Las grandes expectativas que se pudieron en aquel mayo no se alcanzaron».

Otros, sin embargo, prefieren tener una mirada menos pesimista al respecto. Badenes, la citada investigadora, considera que «sin la oposición estudiantil y obrera al régimen franquista el paso a la transición política no hubiera sido, probablemente, tan exitoso. Aunque no acabaron directamente con el régimen de Franco, claro está, el largo camino emprendido determinó que, tras su muerte, fuera inviable la prolongación de este sistema político por otros medios».

Pastor añade: «Toda aquella generación abrió una brecha, generó un subsuelo propicio para que posteriormente se desarrollaran el movimiento feminista, el pacifista, el ecologista... Y evidentemente, abrió una corriente dentro del movimiento obrero que quiso ir más allá del sindicalismo tradicional».

Ante la pregunta de si ha servido, este profesor, desde su perspectiva de jubilado, tiene claro que sí. «Siempre queda la memoria, la experiencia, el aprendizaje de los errores y lo conseguido. Siempre hay un fruto. Lo que queda es esa memoria de las luchas, de la indignación y de seguir luchando por un mundo mejor», conclye.

Esa generación que creció en este contexto, que tiene grabado todo aquello en su ADN, es la misma que ahora, pasados cincuenta años de aquella primavera mítica, ha salido a la calle para reclamar, ya como jubilados, una subida de las pensiones dignas y, sobre todo, para defender la permanencia de este sistema. Y lo han logrado. Al menos, por ahora. La presión ha sido tal, sobre todo en el País Vasco, donde las luchas obreras de la reconversión industrial que vivió esta comunidad en los 80 están en la mente de todos los jubilados que han salido a la calle, que el Gobierno cambió de discurso y aprobó la subida que reclamaban. «Nos hemos vuelto a reconocer en la calle. Pero ahora somos más». Ahora lo hacen por sus nietos. Y en el 50 aniversario de aquellas revueltas tienen algo que celebrar.

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