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¿Qué ha pasado hoy, 18 de abril, en Extremadura?
El sector salinero emplea a cerca de 2.000 personas de forma directa. :: r. c.
¡Más sal!, es el invierno

¡Más sal!, es el invierno

Esta temporada, 364.000 toneladas se dedicarán a combatir los problemas que provocan el hielo y la nieve en las carreteras españolas. Nada como un buen temporal para cuadrar las cuentas de las salineras

IRMA CUESTA

Domingo, 21 de enero 2018, 10:55

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En la salinera de Torrevieja llevan días sin dar abasto. Cualquiera que se acerque a la planta alicantina puede entretenerse contando el número de camiones que hacen cola junto a los muelles esperando a que les llenen la panza para poder salir pitando.

Si en esta empresa, la mayor del país, producen habitualmente cerca de cien toneladas de sal al día para destinarlas al deshielo, en estas semanas han llegado a salir hasta mil por jornada. Normal. Nadie quiere que se repita un incidente como el que a comienzos de año dejó atrapados en la AP6 a miles de viajeros. Ni el Ministerio de Fomento, ni las administraciones autonómicas y locales, ni las empresas que se encargan de gestionar las autopistas privadas parecen estar dispuestas a que el próximo temporal les pille con los tanques de sal vacíos.

Sólo Fomento usa 160.000 toneladas de sal al año para atender los 26.395 kilómetros de carreteras que están bajo el paraguas del Estado, que este año gastará cerca de diez millones de euros en esa sustancia blanca. Los datos confirman que, frente a los inconvenientes que a los responsables de la red viaria les trae el invierno, a las salineras un buen temporal les viene de miedo.

Un buen negocio

Aunque ha habido años complicados, las salineras españolas viven uno de sus mejores momentos ayudados en parte por esa demanda de sal para las carreteras a las que destinan el 7% -entre 300.000 y 550.000 toneladas- de los 5,2 millones que producen al año.

Y es que, aunque algunos colectivos ecologistas se queden afónicos denunciando los problemas que genera su uso y muchos conductores de zonas de montaña lamenten el daño que le hace a sus vehículos, los productores aseguran que es la mejor forma de evitar problemas y prevenir accidentes. De hecho, lo primero que te explican en la Asociación Ibérica de Fabricantes de Sal (Afasal) es que todo son ventajas si, durante semanas como éstas en las que media España se tiñe de blanco, uno quiere tener la fiesta en paz.

Previene o derrite el hielo y la nieve de forma eficiente, hay mucha y siempre está disponible; es barata, fácil de almacenar y de manipular y se aplica de forma sencilla; no es tóxica y su impacto medioambiental es mínimo cuando se utiliza y almacena adecuadamente. Esa es la larga lista de razones que enumeran los portavoces de Afasal para explicar por qué las carreteras de medio mundo siguen cubriéndose de sal cuando el invierno aprieta, mientras se apresuran a contestar a colectivos como Ecologistas en Acción, que cada invierno despliega una campaña denunciando su uso.

Frente a los conservacionistas, que aseguran que, entre las especies que más sufren con la sal, además de la vegetación, están la trucha (propia de agua dulce) y varios anfibios porque su piel sensible les hace vulnerables, los fabricantes defienden una realidad completamente distinta.

«La sal para deshielo no supone un impacto medioambiental siempre que sea utilizada de forma segura y responsable. Siguiendo los códigos de buenas prácticas establecidos, los profesionales y organizaciones dedicados al mantenimiento invernal de las diferentes infraestructuras aseguran que es utilizada selectiva y adecuadamente. Además, el cloruro y el sodio son omnipresentes en todo el hábitat de la Tierra y sus fuentes son ubicuas. Son constituyentes esenciales en todos los organismos vivientes. Su toxicidad, en consecuencia, está fuera de lugar, a diferencia de otros elementos no básicos de la naturaleza», afirma Juan José Pantoja, director gerente de Afasal. También apunta que los países nórdicos, pioneros en el desarrollo de la conciencia ecológica en todo el mundo y sufridores pacientes de inviernos crudísimos, son los principales usuarios de cloruro sódico para deshielo.

Por si eso fuera poco, Pantoja opina que es importante saber que, en la planificación de las estructuras viarias, los diseñadores pueden definir desde el proyecto inicial qué tipo de vegetación es la más adecuada para utilizar en los laterales de los viales. «También pueden diseñar las carreteras de forma que la sal no se deslice hacia los cursos de agua cercanos, y un entrenamiento adecuado de los profesionales del mantenimiento invernal de las infraestructuras viarias es fundamental», afirma. Asegura que gobiernos como el suizo han llevado a cabo numerosos estudios sobre las consecuencias de la aplicación de cloruro sódico y el resultado mostró que el impacto en los acuíferos y aguas subterráneas es ínfimo debido a su utilización de forma escalonada en el tiempo.

Lo que nadie cuestiona es que la accesibilidad y el precio (unos 70 euros la tonelada) son razones con suficiente peso como para seguir usando la sal. Especialmente cuando experimentos para sustituirla como el realizado hace poco en Canadá no parecen dar muy buen resultado. Los canadienses trataron de reemplazar la sal por el jugo de remolacha cuando una empresa de Ontario, donde las temperaturas pueden alcanzar los treinta grados bajo cero en un mal invierno, se percató de que, una vez extraído el azúcar, el jugo no se congelaba. Parecía la solución perfecta: biodegradable, seguro para la salud, barato (la tonelada no sube de diez euros) y capaz de soportar, mezclado con algo de sal, hasta -28°. Habría sido el hallazgo de la década si no fuera porque no derrite el hielo, solo evita que se forme, y además huele fatal.

El fracaso ha dejado el asunto aparcado hasta nueva orden y las autoridades han tenido que ingeniárselas con alternativas más ecológicas que la sal, pero veinte veces más caras. Cualquier cosa menos dejar el asunto de lado: hace unos años, cuando se prohibió su uso, los accidentes de tráfico se dispararon.

En el año 2016 se produjeron en el mundo cerca de 300 millones de toneladas de sal. El mayor productor es China, con cerca de 58 millones de toneladas, seguido por Estados Unidos, con algo más de 42 millones. En Europa, Alemania, con 12,5 millones de toneladas anuales, encabeza el ranking.

Según los datos que maneja la Asociación Ibérica de Fabricantes de Sal, la producción anual de sal en España se sitúa en torno a los 5,2 millones de toneladas, de las que unos 1,5 millones son de sal marina, 2 millones de salmuera, 800.000 toneladas de sal de mina, 600.000 de sal flotada y 300.000 de sal vacuum. El sector emplea a cerca de 2.000 personas y factura alrededor de 200 millones.

de la producción nacional se dedica al deshielo de carreteras y viales; en torno al 50% se destina al sector químico y otras industrias; cerca de un 4%, a la producción alimentaria (para sal de mesa, conservas, salazones, precocinados y otros), al tratamiento de aguas y a las exportaciones; el resto tiene diversos destinos.

El Ministerio de Fomento gastará este año alrededor de diez millones en sal para las carreteras. Por su parte, la comunidad del País Vasco cuenta con un aprovisionamiento de 22.740 toneladas de sal que le costará 1,3 millones de euros. El Gobierno aragonés desembolsará esta temporada otro millón para mantener nutridos los silos de sus servicios de conservación de las carreteras autonómicas.

Aunque parezca que las administraciones gastan ingentes recursos en sal para limpiar las carreteras en invierno, todas ellas han echado sus cuentas y llegado a la conclusión de que cualquier otro arreglo haría un agujero más grande en el monedero común. Una tonelada de sal sale por unos 70 euros, y es mucho más barata que alternativas como, por ejemplo, el acetato de calcio o el magnesio.

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