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Enfermedades naturales y enfermedades iatrogénicas

Los datos y estadísticas nos dicen que las sociedades actuales del mundo rico están altamente medicamentadas y la OMS ha alertado varias veces del elevado consumo de analgésicos y otros medicamentos de uso cotidiano, indicando que las muertes por abuso de estas medicinas superan en algunos países a las muertes producidas por el consumo de drogas ilegales

Luis Fernando López Silva

Martes, 28 de noviembre 2017, 00:09

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Desde finales del siglo XIX los sistemas de salud se fueron implantando poco a poco por todos aquellos países que orbitan en torno al llamado mundo occidental. Un poco más tarde en otras naciones. Estas mejoras sanitarias en la población fueron consiguiendo aumentar la natalidad y la calidad de vida en todo el tramo vital de la población, y a la vez, reducían la mortalidad tanto infantil como adulta. Hoy día estos índices son inmejorables y hay que darse la enhorabuena por la labor realizada. Sin embargo, no todo lo que reluce es oro en el sector sanitario pues como en todos los sitios existen variables que no se controlan por ignorancia, negligencia, intereses empresariales, dejadez o falta de recursos humanos o materiales.

El caso de las enfermedades iatrogénicas es una de esas variables que a los sistemas de salud siempre les ha costado regular. Sobre todo desde que la industria farmacéutica consiguió la mayoría de edad en los años cincuenta, pues los sistemas de salud y la misma praxis médica han basado gran parte de su labor en la prescripción masiva de medicamentos, una labor, que no está exenta de riesgos, tal y como evidencian la multitud de casos registrados de estas prácticas médicas en una mayoría de países, que han inducido a pacientes a grandes sufrimientos e incluso la muerte.

En España tenemos el caso de la talidomida y otros muchos. La última noticia que ha tenido un gran eco mediático sobre este tipo de hechos es la relacionada con la epidemia de adictos a los opiáceos producida en los Estados Unidos debido a la prescripción masiva de medicamentos contra el dolor unas décadas atrás, convertido ya en una crisis nacional de salud. Esta epidemia comenzó silenciosamente con recetas de oxicodona, hidrocodona y fentanilo prescritas supuestamente de buena fe por los sanitarios y apoyadas por una campaña publicitaria gigantesca por parte de las grandes farmacéuticas que convencieron a la comunidad médica y a la población de que estos medicamentos no tenían efectos secundarios.

Ahora, a todos aquellos que consumían estos medicamentos se les ha retirado o no los pueden pagar y la adicción es tan brutal que salen a la calle a buscar sustitutos como la heroína y otros opiáceos, provocando hasta 19.000 muertes anuales accidentales por sobredosis. Y por supuesto, aumentando las arcas del narcotráfico, que hacen su agosto con los drogadictos que el mismo sistema de salud norteamericano ayudó a generar. Todo un desastre que durará décadas en corregirse. Este ejemplo es perfecto de una enfermedad iatrogénica, es decir, aquella que ha sido originada por la comunidad médica y farmacéutica para curar o mitigar una enfermedad de carácter natural, psicosocial o profesional.

Los datos y estadísticas nos dicen que las sociedades actuales del mundo rico están altamente medicamentadas y la OMS ha alertado varias veces del elevado consumo de analgésicos y otros medicamentos de uso cotidiano, indicando que las muertes por abuso de estas medicinas superan en algunos países a las muertes producidas por el consumo de drogas ilegales.

En nuestro caso, España es el segundo país del mundo en el ranking de consumo de fármacos (ansiolíticos analgésicos…), lo que indica que tarde o temprano habrá que lidiar con un problema de enfermedades iatrogénicas.

La hipermedicación y la automedicación producen en la Unión Europea alrededor de 197.000 muertes al año por reacciones adversas a tratamientos con fármacos. Es una cultura nociva que se ha extendido como la peste y que infravalora los potenciales riesgos para la salud del abuso continuado de estos químicos medicamentosos. Tanto es así, que muchas de estas medicinas la población las considera ya como un artículo de consumo más, pues de hecho se venden en muchos supermercados de países europeos sin receta médica.

La presión de la industria farmacéutica es clave en todo este embrollo, pues su poder para influir a nivel político, sanitario, científico-investigador y publicitario es muy elevado, determinando en gran medida los enfoques y usos de la medicina actual. Un ejemplo recurrente de esta influencia fue la consecución de modificar los niveles de colesterol alto de 250 a 200 mg/dl, lo que reportó y reporta ingentes beneficios a estos conglomerados farmacéuticos.

La previsión a futuro es que con el envejecimiento de la población en los países desarrollados el negocio a nivel global aumente en torno al 20% con cifras mareantes. Es decir, la enfermedad convertida en puro negocio. Todos estos hechos muestran que los humanos en su carrera hacia el bienestar están desatendiendo los riesgos crónicos y mortales que conlleva la ingesta de medicamentos de forma inadecuada y en edades cada vez más tempranas. Un caldo de cultivo perfecto para que las enfermedades iatrogénicas se puedan convertir en una epidemia a gran escala. ¡Otra gran paradoja de la modernidad!

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