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Agustín Rodríguez, el cura de la Cañada Real, en un paraje del poblado madrileño sembrado de basuras. :: alberto ferrreras
La cruz de la escombrera humana

La cruz de la escombrera humana

En la Cañada Real, el mayor supermercado de la droga en España, se suceden chalés de clase media con chabolas miserables. «Hace poco nos pusieron pasos de cebra», dice Agustín Rodríguez, el cura del poblado

ANTONIO PANIAGUA

Martes, 19 de junio 2018, 09:10

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En la Cañada Real coexisten sin mezclarse demasiado gitanos y payos, marroquíes y rumanos, narcopisos y chalés rumbosos, chatarrerías y cuadras de caballos, albañiles y especuladores, vertederos ilegales y calles limpias, el ramadán y la Virgen del Rocío. En los 14,4 kilómetros de esta antigua vía pecuaria se abre un costurón de pobreza extrema y chabolas que es tenido por el mayor supermercado de la droga de España. Este poblado donde se hacinan 8.000 personas está todo cableado de fibra óptica. Telefónica llegó al convencimiento de que le era más barato a la larga recurrir a este material que hacer frente a los continuos robos de cable de cobre. No hay un día igual a otro en la vida de Agustín Rodríguez, el cura de la Cañada Real, de 55 años y que trabaja desde hace once en este asentamiento levantado a las bravas. A él se acerca desde el yonqui que carece de cama donde dormir hasta el vecino que tiene una víbora en el baño de su casa, pasando por el que está privado de suministro eléctrico. «La parroquia está abierta a los drogodependientes. Organizamos encuentros donde pueden charlar, desayunar, ducharse y hasta echar una cabezada», dice este sacerdote, que militó en el movimiento estudiantil y la izquierda alternativa y de ahí ingresó en el seminario.

Para enterarse de las tribulaciones de los vecinos, el cura Agustín Rodríguez lo que hace es pasear. Ahora va en coche porque acaban de quitarle un clavo de una pierna a raíz de una lesión que sufrió practicando aikido, un arte marcial que le sirve para desfogarse. Los veranos suele viajar a Perú para adentrarse en grutas arqueológicas. Porque la espeleología es su otra gran pasión. Tan pronto le para un gitano para que su hijo, condenado por tráfico de drogas, pueda hacer labores de reinserción social en la parroquia, como se para a charlar con otro que le pide ayuda alimenticia. «Cuando nos pusieron pasos de cebra en la Cañada, hace tres meses, sentimos que empezábamos a ser algo».

Durante décadas, desde los años cuarenta y cincuenta, cuando se construyeron las primeras viviendas a base de estacas, arpillera, uralitas y ladrillos de adobe, hasta ahora, las administraciones han mirado para otro lado. Otros barrios de Madrid nacieron en mitad de escombreras y basura hasta cambiar su faz y convertirse en lugares atildados y respetables. La Cañada Real no. Este arrabal se encuentra tan sólo a 20 minutos de la Puerta del Sol en coche. Discurre por una franja variopinta donde residen gentes de clase media. Pero a medida que uno se adentra hacia el sur, el paisaje urbano se degrada, aflora la delincuencia y se hacen presentes miembros del lumpenproletariado. Dividida en seis sectores que colindan con los municipios de Coslada, Madrid y Rivas, la Cañada Real es un paraje donde la venta de heroína ha hecho estragos. Desde que desaparecieron los poblados chabolistas de La Celsa o las Barranquillas, el sector 6 acaparó el negocio del menudeo. Las autoridades estiman que en este sarpullido al este de Madrid se venden 12.000 dosis al día.

El cura Agustín, once años en la Cañada, practica aikido y le apasiona la espeleología A veces las chabolas arden porque las ratas se comen el plástico de los cables de la luz

El sector uno transcurre por calles asfaltadas y con aceras, calles sembradas de casas bajas y chalés con ínfulas, donde a veces ondea incluso alguna bandera española contra el independentismo. Se gún se avanza se pueden ver naves industriales, cascotes de infraviviendas demolidas, caminos polvorientos y chabolas que aparecen como supuraciones bajo ciclópeas torres de alta tensión. Otras casuchas se deslizan a pocos metros de las vías del AVE. El problema de la droga está lejos de resolverse. «El consumo de heroína está incrementándose. Si hay demanda, necesariamente tiene que haber venta. El sentimiento de decepción y fracaso, la impresión de que no hay muchas salidas, está resurgiendo», se lamenta Rodríguez.

Por los alrededores de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada merodean los drogadictos de aspecto desastrado. El gramo de cocaína anda por los 50 euros, la micra de heroína se vende a cinco y el 'manchado' (mezcla de ambas sustancias) a diez. En este confín las 'cundas', los llamados taxis de la droga, arriban desde el centro de la ciudad para trasladar a clientes con ganas de colocarse. El viaje les sale por 15 euros.

En los años ochenta y noventa algunos se forraron haciendo enganches ilegales al suministro de agua y luz. Uno de ellos es Juan José Escribano, que conectó unas 700 viviendas a las redes. Cobraba 150.000 pesetas por pinchar la canalización del agua y 300.000 por la de la luz. En el pasado, las administraciones tenían en mente erradicar por completo la Cañada Real y, en coherencia con esta idea, se abstuvieron de dotar de equipamientos a una población que se pensaba realojar. Al mismo tiempo, Escribano montó un vertedero ilegal que le clausuraron. Por cada vertido se embolsaba 20 euros. El comisionado del Ayuntamiento de Madrid para el poblado, Pedro Navarrete, cree que Escribano pudo embolsarse con el vertedero, que acabó ardiendo hace tres años, un millón de euros.

Aprovechando la poca capacidad reivindicativa de habitantes vulnerables y desinformados, han ido naciendo especuladores que alquilan casetas de obras a cambio de 150 y 300 euros al mes, habitáculos en los que viven muchos inmigrantes. Pese a que nadie tiene títulos de propiedad sobre terrenos ni viviendas, los poseedores de fincas parcelan terrenos y fabrican casas que se van subarrendando. Todo ello ha generado un lío jurídico difícil de desembrollar. «Bastantes viviendas podrán ser legalizadas en un futuro, porque todo está en estudio. Pero no se salvarán las casas del sector 6, incompatible con el uso habitacional, las levantadas en el cauce de arroyos o cerca de carreteras e infraestructuras», aduce Rodríguez. «En la parroquia tenemos contrato de luz, pero no de agua, de modo que no tuvimos más remedio que pinchar, porque el Canal de Isabel II no te hace una acometida. O estás sin agua o la pinchas ilegalmente».

400 caballos

Al calor de las necesidades de sus moradores, ha ido creciendo una economía pujante, la mayor parte de las veces sumergida, de pequeñas tiendas de alimentación, plantas de producción de grava y arena, talleres mecánicos, cerrajerías, chatarrerías, comercios ambulantes de ropa y una importante cabaña equina que algunos cifran en 400 ejemplares. En la fiesta del Rocío, promovida por algunos devotos de la Virgen, se pueden llegar a juntar unos 200 caballos.

En medio de este paisaje hay evangélicos de la Iglesia de Filadelfia, cuya feligresía se compone de gitanos españoles; rumanos ortodoxos, y musulmanes que cumplen los dictados del ramadán y que disponen de tres mezquitas y un oratorio. Los católicos son una minoría. A la misa de los domingos viene gente de otros barrios comprometidos con la actividad de la parroquia y un par de familias de la Cañada.

Muy cerca del vertedero de Valdemingómez emerge El Gallinero, una costra de chabolas pobladas por unas 200 familias rumanas de etnia gitana en donde las condiciones de vida de los niños no difieren demasiado de las imperantes en Burkina Faso o Nigeria. Aquí sobreviven los más pobres de entre los pobres. La buena noticia es que unas 150 familias van a ser realojadas. Algunas veces las chabolas arden de manera espontánea porque las ratas se comen el plástico de los cables de enganche a la luz. Entonces salta la chispa y las llamas arrasan con todo.

Al final de la Cañada, más allá, las chabolas están completamente aisladas. Cuando llueve es difícil llevar a los niños a la ruta escolar. Porque aunque en el poblado no hay escuelas, la inmensa mayoría de los menores están matriculados en colegios de municipios y barrios cercanos. Estos días, las lluvias primaverales han convertido esta zona en un vergel donde es posible solazarse con la observación de aves. «En este vertedero social también hay zonas muy bellas», argumenta el animoso cura de la Cañada.

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