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El conflicto como crisis y como oportunidad

Hoy la gente considera que intercambiar ‘memes’ o frases lapidarias en twitter o en un grupo de whatsapp es una forma de participar en la vida social. Pienso que no, antes al contrario. Las nuevas tecnologías permiten una mayor interacción, pero no una mejor relación: no dan espacio para la deliberación, no podemos comprender gestos ni posiciones, no ahondan en la empatía, no cultivan la diversidad ni el entendimiento

Ángel Calle Collado

Sábado, 18 de noviembre 2017, 23:27

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LOS conflictos nos permiten reparar y aprender, alejándonos de colapsos y de precipicios. Tanto si vemos una gotera física en nuestra casa, como una grieta en relaciones que apreciamos, generalmente, emprenderemos acciones para que aquello no vuelva a ocurrir, al menos que no nos dañe más con sus efectos. Sirve de poco tratar de meter los conflictos debajo de la alfombra: terminan explotando con más vehemencia.

¿Qué hacer? La experiencia nos sirve como horizonte para pensar nuestro caminar. A diario enfrentamos muchas situaciones de tensión, a veces se resuelven, a veces no. Podemos aprender de las situaciones positivas en las que hemos desarrollado empatía y hemos construido nuevos marcos para el entendimiento. El sociólogo noruego Johan Galtung realizó en el siglo pasado considerables aportes para entender y resolver conflictos. Galtung miraba el conflicto como crisis y como oportunidad. El riesgo es quedarse en la epidermis o en las (sobre)actuaciones que buscan ganar la atención de un cierto público. Los conflictos persisten sobre todo porque no cambiamos actitudes (el otro es culpable de todo) ni causas (enfatizamos desencuentros pero no por qué se reproducen). Nos aferramos a lo superficial, yo diría a lo video-visibilizado en esta sociedad enferma de imágenes repetitivas, cuando los conflictos tienen un mar de fondo, una estructura latente. María Eugenia Rodríguez Palop, jurista extremeña y profesora de filosofía del Derecho, enfatiza la necesidad de empatía y de vernos como interdependientes para poder avanzar en una justicia reparadora, que coloque los cuidados de las personas y de nuestro entorno en el centro de la política. Propone avanzar en una democracia de más calidad: valorar más la vida y apostar más por el diálogo desde espacios incluyentes. Así mismo reforzar y animar la construcción de comunidades que se conviertan en ‘grupos inteligentes’, que diría el psicólogo Fernando Cembranos: aquellos que evitan instalarse en la dicotomía A frente a B; y se esfuerzan en construir un lugar C (un argumento, una propuesta, una acción) que nos pueda incluir, respetando la diversidad.

Cuando sobrevienen bloqueos sociales, la apelación a la violencia no es un buen recurso, postulaba Gandhi. Pero la no visibilización de conflictos latentes es también una forma de violencia, añadía Galtung. Hoy la gente considera que intercambiar ‘memes’ o frases lapidarias en twitter o en un grupo de whatsapp es una forma de participar en la vida social. Pienso que no, antes al contrario. Las nuevas tecnologías permiten una mayor interacción, pero no una mejor relación: no dan espacio para la deliberación, no podemos comprender gestos ni posiciones, no ahondan en la empatía, no cultivan la diversidad ni el entendimiento. Esta ‘subpolítica de los memes’, como yo llamo, es un sucedáneo de interacción social. Por ejemplo, han acabado reforzando un choque territorial, liderado institucionalmente por élites conservadoras que, como se dice vulgarmente, parece una competición de «a ver quién la tiene más larga». Estoy hablando claro está del impulso y las reacciones en torno a la iniciativa soberanista catalana. Todo parece reducirse a un Madrid-Barça. En los «diálogos» se estereotipa la realidad al máximo, suprimiendo pluralidades o matices que beben de una diversidad real de Cataluñas o de Extremaduras: ideológicamente, rural/urbana, de acuerdo a una posición socioeconómica, etc. Se fomenta la acción en pos de alguna tribu (amiga/enemiga), no de un entendimiento. Se vuelan puentes a la menor oportunidad. Y, fundamentalmente en este caso, se obvia el derecho a expresarse y decidir de comunidades o pueblos.

Pero no hay que irse tan lejos, pues la irrupción de conflictos latentes hará saltar otras alarmas en buena parte de este país. En Extremadura, por ejemplo, tenemos muchos retos por enfrentar, muchos conflictos que se están agrandando de forma subterránea. Por citar algunos: el impulso de economías extractivas (de campamento minero) de fuerte impacto ambiental y que agrandan las desigualdades; la creciente creencia de que el masivo acceso a internet significa el desarrollo de personas más autónomas, creativas y empáticas; el desastre medioambiental que supone el aumento de temperaturas, la alteración de los ciclos del agua y la erosión tóxica de los suelos; la no superación de actitudes y entornos marcados por el machismo; el no entendimiendo de que la diversidad de culturas (extremeñas o venidas de fuera) es una riqueza.

Estamos necesitados y necesitadas de (re)construir lazos sociales. Y si son próximos mejor. Desde ahí, desde el tacto físico, ético y emocional podremos satisfacer necesidades, conservar bienes comunes y solventar los conflictos que vengan, en lugar de levantar cortinas de humo. O, lo que es peor, tildar los conflictos de irresolubles y aceptar sin más la irrupción de situaciones de violencia. No nos merecemos eso.

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