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Escenas de pánico. Unas estudiantes huyen de la Columbine High School, la escuela en la que, en 1999, se produjo uno de los episodios más trágicos. Dos alumnos mataron a doce compañeros y un maestro. :: ap
Campus de batalla

Campus de batalla

Estudiantes españoles describen el clima de miedo e indignación que impera en las universidades norteamericanas tras la masacre de Parkland, donde un joven perturbado sembró de cadáveres un centro la pasada semana

IRMA CUESTA

Lunes, 26 de febrero 2018, 10:14

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Cuando a las dos y veinte volvieron a sonar las alarmas, Patricia se extrañó. Aquella misma mañana habían participado en un simulacro de incendio y, desde que ella había llegado a la escuela de secundaria de Parkland, Florida, nunca se habían producido dos en un mismo día. Aún así, cumpliendo con el protocolo, echó un vistazo a los cinco chavales que la acompañaban en clase y caminó con ellos hacia la zona de seguridad que se les había asignado en una esquina del parking de profesores. Fue al llegar allí cuando escuchó a un miembro de la dirección del centro gritar: «¡Código rojo!, ¡código rojo!». «Inmediatamente nos dimos la vuelta, echamos a correr y regresamos al aula. Bloqueamos la puerta, apagamos las luces y nos alejamos de las ventanas. Estuvimos en una esquinita de la clase durante diez o quince minutos esperando que alguien por el megáfono dijera que era una falsa alarma o que todo había terminado. No tuvimos ni idea de lo que de verdad estaba sucediendo hasta que una de las alumnas puso la televisión en el móvil. En ese momento, mientras veíamos las noticias, comenzamos a escuchar helicópteros y sirenas. Estaba claro. Aquello no era un simulacro».

Cuando confirmaron que había un tirador en la escuela, Patricia y sus alumnos decidieron meterse en un cuartito-almacén que hay en el aula, apagar la ubicación de los móviles y permanecer allí a la espera de acontecimientos. Fue entonces cuando la profesora escuchó a Emily, una de sus alumnas, decir: «Si creéis, hay que rezar».

Las tragedias se acumulan. Imágenes del tiroteo en un instituto de Nuevo México
Las tragedias se acumulan. Imágenes del tiroteo en un instituto de Nuevo México A.P.

Ni en el peor de sus sueños pudo imaginar Patricia Rivas (Calahorra, 1976) que aquel día, hace apenas diez, se convertiría en testigo de excepción de la enésima masacre cometida en un centro escolar en Estados Unidos. Hoy, mientras despide a los alumnos que nunca más volverán a clase, consuela a sus padres, atiende a los agentes del FBI que investigan el suceso y trabaja para que el martes la normalidad vuelva al centro, aún se pregunta cómo es posible que algo así suceda en uno de los lugares más ricos y avanzados del planeta.

«Los jóvenes están decididos a cambiar las cosas... y pueden conseguirlo»

Patricia Rivas Profesora

A este lado del Globo, en donde -salvo en películas- muy pocos hemos oído hablar de un código rojo, es difícil comprender qué lleva a un muchacho como Nikolas Cruz a volver a su antiguo instituto armado hasta los dientes, descerrajar más de 100 tiros y arrancar la vida a 17 personas. Tan complejo de entender como que el fin de semana pasado, tres días después del atentado de Florida, ese Estado acogiera uno de los grandes eventos armamentísticos del año.

Por más que cada poco tiempo un loco armado siembre de cadáveres e indignación un recodo del país, lograr que los norteamericanos limiten la posesión de armas, algo tan íntimamente ligado a su historia como el banquete de Acción de Gracias, parece complicado. Y eso que, solo en lo que va de año, son ya 18 los tiroteos en centros escolares. La única esperanza, aseguran los expertos, es que el movimiento iniciado por estudiantes y padres de las víctimas de Palkland, una suerte de cruzada contra las armas que gana adeptos a medida que pasan las horas, logre lo que hasta ahora ha sido imposible.

«Hay zonas de EE UU en las que no pueden imaginar una vida sin armas»

Carmen Alvera | Estudiante

Ni siquiera el lamento de Andrew Pollack, padre de una de las víctimas de Florida -«Mi hija no tiene voz. Recibió nueve disparos en el noveno piso», gritó-, parece haber hecho mella en los millones de socios de la Asociación Nacional del Rifle, un todopoderoso grupo de presión que se opone a todos los intentos de controlar las armas en EE UU y que acostumbra a donar cantidades ingentes de dinero para encumbrar a uno u otro candidato a presidente (proporcionó más de 30 millones de dólares a la campaña electoral de Trump) para asegurarse su apoyo. Lejos de eso, el actual inquilino de la Casa Blanca, aunque esta semana ha admitido estar dispuesto a plantear que se eleve de 18 a 21 la edad apta para comprar un arma, considera una buena idea que algunos profesores, debidamente entrenados y armados, se conviertan en una suerte de guardianes de su centro... a cambio de cobrar un incentivo. Su propuesta ha llevado a muchos a poner el grito en el cielo, pero es aplaudida por un sector que mueve más de 31.000 millones anuales y pretende engordar aún más la cuenta de resultados. ¿Mucho dinero? No tanto si se tiene en cuenta que, según datos de la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos de EE UU, en el país hay 64.747 vendedores de armas. Es cuatro veces más fácil toparse con un escaparate sembrado de AR-15, el fusil de asalto que utilizó el asesino de Florida, que con un McDonalds, y hasta seis veces más que con un Starbucks.

Aunque no hay una cifra oficial exacta sobre cuántas armas atesoran los estadounidenses -los intentos de establecer un censo son sistemáticamente rechazados por la Administración-, se calcula que podrían ser nueve por cada diez ciudadanos, incluidos ancianos y bebés. Hace unos años, el Servicio de Investigación del Congreso estimó que había unas 340 millones repartidas entre una población de 321 millones de habitantes. Aunque no llegan al 5% de la población mundial, ellos solitos poseen casi la mitad de las armas de propiedad civil del planeta.

«Este es uno de los momentos más difíciles de mi vida. Me siento traumatizado»

Alfonso Calderón | Alumno

«Imposible no sentir miedo»

Carmen Alvera (Santander, 1996) todavía recuerda cuando hace solo unos meses, saliendo de una discoteca, creyó estar escuchando el ruido de unos fuegos artificiales. «Poco después, cuando íbamos camino del campus, nos enteramos de que se había producido un cruce de disparos». Estudiante de Psicología en la Pittsburg State University de Kansas, reconoce que cuando ocurre algo como lo sucedido la semana pasada en Florida es inevitable sentirse preocupado. «Por el país, porque piensas: es un lugar fantástico, pero... ¡esto es de locos!, y también por tu propia seguridad. Es imposible no tener miedo. Especialmente si vives aquí, en el Medio Oeste, donde todo nos recuerda a 'True Detective': los pueblos, las carreteras, las casas... y sabes que en todas ellas tienen pistolas o rifles que en España, salvo que tu padre sea cazador de elefantes, solo hemos visto en películas».

Carmen asegura que no en todo el país tienen la misma opinión y relación con las armas, pero que hay zonas en las que no podrían imaginar una vida sin ellas. «Al poco de llegar te das cuenta de que forman parte de la cultura nacional. En lugares como Kansas, y en general en todo el Medio Oeste, están convencidos de que, lejos de ser un problema, tener armas está relacionado con la libertad. Desde los orígenes de EE UU, la defensa de la propiedad privada ha sido algo intocable. Durante décadas, la única manera de asegurar esa defensa era con armas de fuego. Aquello se convirtió en tradición y se ha ido transmitiendo de generación en generación», explica.

Los alumnos salen en fila del campus de Parkland tras la amtanza
Los alumnos salen en fila del campus de Parkland tras la amtanza AFP

Ella lamenta que, en su campus, lo sucedido en Florida apenas ha suscitado un «tímido» debate. «Un profesor hizo un comentario en el sentido de que quizá sea conveniente reconsiderar la ley, pero muy por encima. Mientras los europeos nos llevamos las manos a la cabeza, ellos lo ven como la obra de un loco. Han interiorizado que el problema es el tipo, el sujeto desalmado que se convierte en asesino, no el uso de las armas. De hecho, en este campus estudiantes y profesores las pueden llevar, siempre que no estén a la vista. Cuando les preguntas cómo puede permitirse algo así y les explicas que en Europa se consideraría una auténtica locura, te contestan que esa es la mejor manera de que, si ocurre algo como lo que ha pasado en Florida, uno pueda defenderse».

«Fusiles a partir de ahora»

Está claro que la idea de los gobernantes de Kansas la comparte gran parte del pueblo norteamericano. «¡Fusiles a partir de ahora!», pidió solemne hace solo un par de días Scott Israel, el jefe de la Policía del condado en donde se produjo el miércoles de la pasada semana la tragedia. «Tenemos que ser capaces de derrotar cualquier amenaza en las escuelas». El objetivo, dice, es «enfrentar el poder de fuego con poder de fuego» cuando ya nadie pone en duda que los centros escolares norteamericanos se han convertido demasiadas veces en una suerte de campo de batalla. Shannon Watts, fundadora de Moms Demand Action, una fundación que lucha contra la proliferación de armas de fuego, ha contado ya 291 tiroteos en escuelas desde el comienzo de 2013. Y la mayoría de estos casos, salvo desastres de las magnitudes del sucedido en Florida, ni siquiera aparecen en los titulares de la prensa nacional.

«Si creéis en algo, es el momento de ponerse a rezar»

Emily | Alumna

Hay quien incluso ha echado sus propias cuentas y puesto sobre la mesa un resultado aún más demoledor: según Everytown for Gun Safety, otra organización de control de armas, habría un tiroteo escolar a la semana. De poco ha servido que, desde hace ya más de una década, los norteamericanos decidieran organizarse para hacerles frente.

Desde 2002, una serie de colores, que van del verde al rojo, sirven para catalogar el nivel de alerta terrorista en Estados Unidos. La escala completa consta de los siguientes colores: verde (alerta débil), azul (moderada), amarilla (elevada), naranja (muy elevada) y rojo (alerta máxima), y cada uno de ellos lleva asociada una serie de medidas de seguridad concretas. Un protocolo que nació después de que, tras los atentados del 11-S, muchos ciudadanos se quejaran de la falta de coordinación entre las diversas agencias de información, la Policía, el Ejército y diferentes departamentos gubernamentales.

Foto de una estudiante en la masacre de Paducah
Foto de una estudiante en la masacre de Paducah AP/AFP

El día 14, en Parkland, se siguieron al milímetro los requerimientos de un código rojo. Un manual que obliga al centro a cerrar completamente todos sus edificios, mantener a los maestros y estudiantes en las aulas o en áreas seguras, alejados de las ventanas y puertas previamente cerradas. El procedimiento, dictado por el Departamento de Defensa Nacional de los Estados Unidos, establece también que, una vez recuperada la normalidad, los padres de familia pueden acceder a sus hijos bajo supervisión muy estricta tras ser identificados por los oficiales y personal de la escuela.

Las escuelas llevan décadas multiplicando los procedimientos de alerta y los ejercicios de entrenamiento tratando de enseñar a los alumnos cómo reaccionar ante un individuo armado que dispara a ciegas a todo lo que se le pone por delante. Especialmente desde la masacre de Columbine (Colorado) en 1999, en la que murieron trece inocentes y los dos asesinos.

Campaña juvenil de desarme

Lo que nunca había surgido hasta ahora es un movimiento juvenil como el que, bajo la bandera del Never Again, recorre estos días el país clamando por unas nuevas leyes que replanteen las relaciones de EE UU con las armas. Ya hay quien asegura que esta vez puede conseguirse, por más que vaya a resultar complicado, porque no solo se enfrentan a la Segunda Enmienda, ese artículo de la Constitución norteamericana que legitima su uso, sino a la poderosa Asociación Nacional del Rifle.

Hoy, en la escuela de Parkland, alumnos, profesores y padres rendirán un nuevo homenaje a los muertos y tratarán de consolar a sus familias. Mañana solo los maestros acudirán al trabajo y el martes se retomarán las clases. Patricia Rivas no puede ocultar el orgullo que siente por esos chavales del colegio que, armados de indignación y tristeza, han demostrado estar dispuestos a sacarles los colores a cualquiera y a no descansar hasta tener la sensación de que la muerte de sus colegas no ha sido en vano. Mientras eso ocurre, el resto del mundo seguirá llevándose las manos a la cabeza y ellos permanecerán en un intermitente código rojo.

Kentucky

A las ocho de la mañana del pasado 23 de enero, un estudiante abrió fuego en su escuela del condado de Marshall, en Kentucky. Mató a un chico y una chica, ambos de 15 años, como él; 14 más resultaron heridos.

Michigan

Un hombre se suicidó con un arma en una escuela primaria el 3 de enero de este año.

Nuevo México y California

Tres personas fallecieron y una docena resultaron heridas en un tiroteo en una escuela de educación secundaria de Aztec el pasado 7 de diciembre. Días antes, un tiroteo cerca de la escuela de primaria de Tehama (California) dejó seis muertos.

Texas

El 3 de mayo de 2017, un hombre armado entró en la Universidad de North Lake, asesinando a un estudiante.

Alumnos de la escuela elemental Sandy Hook de Connesticut son evacuados después de que un joven armado matara a 27 personas el 14 de diciembre de 2012
Alumnos de la escuela elemental Sandy Hook de Connesticut son evacuados después de que un joven armado matara a 27 personas el 14 de diciembre de 2012 REUTERS

Españoles en América

Ángel Cabrera, un 'teleco' formado en la Politécnica de Madrid y el único español que desempeña el cargo de rector de una universidad norteamericana, asegura que la razón de su exitosa carrera al otro lado del océano hay que buscarla en la sólida formación que recibió en su país. Máximo responsable de la George Mason University de Virginia, es uno de los miles de españoles que un buen día hicieron las maletas decididos a completar sus estudios en Estados Unidos. Desde que Cabrera (Madrid, 1967) partió hacia el Nuevo Continente con solo 24 años, el número de españoles que ha seguido su estela, y la de todos aquellos que le precedieron, no deja de crecer.

Durante el curso 2016-2017, 7.164 jóvenes españoles realizaron algún tipo de estudio en Estados Unidos. Según un informe publicado por el Institute of International Education, esa cifra supuso un incremento del 7,9% respecto al año anterior y confirmó una tendencia que los representantes de Education USA en España creen que está directamente relacionada con la inmensa oferta académica (hay más de 4.500 universidades) y la enorme flexibilidad y diversidad de opciones de los cursos que se imparten. Con eso, y con la certeza de que sigue siendo un valioso aditamento para los profesionales de todo el mundo incluir en su currículum una estancia en cualquiera de sus centros.

En España, las universidades no ocultan que desde hace años han situado su relación con los centros norteamericanos en la categoría de preferencial. Efrem Yildiz, vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad de Salamanca, un campus que lleva más de un siglo conectado con América, opina que un estudiante de nuestros días no puede entenderse fuera de ese contexto. «El enriquecimiento es incuestionable a todos los niveles, y nuestra relación con los centros norteamericanos no puede ser mejor», afirma.

La Universidad de Cantabria también está entre las tres españolas que, en relación al volumen de alumnos, más estudiantes envían cada año, y están orgullosos de ello. «Desde hace más de dos décadas ha sido una prioridad del área de Relaciones Internacionales. Quizá por eso hoy podemos enviar a nuestros alumnos a universidades del prestigio de Princeton, Cornell o Brown. Cuidamos ese intercambio y tratamos de que vaya creciendo cada año», asegura Teresa Susinos, vicerrectora de Internacionalización de la UC. El estudiante que decide marcharse a Estados Unidos, apunta, tiene un perfil determinado. «Para empezar, hay que tener en cuenta que las universidades norteamericanas exigen un nivel acreditado de inglés muy alto sin el cual es imposible plantearte entrar. También supone un esfuerzo económico, quizá más alto que el de una estancia en Europa, aunque la Universidad de Cantabria ayuda con una beca. El objetivo es apoyarles en la medida de lo posible y a todos los niveles que estén a nuestro alcance».

La realidad es que, aunque al estudiante español que cursa un año en EE UU de la mano de su universidad le baste su matrícula española para cubrir la de allí, hay que sumar los viajes de desplazamiento, la estancia (alojamiento y comida) y el seguro. Unos quince mil euros que, además, uno debe acreditar como disponibles antes de que le admitan en ninguna residencia. Visto así, es fácil entender que los estadounidenses estén encantados con la idea de acoger españoles. En 2016, según datos del Departamento de Comercio, contribuimos a apuntalar su economía con casi 32.000 millones de euros en este concepto.

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