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‘Anti-ageing’ y edadismo

Estamos padeciendo una nueva patología social como es el edadismo, como consecuencia de estereotipos y prejuicios al hecho natural de ser mayor que discriminan a buena parte de la ciudadanía senior. La edad provecta parece no estar de moda

Santiago Cambero Rivero

Lunes, 7 de agosto 2017, 23:05

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Cuando llegan estas fechas me enternecen aquellas vivencias de la niñez y la adolescencia junto a familiares adultos siempre atentos a las necesidades de quien no paraba de juguetear hasta que caía rendido en manos de Morfeo cada noche de verano. Sueños, fantasías, fábulas..., moralejas relatadas por mis abuelas y abuelos queridos, además de mis progenitores, que supieron formarme en valores de igualdad y solidaridad como persona, ahora próxima al medio centenar de años. Es cuando aprecias la más valiosa herencia intangible de tus parientes adultos, quienes quizás ya no estén entre nosotros, pero que perviven en cada una de las enseñanzas recibidas para pensar, sentir y actuar como cada cual es.

Somos el resultado de procesos vitales de intercambio intergeneracional de conocimientos y emociones, en estado puro de altruismo humano, que ha favorecido nuestra supervivencia como especie capacitada para afrontar los desafíos continuos en sociedades cambiantes. La edad siempre ha representado la experiencia de vida en las personas, pues la categoría senior simbolizaba la sabiduría transmisible a las generaciones jóvenes; aunque en ocasiones no sea reconocida, ni valorada justamente por propios y ajenos, como sucede en la actualidad.

Hoy impera una tendencia social a la juvenilización que proyecta un halo positivo a todo «lo joven», de modo que concursamos por ser y parecer jóvenes con cuerpos rejuvenecidos por aumento de pecho o de pene, liposucciones, abdominoplastias, botox, lipoesculturas o rinomodelación. Igualmente, nos interesamos por los gustos ‘trending topic’ de los ‘millennials’ e ‘iGen’ o Generación Z para adoptar estilos de vida ‘cool’. En definitiva, se pretende ir a contracorriente con el paso de los años como si se tratara de un estigma social a combatir desde cada trinchera generacional. No es cuestión de diferencias entre personas de distintas cohortes de edad, siempre presente a lo largo de la evolución de la Humanidad, sino del podio dominante de valoración social según la fecha de nacimiento.

Cada día proliferan más y más investigaciones «científicas», principalmente en el campo de las Ciencias de la Salud, que ofrecen resultados sobre los beneficios de los supuestos tratamientos anti-edad aplicados en centros especializados por doquier, tras pago previo de cheque o tarjeta de crédito. Un lujo al servicio de una élite adinerada a escala global, ya que el resto nos conformamos con pintar canas y recubrir arrugas con ungüentos etiquetados como ‘anti-ageing’ en las grandes superficies comerciales.

Este hecho social refleja las paradojas existencialistas contemporáneas, normalizando que cualquiera pueda ser ‘fashion victim’. Desconozco la cifra de adeptos a esta religión estética que no es nueva, pues su origen histórico se remonta a tiempos de la insigne Cleopatra, pero si se reconocen personajes coetáneos cuya fe ciega en estos métodos antinatura les causa un trastorno obsesivo compulsivo que puede conllevar el efecto contrario a la mejora de la imagen pública, incluso a la autodestrucción. Lo patético es que estos rejuvenecidos se conviertan en nuevos ídolos para masas sociales acríticas respecto a estas conductas obscenas y degenerativas, muy alejadas de los beneficios saludables que surte la buena práctica de hábitos de envejecimiento activo.

Sin duda, la mayoría social suele negar su reconocimiento como adulto mayor, a pesar de ser un grado superior de experiencia respecto a noveles en cualquier organización, ya sea social, educativa o laboral. Nuestro país, con 43 años de media de edad, es el décimo país del mundo con la población más envejecida, según datos de la ONU, que nos situamos cuatro años por encima de la media de edad de la Unión Europea, que es de 39 años. El Viejo Continente envejecerá progresivamente en las próximas décadas hasta erigirse como el «Longevo Continente», donde España alcanzará la expectativa de vida de 83,47 años en hombres y 88,07 años en mujeres en 2030, según el Padrón Continuo de habitantes del INE.

Este contexto socio-demográfico emergente influirá cada vez más en la economía, en particular, en el sistema público de pensiones y sobre el gasto sanitario y la dependencia. Así, el reto demográfico se ha incorporado a la agenda política de España, y también debiera en comunidades como Extremadura por su decrecimiento o crecimiento natural negativo (diferencia entre los 8.755 niños nacidos durante el pasado año y el número de defunciones de 11.172 con saldo vegetativo negativo de 2.417). Es la oportunidad para diseñar estrategias que eviten los efectos productivos y reproductivos de la despoblación o la desertización demográfica de determinadas zonas en nuestra comunidad, que necesitan de apoyos urgentes para su dinamización demográfica.

Concluyo esta reflexión iniciada con reminiscencias de la infancia y avalada con datos demográficos, que tienen en común la edad, o mejor dicho, las edades a lo largo del ciclo de vida humana. Estamos padeciendo una nueva patología social como es el edadismo, como consecuencia de estereotipos y prejuicios al hecho natural de ser mayor, que discriminan a buena parte de la ciudadanía senior que se empodera para reivindicar su rol social, más allá del seno familiar. La edad provecta, la madurez, la veteranía, lo pretérito, lo vetusto, la ancianidad..., parece no estar de moda como expliqué, lo que obliga a usar antídotos desde la educación para el envejecimiento en los primeros ciclos hasta la convivencia intergeneracional en nuestros hogares familiares. Por suerte, aún quedan septuagenarios y octogenarios con nombres propios que estén revolucionando el arte, las ciencias, las religiones, las finanzas o la política, entre otros ámbitos de una sociedad para todas las edades y las generaciones, como meta social.

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