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¿Es un anciano?

¿Es un anciano?

Los mayores de 65 se rebelan contra un término con el que no se sienten a gusto. En el pasado quedó aquella imagen de abuela enlutada, con el pelo blanco recogido en un moño y apoyada en un bastón. «Hoy muchos están en su mejor momento», dicen los sociólogos

SUSANA ZAMORA

Martes, 23 de enero 2018, 08:13

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Asus 67 años no admite que la llamen anciana. La palabra tiene un tufo negativo, asociado al deterioro y la incapacidad, que no le gusta nada. «Estoy en plenitud de facultades, con algún achaque que otro, pero que no me limitan en absoluto», sentencia Carmen García. Hace dos años, la jubilación la apeó de la carrera profesional tras toda una vida dedicada a la enseñanza. «En aquel momento, tuve que encontrarme a mí misma; la sociedad ya no me percibía tan útil ni tan productiva y noté un cambio en la consideración social», recuerda. Hoy es presidenta de la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (CEOMA), donde defiende el importante peso social de este colectivo, «valioso y creciente» desde un punto de vista demográfico y que afecta directamente al diseño de las políticas públicas, a los costes sanitarios, a las previsiones de envejecimiento y a la propia percepción social de las personas mayores.

Los sexagenarios de hoy nada tienen que ver con los de hace unas décadas (la esperanza de vida en 1960 era de 69 años; hoy es de 83) y los criterios hasta ahora utilizados para considerar a una persona mayor ya no se corresponden con la imagen real del envejecimiento. Entonces, ¿a qué edad es una persona anciana? Tradicionalmente, se han tomado los 65 años, porque es un umbral fijo que coincidía con la edad de jubilación. Fácil de calcular, universalmente conocida y utilizada por estudios y leyes sin ser cuestionada. Sin embargo, esta edad cronológica no tiene en cuenta las mejoras actuales en las condiciones de salud, ni la tasa de discapacidad de las personas mayores, ni una esperanza de vida cada vez mayor. «Si en vez de utilizar este umbral fijo de la vejez, establecemos un umbral móvil usando la esperanza de vida, se corrige una parte de esos inconvenientes. Es lo que se conoce como edad prospectiva».

Según este criterio, recogido en el estudio 'Un perfil de las personas mayores en España, 2017. Indicadores estadísticos básicos', realizado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), uno sería viejo 15 años antes de morir. Por tanto, en España, que es el segundo país (detrás de Japón) con mayor esperanza de vida (80,4 los hombres y 85,9 las mujeres), la ancianidad llegaría a los hombres a los 65 años y a las mujeres, a los 70.

Elisa Chuliá Socióloga de la UNED «Nadie llamaría hoy anciano a alguien de 65 o 70 años salvo grave deterioro» José Antonio López Trillo Geriatra «Hay gente que los criminaliza por 'comerse' los recursos del bienestar»

Sin criterios objetivos

Más allá de la estadística, los sociólogos coinciden en que no existen criterios objetivos para establecer una edad en la que uno deja de ser adulto y se convierte en anciano. «La idea tradicional está ligada a cierta fragilidad de la salud y nadie llamaría hoy a una persona de 65 o 70 años anciana, salvo que estuviera muy deteriorada, apenas gozara de autonomía o fuera económicamente dependiente. Precisamente, la idea de dependencia está implícita en la representación social de anciano. Y ahora, en su mayoría, son independientes gracias a un sistema de pensiones que hace 50 años no les proveía de suficientes recursos para vivir autónomamente», expone Elisa Chuliá, profesora titular de Sociología de la UNED.

«La imagen de hace pocas décadas de una mujer de 60 años, que medía 1,50 metros, vestía de negro, llevaba recogido en un moño el pelo blanco y su cuerpo acusaba toda una vida de trabajo duro dista mucho de la actual, donde cada vez más personas de más de 80 años disfrutan de una excelente salud, mantienen gran parte de sus capacidades físicas y cognitivas, desarrollan actividades y, además, tienen una actitud vital muy positiva», explica Juan Carlos Zubieta, profesor de Sociología de la Universidad de Cantabria.

Según este experto, la vejez, como otras etapas vitales, es una «construcción social» que se elabora a partir de una base biológica, de unas características socioculturales y del estatus del individuo. «En la sociedad actual, las connotaciones asociadas al término 'viejo' son especialmente negativas, como consecuencia de la lógica del mercado y la publicidad, donde lo nuevo se asocia a lo mejor, a lo deseable, mientras que lo viejo se considera obsoleto, desechable e inútil», expone Zubieta.

Desde un punto de vista lingüístico, viejo y anciano no son sinónimos. «No hay zapatos ancianos», ejemplifica María Jesús Mancho, catedrática de Lengua Española de la Universidad de Salamanca. «La palabra anciano deriva del adverbio medieval 'anzi', que significa 'de antes', 'muy anterior a algo'; son personas con mucha edad, pero que no se puede cuantificar. No depende de la lengua, porque hay valores socioculturales que varían de un país a otro», precisa Mancho. Para esta especialista, la palabra viejo no llega a ser un insulto, pero tiene unas connotaciones «tremendamente negativas». En su opinión, el anciano es una persona con más edad que el viejo, pero es un término «más noble». «Se entiende que puede tener un desgaste, pero no se pone el foco en ese matiz», explica.

Por eso, y también por el tono con que se utiliza cada término, no es lo mismo referirse a alguien como viejo, anciano, abuelo, miembro de la tercera edad o persona mayor. «No me importa tanto el término, sino cómo se utiliza», puntualiza Miguel de Haro, quien a sus 90 años colabora con CEOMA y lleva una vida plenamente activa y autónoma. «Estaba mejor con 45, pero no me quejo», bromea De Haro, quien tras estudiar la carrera de Derecho y dirigir un imprenta, se sacó con 85 años una espinita que tenía clavada: presentar su tesis doctoral. Otro ejemplo de vitalidad es el de Robert Marchand. Este francés, que había establecido el récord de la hora para mayores de 100 años en bicicleta, anunció la pasada semana que se retiraba del ciclismo de competición con 106. Pero no por voluntad propia, sino aconsejado por los médicos, que temen por su salud tras muchos años de esfuerzo físico.

La longevidad no deja de crecer; también en España. En 1998, apenas 3.474 españoles habían traspasado la frontera de los 100 años; dos décadas después, la cifra se ha multiplicado casi por cinco. Pero el Padrón Continuo de Habitantes que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE) refleja que este fenómeno es imparable y se calcula que dentro de diez años habrá más de cien mil españoles centenarios.

La socióloga Elisa Chuliá celebra estos avances: «No hay mayor bien universal que vivir más en buenas condiciones», pero cree que deberían ir acompañados de una revisión del sistema de pensiones. «Lo que hemos aportado no da para vivir 20 o 30 años más desde que nos jubilamos. Hay quien a los 65 años puede estar en su mejor momento: con salud, tiempo libre y recursos económicos para disfrutar de la vida. Algunos se plantean hasta divorciarse y vivir una segunda juventud, algo impensable hace poco».

El valor de la experiencia

Tradicionalmente, las personas mayores han disfrutado siempre de un estatus relevante dentro del grupo: se las valoraba por su experiencia, por mantener vivas las tradiciones y por ser depositarias de la historia. «Ahora, todo eso está en el ordenador y a cualquier hora», lamenta Zubieta. No obstante, pone de relieve que su consideración social ha ido creciendo en estos últimos años de la crisis «dado su papel protagonista para mantener con su pensión a la familia».

Otros expertos van más allá y aseguran que aunque en su origen el anciano era esa persona que atesoraba el conocimiento, actualmente la sociedad la criminaliza «por comerse» los recursos del bienestar. «Con esa carga negativa y señalados por toda la sociedad, ¿quién va a querer estar en ese colectivo?», se pregunta José Antonio López Trigo, presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. Explica que desde el punto de vista de la biología humana, el envejecimiento empieza cuando la hormona del crecimiento deja de aumentar sus niveles, algo que ocurre sobre los 27 o 30 años. «A partir de ahí, interviene la genética, que sólo influye un 28% en la forma en que envejecemos, y los factores ambientales, que son determinantes en un 72%. En función del peso que cada uno tenga, así envejecerá esa persona», apunta López Trillo.

Para este especialista, la edad en que uno es anciano es «algo muy subjetivo». No obstante, hace referencia a un documento de la OMS que define paciente en edad geriátrica como aquella persona por encima de los 80 años, «momento en que su declive físico empieza a ser evidente», afirma el especialista.

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