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Guernica, Cabra y el regreso del cuadro

INOCENCIO F. ARIAS

Martes, 16 de mayo 2017, 00:24

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EL aniversario del infausto bombardeo de Guernica y su coincidencia con el marchandeo presupuestario del PNV con el gobierno ha suscitado en algún medio la fugaz especulación de que el traslado del cuadro de Picasso estaría en el lote de las peticiones vascas a Rajoy.

La impactante pintura del malagueño sigue siendo objeto de comentarios, alabanzas y especulaciones. El luctuoso hecho que, según muchos, la motivó ha hecho correr cataratas de tinta desde que estalló la noticia del feroz ataque alemán a la histórica ciudad vasca. Hay quien sostiene que si el bombardeo fue el 26 de abril de 1937 y el cuadro fue la vedette del pabellón español en la Exposición de París inaugurada en mayo difícilmente el maestro andaluz podía parir totalmente la obra en tan escaso tiempo

Por diversas razones, humanitarias y políticas, el sufrimiento de la población de Guernica ha sido profusamente comentado en diversos contextos y aparece en cualquier libro, incluso resumido, de la guerra civil española. El cuadro ha tenido bastante que ver con el asunto. En la rica exposición que se celebra ahora en el Reina Sofía («Piedad y terror: el camino de Picasso hacia el Guernica») puede oírse al poeta Paul Eluard leyendo un poema sobre el tema. Contrasta curiosamente con otros acontecimientos de nuestra contienda que tienen un asombroso parecido con lo padecido en la villa vasca y que, sin embargo, no obtienen la menor mención en los libros de historia. Ni una línea. Me refiero, soy andaluz, al inexplicable y no menos bárbaro bombardeo por la aviación de la República de la ciudad de Cabra el 7 de noviembre de 1938, fecha en que el desenlace de la contienda estaba prácticamente decidido, lo que hace aún más incomprensible el ataque. Esa mañana tres aviones rusos Katiuska del bando republicano, que habían partido de un aeropuerto de Murcia, dejaron caer un puñado de bombas sobre el mercado de abastos y el centro de la ciudad, causando 112 muertos y unos cuatrocientos heridos. Un par de fechas antes tres aviones Natacha rusos habían realizado un reconocimiento reiterado del lugar. Comprobarían que allí no había mucho que atacar.

Es un misterio por qué se llevó a cabo. Dice el reputado Hugh Thomas ('La guerra civil española') sin, por supuesto, justificar la atrocidad de Guernica, que la ciudad vasca era un blanco militar por ser centro de comunicaciones, etc.; podía tener un valor estratégico. Nada de eso reunía Cabra. Antonio M. Arrabal que ha escrito un libro sobre el penoso hachazo a la ciudad cordobesa afirma convincentemente que «el interés militar de Cabra era nulo». Por qué el mando competente de la Aviación del gobierno republicano decidió castigar a una población sin concentración de tropas ni valor militar de ningún tipo es un misterio. El balance fue menos sangriento que el de Guernica (dentro de las cifras dispares publicadas, Thomas, habla de varios centenares en la ciudad vasca) pero el hecho egabrense fue también claramente cruento y gratuitamente cruel (112 muertos).

Es un enigma la diferencia en la memoria colectiva. Thomas, por ejemplo, en centenares de páginas, no se ocupa de lo de Cabra.

El cuadro ciertamente ha inmortalizado el sufrimiento de Guernica. Y su recuperación por España está asimismo aureolada de leyendas y medias verdades. Picasso sí cobró por la pintura, 150.000 francos franceses, cantidad probablemente modesta. El recibo que firmó a Max Aub, consejero en la Embajada en París, no aparecía porque los archivos de la misión habían sido trasladados a España durante la guerra. Las autoridades de la República manifestarían después de la contienda que debió perderse en el bombardeo de Figueras.

El diplomático Rafael F. Quintanilla, la persona que, como sabueso y negociador, más hizo para conseguir la devolución de la pintura, localizó en Ginebra en mayo de 1978 a Finki, hijo de Luis Araquistain, el Embajador republicano en París en 1937. Le convenció de que rastrease en los archivos de su difunto padre para buscar cualquier documento relativo al cuadro. Finki fue evasivo pero al cabo de unos meses comunicó a Quintanilla que había correspondencia de su padre, de Max Aub, y del ministro Álvarez del Vayo que probaban inequívocamente que: a) Picasso había cobrado, b) por tanto, el cuadro pertenecía a España, c) el pintor manifestaba que debía volver a nuestro país en cuanto España recobrase las libertades.

Los documentos encontrados -en los que también aparece el nombre de Luis Buñuel como receptor de cantidades por trabajos propagandistas de la República en Francia- destruían cualquier veleidad sobre la propiedad que pudiera albergar algún dirigente del Moma neoyorquino donde estaba depositado el lienzo. Los dirigentes de ese museo, uno de los cuales William Rubin manifestaría que Picasso contaba que en el cuadro no había querido referirse a «ningún episodio concreto ni de la guerra ni de la historia», mostrarían a la postre un documento en el que el pintor decía que lo dejaba en depósito en Nueva York y que estaba destinado al gobierno de la República española.

Allanado el terreno con el Museo, Quintanilla lidió con la familia, en la herencia de Picasso concurrían en ese momento la viuda Jacqueline, muy cooperadora, tres hijos (una hija cuestionaba la democracia española donde no se reconocían propiamente los derechos de los descendientes «ilegítimos», ella lo era) y dos nietos. Los herederos podían objetar el traslado recurriendo a la extraña figura del «derecho moral» sobre la obra. Por fin, después de que el abogado de Picasso Roland Dumas, que sería recibido por Adolfo Suárez, declarara taxativamente que el pintor deseó que, «una vez en España el Guernica no volviese a salir nunca más del territorio español y más concretamente del Prado donde deseaba se exhibiese», el cuadro llegó a Barajas en el avión 'Lope de Vega' de Iberia. Varias ciudades españolas, por diversos motivos, Málaga, Guernica, Barcelona tenían pretensiones de albergarlo. La voluntad del autor, sin embargo, era Madrid.

Picasso durante la guerra fue nombrado por el gobierno de la República Director del Prado. No lo pisaría desde el nombramiento. No vino a España durante la contienda pero sí quería que su cuadro se quedara en la capital. El monstruo artístico del siglo XX, por otra parte, había comentado que «sería interesante descubrir el camino que sigue el cerebro para plasmar un sueño». En este caso, más de cuarenta años después de su creación, en septiembre de 1981, con la llegada a Madrid de la pintura, cristalizaba una parte del sueño picassiano.

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