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Misterioso. Sólo hay una foto de Martin Margiela, el modisto que hizo del blanco y las prendas desestructuradas un estilo de vida basado en la humildad.
¿Dónde está Margiela?

¿Dónde está Margiela?

Una retrospectiva homenajea al diseñador más escurridizo e influyente de las tres últimas décadas. Las prendas del belga parecían vueltas del revés

LUIS GÓMEZ

Domingo, 30 de abril 2017, 11:45

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Cada cierto tiempo el mundo de la moda se hace la misma pregunta sin encontrar respuesta: ¿dónde y cómo está Martin Margiela? No se puede decir que se lo haya tragado la tierra porque nunca salió a la superficie. Ni siquiera en su período de mayor fecundidad artística. Su aversión a los focos, entrevistas y fama es ancestral. Convendrá aclarar primeramente quién es este apasionado de la costura tradicional del que sólo se conserva una fotografía pública. Martin Margiela (Genk, 1957) es el modisto más influyente, esquivo y gremial de las tres últimas décadas.

Sus prendas, en vez de llevar impreso su nombre, iban numeradas, enterrando cualquier protagonismo personal. Una etiqueta anónima con cuatro puntadas para ser descosidas fácilmente. Las colecciones de este belga con marca propia -Maison Martin Margiela- desde 1988 a 2009, aunque compaginó su actividad como director creativo de la división de prêt-à-porter femenino de Hermès durante seis años, se diseñaban en un taller donde todos los creadores vestían igual -con batas blancas- y nadie era más que nadie. Sus piezas parecían viejas y desgastadas. Se mostraban deshilachadas, como si estuviesen vueltas del revés, desnudando sus entrañas. Margiela giraba las costuras y resaltaba los dobladillos. «Hizo que todo lo demás pareciera inmediatamente pasado de moda», esgrime el historiador Olivier Saillard. Eran diseños como a medio hacer, con la apariencia de inacabados, muy puros y desprovistos de cualquier exceso, en los que el interior era tan importante como el exterior. Para complicarlo aún más, algunas prendas podían usarse de varias formas. «Un trench, por ejemplo, podía llevarse al modo tradicional o como un vestido», detalla Kaat Debo, directora del Museo de la Moda de Amberes (MoMu), que hasta el próximo agosto le dedica una retrospectiva de su paso por Hermès. Este extraño juego convirtió al belga en el hombre misterioso de la gorra y a su firma, en la etiqueta sin rostro. Cuando acabó cansado de este negocio, dio carpetazo y vendió la empresa a Renzo Rosso, el dueño de Diesel. Entregó la cuchara porque no le gustaba nada lo que veía. «Éramos independientes, financiera y creativamente. Nunca tuvimos mucho dinero, pero tampoco deudas. Lo suficiente para seguir creando. Lo importante siempre fue la libertad; poder hacer lo que quisiéramos», esgrime Jenny Meirens, socia cofundadora de la casa.

Gobernar desde la sombra

Pero a Margiela le pasa lo que a las leyendas. Incluso fuera de circulación, sigue gobernando desde la sombra. Numerosos diseñadores consagrados -Miuccia Prada, Marc Jacobs o Raf Simons- y emergentes reinterpretan su legado. Patentó el estilo 'oversize' y el trampantojo, subió a las pasarelas a amigos y gente de la calle, totalmente anónima, y trasladó los desfiles a lugares desprovistos de glamour e incluso lúgubres: andenes de metro oscuros, parkings vacíos, escuelas, depósitos... «Una de las cosas más poderosas de Martin es que sabía escoger elementos populares, ordinarios y baratos y los convertía en algo chic y emotivo», subraya Meirens. Ensalzó la humildad inspirándose en modestos tejidos de trabajo, como los empleados en los delantales de los carniceros, y echó mano de materiales pobres -corcho, goma, alambre...- anticipándose al fundamento sostenible del reciclaje.

Mientras a finales de los noventa las grandes firmas de moda tiraron la casa por la ventana contratando a estrellas -Tom Ford (Gucci), John Galliano (Dior), Marc Jacobs (Louis Vuitton) y Alexander McQueen (Givenchy)-, Hermès se sacó un conejo de la chistera y le confió su futuro. Margiela emprendió una renovación sutil y trasladó la histórica artesanía de Hermès a un armario moderno. Contra pronóstico, la apuesta arrasó. La pervivencia de su discurso se explica por su coherencia: «Él no sólo pensaba en cómo iban a moverse y a vivir en sus prendas las mujeres, sino que también las observaba y las escuchaba hablar de sus cuerpos. Quiso que sus piezas fueran funcionales para diferentes complexiones y edades con el único propósito de potenciar su belleza y seguridad», sostiene Debo.

El diseñador más escurridizo sigue comportándose igual que siempre. Los 'insiders' de la moda, los que reconocen su cara y se cruzan con él en una galería de París o en una librería de Amberes, han firmado un pacto de silencio para protegerle. Margiela vive como siempre deseó: mantiene un pacto con el anonimato más absoluto.

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