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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?
Con humor. «Si un avión se mueve, digo 'tranquilos que, yendo yo, por estadística no se cae'».
«Hannibal  Lecter me da mucha risa»

«Hannibal Lecter me da mucha risa»

Sobrevivir a la tragedia de los Andes le llevó a asumir «un compromiso con la vida». Hoy es un insigne pediatra que ha salvado a muchos niños

ARANTZA FURUNDARENA

Domingo, 26 de marzo 2017, 09:01

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Casi 45 años después del accidente aéreo de los Andes, Roberto Canessa siente que volvió a nacer para salvar a muchos recién nacidos. Aquel joven de 19 años que con Nando Parrado escaló cumbres y alcanzó el valle es hoy, a sus 64, una eminencia en cardiopatías congénitas. Hasta aspiró a presidente de su país, Uruguay. Ahora publica, con el escritor Pablo Vierci, 'Tenía que sobrevivir'. Su hijo dice de él que es «un adicto a la vida».

¿Por qué tenía que sobrevivir?

Para decirle a mi madre que no llorara más. Una vez ella me dijo: «Si se me muere un hijo, me muero de tristeza». No le podía fallar.

Y aun así le dieron por muerto.

Decían que era imposible encontrarnos. Estaba claro que éramos nosotros los que teníamos que salir como una semilla de las entrañas de la montaña y revivir. Fueron los cuerpos de nuestros amigos los que nos dieron esa energía. Yo a partir de ahí he tenido un compromiso con la vida.

Su hija dice que usted vivió para que su madre no cargara con un muerto y que ahora salva a bebés para devolver a cada madre un hijo vivo.

La potencialidad de un recién nacido es la que teníamos nosotros a los 19 años, con la vida por delante. Hoy he visitado a un niño al que operé dentro del útero y verlo vivo es maravilloso. Es un superviviente de los Andes, un ejemplo de rebeldía frente a la adversidad.

Usted también se rebeló.

Pero no con esa alegría. El estrés era tremendo. Ya habían salido muchos y habían fracasado. Hasta que un día Zerbino me dice: «Si seguimos esperando, nos vamos a morir todos». Y ahí lo vi claro. Siempre me pasa que tengo como una voz superior que me dice: ¡ahora!

¿Sigue en contacto con los familiares de los muertos?

Claro, vivimos en el mismo barrio. Como tribu hemos logrado catalizar ese dolor gracias a la generosidad de los padres de los fallecidos. Con los años se ha naturalizado. Mis hijos fueron al colegio con los sobrinos de los que no volvieron. Hace poco el niño de uno de ellos tuvo un problema cardiaco, lo operamos y salió. La gran lección de esto es el cariño. Mi libro va de querernos un poco más.

¿'Viven' es una película muy Disney?

Es que una película que mostrara realmente lo que sucedió en los Andes haría que se marchara la mitad de la audiencia.

¿Ha sido capaz de ver la saga de Hannibal Lecter?

Lecter me da mucha risa. En casa bromeamos. Laura, mi mujer, que era mi novia cuando el accidente, a veces me dice: «Traes un amigo para la cena, ¿no?». Es una manera de sacar la presión de algo tan espantoso como lo que tuvimos que hacer. Pero hoy me siento orgulloso. Fue una lección de vida.

¿No necesitó terapia?

La terapia fue allá arriba. Dos meses de terapia intensa en los que sentía que tenía un elefante sentado en los hombros. Cuando salí de allí, volaba por la vida. Fue algo catártico, que te endurece la voluntad y te ablanda el alma.

«Tu papá se comió a los amigos», le dijeron a su hijo...

Mi hijo respondió con naturalidad: «Sí, ven que te lo explico». Yo siempre les conté la verdad.

¿Lo pasa muy mal en los aviones?

Al principio contaba muertos... Ahora, si se mueve y la gente se asusta, suelo decir: «Tranquilos que, yendo yo, por estadística no se cae».

Ha mirado a la muerte a los ojos, ¿qué ha aprendido?

Que no se te tiene que caer el avión para ser una persona agradecida. A mí me despertó lo de los Andes, pero cada uno tiene su cordillerita.

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