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Estrellas. El vestido negro ha llegado a todas, como Liz Hurley, Marilyn Monroe, Audrey Hepburn, Kendall Jenner y Alexa Chung. :: r. C.
Tan clásico, tan diferente

Tan clásico, tan diferente

El vestido negro cumple 90 años y remarca su versatilidad para adaptarse a todos los cambios sociales y cuerpos

LUIS GÓMEZ

Domingo, 19 de marzo 2017, 14:18

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Junto a la camisa blanca, no hay prenda más mayúscula que el vestido negro. Acaba de cumplir 90 años, pero hace mucho tiempo que alcanzó la condición de icono. Tan clásico y distinto, no hay uno igual a otro. Siempre nuevo, siempre diferente, el documental 'Little Black Dress' lo confirma como un «clásico instantáneo» y remarca su versatilidad para adaptarse a todos los cuerpos y cambios sociales habidos desde 1926, cuando lo creó Coco Chanel.

Ha acompañado revoluciones culturales, superado crisis económicas y aguantado los inevitables vaivenes de las tendencias. En todo este tiempo se ha entregado a una misión: «Liberar a una mujer emancipada» con un color que se puso de moda cuando dejó de ser un «símbolo de duelo», subraya la editora Suzy Menkes. «El vestido negro era el luto para las esposas que habían perdido a sus maridos y no volvían a vestirse de otro color», matiza. Ese era el pensamiento de Chanel cuando empezó a dar las primeras puntadas a una prenda que transformó en «el uniforme de toda mujer de buen gusto». En realidad, han echado mano de él todo tipo de mujeres, de exquisito y dudoso gusto, porque ha acabado en todos los armarios. No hay puertas que se le hayan resistido. Lo han lucido estrellas de todos los tiempos: desde Marlene Dietrich y Édith Piaf a actrices del Hollywood clásico -Joan Crawford o Rita Hayworth-, sensuales como Monica Belluci, ingenuas como Marilyn Monroe, ambiciosas como Madonna, 'it girls' como Kendall Jenner y Alexa Chung y, por supuesto, Audrey Hepburn.

El modisto Hubert de Gyvenchy le plantó un amplísimo escote en la espalda y dio una nueva vuelta de tuerca a una pieza legendaria que se ha reinventado en todo momento para no perder el paso. Pese a su capacidad de adaptación ha conocido de todo: vacas gordas y flacas e incluso el desprecio de la población femenina a finales de los 70, en plena revolución sexual. Pero ha resurgido de los momentos más bajos, como en los años 90, de la mano de la pareja Dolce&Gabbana. Recobró su antigua carga sexual pese a cubrir casi todo el cuerpo, al estilo de como lo lucían las mujeres sicilianas. «Es extraordinariamente sexy porque se ve el cuerpo de la mujer moviéndose dentro de esa forma negra», detalla Menkes.

El vestido negro es «la prueba de estilo de todo diseñador». Principiantes y consagrados, tradicionales y transgresores, fríos o apasionados... Todos se han puesto a prueba con él. Rectos, ceñidos, cortos, largos, de corte bajo, con mangas o sin ellas, de cuello barco... Ha admitido todo tipo de variantes. Gianni Versace transgredió todas las normas al sujetar sus costuras en formas de 's' con unos llamativos imperdibles dorados en una de las irrupciones más icónicas que se le recuerdan, con Elizabeth Hurley de ocasional modelo. Lo curioso es que nadie daba un duro por él cuando Chanel empezó a pergeñarlo en el orfanato donde ingresó junto a sus dos hermanas. Que escogiera el negro no fue casual. Monjas, conserjes, túnicas, uniformes... La modista pasó seis años de vida austera en el convento. A su alrededor, el mundo parecía tener un solo color: el negro, «la antimoda».

Todo cambió a partir de 1926 con la irrupción de este modelo diseñado sin ninguna estructura, sencillo, esencial, práctico, fácil de llevar... Y, lo más importante, apto para todas. De ahí su éxito. Ayudó que la edición estadounidense de 'Vogue' llevara aquel año a su portada un sencillo vestido de corte recto. «Se lo pondrán todas», tituló. Acertó. Por primera vez en cientos de años, las mujeres «se cortaron el pelo y se enfundaron el negro para ser elegantes. Una revolución», recuerda Menkes.

«La pobreza lujosa»

Hubo más. Hasta entonces, moda y feminidad siempre habían sido «sinónimas», aunque a Chanel siempre le fascinó la posibilidad de transferir el estilo 'dandi' a la moda femenina y la idea del uniforme «porque daba confianza a la mujer y le permitía al mismo tiempo vestir bien cometiendo pocos errores», subraya la periodista Giusi Ferré. Chanel se congratuló de que las chicas pobres pudiesen vestir «como las ricas». Inventó la «pobreza lujosa». El vestido negro fue el prólogo de la moda «en masa». Se trataba de una propuesta estilística tan básica que expresaba «un modo diferente de ser» para cada clienta.

Hollywood fue su mecenas. Tras el «apagón» que sufrió en los cuarenta, a raíz del auge de Christian Dior, recobró todo su esplendor en los 50 gracias a Lauren Bacall, Ava Gardner... Eran las mujeres oscuras y despechadas. Ceñido a sus cuerpos, el vestido se erigió en «un arma letal», con su corte refinado y erótico, y el negro en el color desafiante cuando debía serlo. Sin embargo, en los 60 volvió a caer en desgracia, por mucho que Audrey Hepburn lo elevase a la categoría de culto en la mítica 'Desayuno con diamantes'.

De repente, dejó de vestir «a la mujer fatal», según Ferré, y arropó a una romántica que, sin pretenderlo, le dio un aire ñoño. En 1968 era «incapaz de interpretar a la nueva mujer». Dejó de ser tendencia y empezó a recordar «un poco a las tías mayores». La moda volvió a situarlo entre la espada y la pared, hasta que Karl Lagerfeld tomó, a mediados de los 80, las riendas de Chanel y le dio un barniz neopunk y sexy para caer otra vez en los cuerpos de estrellas del espectáculo. La primera guerra del Golfo y los «extremismos» le condujeron a la mínima expresión. «Un vestido es perfecto cuando ya no se le puede quitar más», proclamó Jil Sander. Fueron años de un minimalismo irreductible que Prada se encargó de encauzar en el nuevo milenio . «Diseñar un vestido negro es expresar con un objeto banal la gran complejidad de la mujer, la estética y los tiempos modernos». Así es como ha llegado a nuestros días. Como un básico, a la altura de los vaqueros y camisetas, que arbitra la moda como un clásico. «Es el grado 0 del estilo», a juicio de Sofia Gnoli, historiadora de moda.

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