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Tres semanas a sangre  y fuego

Tres semanas a sangre y fuego

Se cumplen 80 años de la batalla del Jarama, un choque en el que se experimentaron armas y tácticas. Fue una antesala de la Segunda Guerra Mundial. Los municipios de la zona quieren que se convierta en un parque histórico

ANTONIO PANIAGUA

Domingo, 26 de febrero 2017, 13:01

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Ochenta años después, el escenario de la batalla del Jarama aún conserva las cicatrices de la feroz contienda. Las galerías subterráneas, las trincheras, los cráteres y los bunkers asoman a los ojos del paseante, que si tiene suerte todavía puede encontrar el casquillo de una bala. Entre las colinas y cerros de Arganda del Rey, Rivas Vaciamadrid, Morata de Tajuña y San Martín de la Vega, en el sureste de Madrid, se libró una de las batallas más sangrientas de la Guerra Civil. Y uno de los primeros enfrentamientos de desgaste. Durante 21 días, entre el 6 y el 27 de febrero de 1937, el valle del Jarama fue escenario de una lucha encarnizada que dejó 17.000 bajas, entre heridos, muertos y desaparecidos. Los cuatro ayuntamientos concernidos quieren crear ahora un parque histórico y que se declaren estos parajes Bienes de Interés Cultural.

En el Jarama se vivió la experiencia atroz de las trincheras colmadas de agua, piojos y miseria. Miles de soldados mordieron el barro en su temerario avance contra los nidos de ametralladoras. El sacrificio y el valor competían con la desorganización y la molicie de la siesta. «Fue el tercer intento de Franco de entrar en Madrid. Por la carretera de Valencia llegaban víveres y refuerzos para la República, por esa arteria se evacuaba a la población y se conectaba con la sede del Gobierno de Largo Caballero. Si se hubiera cortado esa carretera, la guerra se habría dado por terminada», dice Jesús González, historiador y autor de 'La batalla del Jarama' (La Esfera de los Libros).

Las sucesivas acometidas sin éxito para conquistar Madrid persuadieron a Franco de que convenía irse al norte para hacerse con Santander, Asturias y Bilbao, que contaban con una industria estimable y aportaban ricos yacimientos de minerales.

Ocho décadas después, una de las aspiraciones de los municipios madrileños de la zona es señalizar los caminos y poder conservar un patrimonio que no está lo suficientemente protegido. José Manuel Castro, de la asociación Jarama 80, apuesta por «recuperar la memoria democrática». «Queremos que el parque histórico sea reconocido y adquiera entidad legal. Es mucho más que un recurso turístico», señala.

Hace diez años, un incendio devoró la vegetación de la zona. Lo grave es que en las tareas de reforestación se permitió la entrada de camiones, excavadoras y 'bulldozers' que destrozaron muchas zanjas defensivas, donde se depositaron sin cuidado un sinfín de troncos.

Combate en tablas

Aquel choque de 1937 fue relevante por varios motivos. Uno de ellos es que fue escenario de la primera batalla aérea de la historia de la guerra. No en balde, los I-15 Polikarpov soviéticos, también conocidos como 'los chatos', se enfrentaron en los cielos con los Fiat italianos y los Heinkel alemanes. Por añadidura, los nazis tuvieron la oportunidad de convertir el Jarama en un campo de experimentación para comprobar la eficacia de su armamento. En ese mes de febrero se probaron las armas de la Legión Cóndor alemana, sus piezas de artillería, los tanques tipo Panzer, las ametralladoras pesadas y los aviones. «Los alemanes probaron el cañón de 88 milímetros, el 'pichatoro', como lo llamaban los españoles, un magnífico antiaéreo que luego abatió el 40% de los aviones derribados en la II Guerra Mundial, y un soberbio antitanque. También se dieron cuenta de que disponían de aviones obsoletos, como el Junker 52, y que necesitaban tanques un poco más pesados», apunta González.

Además del armamento, los germanos ensayaron las operaciones relámpago y los movimientos tácticos aéreos que luego se desarrollaron en la batalla de Inglaterra y aquilataron el efecto de los bombardeos sobre la población civil.

Pese a que la contienda del Jarama quedó en tablas, el Ejército sublevado no logró uno de sus principales objetivos: cortar la carretera de Valencia para asfixiar al Gobierno republicano. Los expertos la consideran la primera batalla moderna. No en balde fue el primer enfrentamiento en campo abierto en el que acontecen grandes movimientos de tropas. Por lo demás, la presencia de combatientes extranjeros refleja la internacionalización del conflicto. En el bando republicano lucharon las Brigadas Internacionales, al tiempo que los mandos fueron asesorados por oficiales soviéticos. En las filas fascistas ocurrió lo mismo. Aparte de la Legión Cóndor alemana, los insurrectos contaron con el auxilio de soldados italianos y marroquíes. «Fue el prólogo de la II Guerra Mundial. Los brigadistas venían de 52 países, la mitad de todo el mundo», señala el historiador.

Muchos de los 80.000 hombres que participaron en la batalla cayeron como moscas. Salvo algunos participantes en la I Guerra Mundial, los miembros de las Brigadas Internacionales carecían de experiencia bélica y apenas sabían cómo agarrar un fusil. Las tropas rebeldes, integradas en buena medida por moros y legionarios que se habían batido en Marruecos, tenían una trayectoria mucho más profesional.

Agotamiento rebelde

Las secuelas de la guerra se hicieron patentes tiempo después. El agotamiento en las tropas rebeldes era de tal calibre que su intervención en la batalla de Guadalajara acabó en derrota. Era mucho el cansancio acumulado para poder llevar a cabo con éxito un ataque en forma de pinza con los italianos en Guadalajara. Pese a que el Jarama fue una operación de desgaste, no dejó de ser una batalla primitiva y con pocos medios. Los republicanos adolecían de enormes problemas de logística en su retaguardia y de poca munición, mientras que los golpistas tenían que proveerse de agua por medio de aljibes. Por añadidura, las tropas rebeldes muchas veces no podían comer hasta la noche. Los dos bandos pasaron un frío de espanto, a lo que se añadían unos precarios equipos.

Por aquellos tiempos ya existían las transfusiones de sangre, pero no la penicilina. Recibir una bala exigía actuar con rapidez en las seis horas siguientes para evitar la gangrena. Por eso miles de heridos murieron en los hospitales, de modo que las estimaciones de bajas pueden quedarse cortas.

Frente a la desmemoria imperante, Goyo Salcedo y Pilar Atance mantienen vivo el recuerdo de aquellos aciagos días. En Morata de Tajuña está el Mesón El Cid, que ha cedido un espacio para que se expongan piezas procedentes de la batalla. Pese a la desidia institucional, Salcedo ha ido recuperando metralla, rifles, pistolas, espoletas, bayonetas, granadas, obuses, máscaras de gas, chapas de identificación, cartillas de racionamiento. De pequeño, Goyo, su hermano mayor y su padre rastreaban el campo de batalla en busca de esos objetos para venderlos como chatarra. Después se dedicó a coleccionarlos. Pilar Atance, aficionada a la etnografía, ha retirado algunos aperos de labranza y herramientas tradicionales para hacer hueco a los objetos bélicos. «Es mucho el interés por ver las piezas de la batalla. Viene gente de fuera», subraya Atance. El Ayuntamiento de Morata de Tajuña quiere crear ahora una fundación para conservar el museo.

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