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José María Fdez Chavero
Martes, 22 de noviembre 2016, 08:15
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Todos los conocemos y tenemos sobradas experiencias. Son de tanta variedad que es obligado referirnos a ello utilizando el plural. Si describimos su ejecución hemos de afirmar que consiste en unos breves y tímidos movimientos de labios proyectados hacia fuera buscando a la otra persona para transmitirle algo de lo que la mente piensa y el corazón siente y finalizan con un silencioso monosílabo, señal inequívoca de lo entregado.
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Son muchos los besos, de muy diversas condiciones y algunos traemos a estas líneas sabiendo que los mejores son los que tenemos en nuestros corazones. Está el cargado de cariño y ternura al hijo pequeño que te mira con ingenuidad y gratitud, son limpios e inagotables, nunca cansan y siempre reconfortan. Está el del hijo que agradece parte de lo que se le dio y te deja cargado de paz y satisfacción, con la sensación de la labor bien hecha. También los hay suaves e impregnados de tanto respeto y amor que uno desearía adueñarse de parte del dolor y del sufrimiento de la persona a quien se le da, y recuerdo a los que les toca afrontar la triste realidad de la enfermedad.
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