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Elisa, Félix y Antonio posan en el interior del bar de la Escuela de Cristina Rota para el reportaje. :: josé ramón ladra
Actor, un oficio  de malos tragos

Actor, un oficio de malos tragos

Viven en la cuerda floja y la mayoría gana sueldos miserables. Como muchos otros, Antonio, Elisa y Félix mantienen viva su vocación sirviendo copas

ANTONIO PANIAGUA

Domingo, 23 de octubre 2016, 12:02

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Para los actores la precariedad laboral no es una novedad. Hacer equilibrismos en la cuerda floja es una forma de vida para ellos. Por eso aceptar trabajos alimenticios cuando vienen mal dadas no es algo desacostumbrado. Sobreviven con empleos temporales y mal retribuidos. Pero muy poderoso debe de ser el veneno del teatro y el cine para que los intérpretes no abjuren de su vocación y se mantengan firmes antes los focos. Tres alumnos de la Escuela de Interpretación Cristina Rota, en el madrileño barrio de Lavapiés, son una muestra de esa inveterada costumbre de simultanear su aprendizaje de actores con oficios no artísticos, sobre todo de camareros. Los tres tienen los pies en la tierra y la mente no contaminada por el relumbre del estrellato. Saben que el de actor es un trabajo duro y dan prioridad a su formación.

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Antonio Araque, de 26 años, es un sevillano de Écija que terminó los estudios de Historia del Arte y los impartidos en la Escuela Superior de Arte Dramático de Sevilla (ESAD). Quiso probar suerte y se trasladó a Madrid en busca de un perfeccionamiento de su formación y de mayores oportunidades. Como muchos compañeros de oficio, ha desempeñado trabajos variopintos para sobrevivir. «He currado de camarero con una jornada de 20 horas para pagar el alquiler de la casa, la comida y otros gastos. Siempre me he buscado la vida detrás de la barra o como relaciones públicas. Son trabajos mal retribuidos, pero es lo que hay y son fáciles de encontrar», dice Araque, que ya ha acabado sus estudios.

Como todos los que hablan en este reportaje, Araque ha disfrutado de becas en el centro de Cristina Rota. A cambio de una reducción de la cuota mensual, los alumnos con problemas económicos dedican una serie de horas a gestionar el vestuario, ayudar en la escenografía y participar en otras tareas relacionadas con su vocación artística.

Elisa García, de 19 años y natural de Madrid, es un raro caso de precocidad. A los 12 años le dijo a su madre que quería ser artista. Se matriculó entonces en el centro de Rota porque, entre otras cosas, impartía -y aún lo sigue haciendo- un curso básico para adolescentes. Le gustó tanto que se reenganchó en las clases para adultos. La pasión por la escena no cejó y ahora, en cuarto y último curso, se confiesa una enamorada del teatro del absurdo, de Samuel Beckett y de su clásico 'Esperando a Godot'. El año pasado probó suerte en el terreno de la hostelería y la experiencia no fue grata. «Trabajé en un restaurante italiano, pero como me pillaba muy lejos me fui a un VIPS. Quince horas semanales, pero el horario era fatal para compatibilizarlo con la escuela. Ahora voy a irme a un restaurante de Alonso Martínez que no me quita nada de tiempo porque es sólo para el fin de semana. Está mejor pagado, me dan 550 euros brutos más las propinas». Con esos magros ingresos Elisa García no puede independizarse y sigue viviendo con sus padres.

Ninguno de los tres pertenece a una saga de actores. El único antecedente familiar de Félix Delgado es su tío, que ejerció de figurante en los años sesenta, cuando España, por sus parajes desérticos, era el mejor plató para el rodaje de 'spaguetti-westerns'. Delgado, de 26, también hizo bulto en una película dirigida por Terry George, 'The promise', con Christian Bale de protagonista. Natural de Chinchilla de Montearagón (Albacete), también se fue a Madrid a estudiar arte dramático. Ama el cine y se sabe al dedillo la trilogía de 'El padrino'. A los 17 años trabajó como camarero en un restaurante, tiempos en los que aún había salarios dignos en el sector. Con un sueldo de 1.200 euros, podía vivir con holgura sin descuidar los estudios. Esas retribuciones en la hostelería son hoy una rareza de anticuario.

Por fortuna para él, Félix no tiene que preocuparse del alojamiento. Vive en el piso que sus abuelos -él ya fallecido y ella ingresada en una residencia- tenían en el madrileño barrio obrero de Vallecas. Araque, en cambio, no ha gozado de esa suerte y tiene que desembolsar 500 euros por un estudio en Tirso de Molina, una zona animada y a tiro de piedra del Rastro. «Es difícil encontrar algo habitable en el centro de la ciudad», apunta. Los 'castings' no son una prioridad para ellos. En la escuela les han inculcado que no desatiendan su periodo de formación con ilusorias promesas de éxito fulgurante. Además no es tan fácil entrar en el circuito. «Para mí estas pruebas son algo secundario. No puedo vivir pendiente de una llamada. Los 'castings' no son procesos abiertos, sino cerrados. Si careces de representante no vas a ningún sitio. En el mejor de los casos, puedes superar todos los filtros y al final el productor te puede descartar porque le parece que no encajas en el papel».

Denuncia del «intrusismo»

Araque, antes que vivir en la zozobra perpetua de la selección de actores, prefiere no estar parado. Ahora anda metido en el ciclo 'Microteatro por dinero', un espectáculo que ofrece obras brevísimas para una quincena de espectadores y que se ven en habitaciones tan reducidas que el actor nota el aliento y hasta el sudor del público.

Lo que irrita a los tres de manera unánime es la imagen distorsionada que se tiene de los de actores. Esos diletantes de la 'izquierda caviar' que viven montados en el dólar. Es el estereotipo que han ayudado a transmitir las estrellas del séptimo arte desfilando por la glamurosa alfombra roja con modelos de alta costura. «Uno de los problemas del cine es el intrusismo laboral y el poco respeto por la profesión. Nos ven como unos pelagatos que quieren vivir de las subvenciones. La gente no parece comprender que no nos mueve sólo el dinero», argumenta Félix Delgado. Elisa García asiente y apostilla: «Es que sólo representan el 1%. Para los demás sólo existe trabajo, trabajo y trabajo». Con los datos en la mano, le asiste la razón. El 55% de los actores y bailarines ganan menos del salario mínimo (645 euros mensuales), según un informe reciente de la Fundación AISGE. En puridad, la realidad y la ley corren por senderos que se bifurcan. Según las tarifas de 2016 vigentes para la Comunidad de Madrid, un figurante de teatro debe cobrar 45 euros al día.

En Antonio, Elisa y Félix persiste el convencimiento de que no son comprendidos por los españoles. «Mis padres me insistieron en que estudiara una carrera, pero ahora mismo un título universitario no garantiza nada. Entonces, qué menos que hacer algo que me apasiona», argumenta García.

Félix Delgado adora la versión cinematográfica de 'Un tranvía llamado deseo' y, puesto a soñar, le gustaría dirigir películas. No obstante, sabe de sobra que ahora el cine es un camino empedrado de penurias. «Hay gente que rueda dos películas al año y eso ya no te garantiza nada», expone Delgado. En el teatro sucede lo mismo. El caché es una figura en desuso, sustituida por unos honorarios que dependen de lo que se recaude en taquilla. Una solución puede estar en las salas alternativas, que afloran como setas en las grandes ciudades. El secretario general de la Unión de Actores, Iñaki Guevara, es escéptico sobre ellas. Admite que dinamizan la escena, pero mantiene que son «una forma de autoexplotación y autoempleo». García discrepa a medias de la tesis del sindicalista. «Puede ser autoempleo, pero no lo veo como una autoexplotación. No sé si es una solución, porque hay que hacer publicidad y es difícil llenar las salas».

Los tres son o han sido alumnos de la Escuela de Interpretación Cristina Rota, en Madrid, y simultanean su aprendizaje de actores con otros oficios.

«No puedo vivir pendiente de una llamada. Los 'castings' no son procesos abiertos, sino cerrados. Si careces de representante no vas a ningún sitio».

euros mensuales es lo que ingresan de media el 55% de los actores y bailarines en España, según un informe reciente de la Fundación AISGE. Menos del salario mínimo.

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