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Cabañas del Castillo
Respirar en Los Ibores

Respirar en Los Ibores

Al geoparque Villuercas-Ibores-Jara se llega fácil, cómodo y rápido y una vez allí da gusto bañarse, comer y caminar buscando la singularidad de la flora, la fauna, la piedra y la gente

J. R. Alonso de la Torre

Domingo, 31 de julio 2016, 08:43

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Asegura Isabel que el verano es temporada baja en Los Ibores. Y debe de ser verdad porque no se ve un vehículo por las carreteras y, al llegar al hotel, uno esperaba encontrar el aparcamiento lleno de coches de turistas y solo estamos nosotros, aunque a lo largo del fin de semana llegarán algunas parejas. Tenemos la intención de visitar el Geoparque Villuercas-Ibores-Jara y hemos escogido un hotelito tranquilo y muy barato con piscina, aire acondicionado, wifi y y mucha limpieza.

La hostelería del Geoparque es así de honrada. Pero uno se pregunta cómo es posible que un paraíso tan desbordante y magnífico tenga tan poco turismo en julio. Reflexionamos y nos damos cuenta de que es la primera vez que visitamos Los Ibores y quizás encontremos en nosotros mismos las razones de este desapego hacia una de las maravillas espectaculares de Extremadura.

Nuestra intención es guiarles de manera sencilla por lo más interesante de este espacio inaudito e imponente. Y lo primero es dejar claro que al geoparque se llega fácil, se llega cómodo y se llega rápido. Parece como si Los Ibores estuvieran en el otro confín y resulta que se encuentran a 75 minutos de Cáceres y a dos horas de Badajoz por la autovía de Madrid y por carreteras autonómicas bien trazadas y mejor asfaltadas.

Así que roto el primer tópico, vamos a por el segundo. Uno lee sobre el geoparque y tiene la sensación de que más que un viaje turístico van a darle una lección de geología. Apabulla la relación de fallas, sinclinales y anticlinales, icnofósiles, pedreras, turberas, roquedos, portillas y rañas. Acabas abrumado, como si te tuvieras que aprender una lección de Conocimiento del Medio y acabas gritando: "¡Pero cuándo se come aquí!"

Pues se come. Y se disfruta, Y te puedes bañar. Y en verano la temperatura es cinco grados más baja que en Cáceres o Badajoz. Y los pueblos son bonitos y tranquilos. Y si te haces un selfi con un buen fondo, puedes vacilar a los amigos y convencerlos de que has pasado el verano en Los Apalaches.

Visitar el Geoparque es una experiencia que no se olvida. Háganme y caso y síganme, porque ya estamos llegando a Deleitosa y a lo lejos se vislumbra la fuerza telúrica de las montañas. Sigues por la estupenda carretera y enseguida llegas a un cruce en el que tienes que escoger: o Villuercas, y tomas la dirección de Cabañas del Castillo, o Ibores, y tomas la dirección de Castañar de Ibor.

Justo en el cruce, entramos en contacto con uno de los tesoros de la comarca: las cabras retintas, origen del queso con denominación de origen de la zona, un producto inigualable en su género que podremos comprar a lo largo del viaje en diversas queserías.

Pero volvemos a la carretera, camino ya de Los Ibores, y decidimos acercarnos al hotel para dejar el equipaje y darnos un chapuzón. En Cáceres hacía 37 grados a la sombra y aquí no pasa de 32. Se está razonablemente bien y en la terraza del hotel se respira y se disfruta. El hotel está en Castañar y se llama Solaire. Lo abrieron Rafael e Isabel María en 1981 y lo llevan con sus parejas: Paco y Fili. "Nos metimos en esto sin saber nada de nada. Ni habíamos emigrado y regresábamos con los ahorros ni habíamos tenido nunca un negocio", confiesa Rafael. Pero tenían visión porque se adelantaron 30 años a la explosión que ha supuesto la designación el 17 de septiembre de 2011 de la comarca como uno de los ocho geoparques de España, uno de los cien que existen en el mundo.

La Carta de Principios de la Red de Geoparques Europeos dice que un geoparque debe contener lugares geológicos de importancia atendiendo a su valor científico, rareza, valor estético o educativo. De todo eso abunda en Villuercas-Ibores-Jara, pero más que seguir guías científicas y complejas, nos dejamos llevar por lo que nos van recomendando las gentes del lugar. Y lo primero que hacemos es desandar el camino y bajar hasta la garganta del río Ibor a su paso por Castañar.

El lugar es delicioso: agua fresca y transparente, playas de arena y de piedra, sombras agradables bajo los árboles, sombrillas de cañizo al pie del agua, mesas y bancos y un inevitable chiringuito con mucha animación, donde se bebe y se come bien, resguardados del sol por árboles de gran porte, donde se practican disciplinas orientales en una terraza con vistas, donde una joven llamada Verónica ofrece su artesanía singular.

Extremadura es agua también en Los Ibores. Extremadura es tantas cosas... Y en la provincia de Cáceres, es sierra y fuerza telúrica en este recodo, tan cercano y tan secreto que por la carretera que va de Robledollano a Fresnedoso de Ibor no pasa ni un coche, pero se ven colmenas en las laderas, otro de los poderes gastronómicos de la comarca, miel de mil plantas, que también se encuentra en cada tienda, en cada pueblo.

La solitaria carretera invita a detenerse, a respirar el olor del campo atardeciendo, a contemplar las sombras jugando con los montes, a fotografiar paisajes cambiantes, a escuchar un silencio de gorjeos, de zumbidos, de viento enredándose en los árboles... Y seguimos, y llegamos a Fresnedoso, y se te cae encima la infancia de pueblo que todos los extremeños llevamos dentro: laberinto de callejas, plazas, casas blancas, la calle larga y en cada esquina, en cada rincón, grupos de vecinas al fresco del crepúsculo, cosiendo, comentando, mirando al forastero con un gesto de sorpresa que se antoja milenario.

Británicos y noruegos

Pueblos extremeños del geoparque: sosegados, familiares, silenciosos. Y seguimos hasta empatar con la carretera magnífica que viene desde Navalmoral y lleva a Guadalupe. Pocos coches a pesar de ser viernes. Habíamos quedado en que era incomprensible que fuera temporada baja en los Ibores. "Si es que los turistas prefieren irse a las playas. Aquí vienen en otoño y en primavera", nos explicaba Isabel en el hotel. Pero no entendemos este desapego de lo extraordinario. Un desapego que es más nacional que internacional porque en los pueblos, en los bares y en las zonas de descanso nos iremos encontrando con autocaravanas de franceses y holandeses, de británicos, alemanes y hasta noruegos, que confiesan haber viajado cientos de kilómetros para visitar una de las maravillas europeas de la naturaleza.

La carretera cruza la raña de Las Mesillas, entre los kilómetros 43 y 47: fascinantes suelos de color rojizo, cantos rodados, cuarcitas y areniscas, todo ello aprovechado para cultivos de secano. Pero no se asusten con los términos geológicos. Aparquen el coche en algún camino y bajen a fotografiar los paisajes de la raña con la luz del sol poniéndose. De fondo, cadenas de montañas, plegándose y desplegándose. Y en la raña, olivos en hilera anunciando la tercera maravilla gastronómica de la comarca: el aceite.

Llegamos a Castañar de Ibor y subimos a la plaza: más vecinos al fresco en sus sillas de enea, algún bar, casas sencillas, humildes, curiosas... En la carretera, un paseo acerado que lleva a la Fuente de la Cesta. Ruta del colesterol y del agua rica y clara. Las familias caminan con mucha intención hasta el caño, dan un sorbo y descienden. En el camino de regreso, la terraza del Solaire tienta y atrapa. Cenamos queso de cabra, unos huevos fritos con patatas que saben a gloria y a la cama.

Al despertar, nos sentamos con los dueños del hotel y nos preparan una guía popular con aquellos sitios que les gustan mucho a ellos y a sus clientes. Y la seguimos. Primero, temprano y a pie, subimos a los castaños singulares de la pedrera de Calabazas. Un poco más arriba, una chorrera o cascada que ahora, en verano, impresiona menos que en otoño. El camino es cómodo, está bien indicado y parte de la carretera de Castañar a Guadalupe, justo frente al hotel Solaire.

Después, a media mañana, carretera adelante, cruzamos un puente de hierro y disfrutamos de la visión de Navalvillar de Ibor con los montes sucesivos como telón de fondo. Queserías artesanas animan a parar y probar. Más adelante, el cruce hacia Navatrasierra y obediencia a las recomendaciones de Fili e Isabel, que nos llevan a un lugar paradisíaco llamado Hospital del Obispo porque, dicen, hubo aquí un hospital de guerra. Botánicos ingleses andan por la zona investigando una flora cuya estrella es una orquídea deslumbrante.

De nuevo en ruta, parada en Guadalupe, tan maravillosa como siempre, pero más si se llega a la puebla por esta carretera que viene de Navalmoral. Si nunca han visto el monasterio desde aquí, no duden en buscar la perspectiva. No digo más. Háganme caso y volverán a ser como niños en trance, boquiabiertos. No vamos a ponderar la belleza mil veces descrita de Guadalupe, así que regresamos por Navezuelas, el pueblo florido: calles vegetales, lujuriosas de pétalos, de olores, de hojas verdes.

Viajamos por una carretera de montaña que nos sugiere Asturias o al Pirineo convirtiéndonos en papanatas incapaces de valorar lo nuestro, lo extremeño, si no lo comparamos con otros territorios con más marca verde y alpina. Se intenta explicar el Geoparque relacionándolo con otras latitudes, pero es una insensatez: no hay nada semejante, es único.

En sus 19 municipios viven 15.000 personas. Son cinco habitantes por kilómetros cuadrado. Es decir, ninguna presión demográfica, algunos pueblos abandonados (Avellaneda, Almansa), 12 ríos, siete presas y embalses, cuatro cadenas montañosas con sus valles. Minas y minerales, fósiles, geología para admirar, cuevas, vegetación, fauna, historia y prehistoria... Se busque lo que se busque, el geoparque siempre complace.

Descendemos por Roturas hasta las Apreturas del Almonte, un desfiladero donde el río se encabrita por momentos y la vegetación esconde el cielo. Después, ascensión hacia Cabañas del Castillo, flanqueada por dos montes, con un peñasco apabullante protegiendo su iglesia de portada mudéjar, sosteniendo su castillo inexpugnable. Hace tiempo, visitábamos Cabañas y así describíamos la experiencia: "Es la hora de la siesta. Escuchemos: esquilas de cabras y esquilas de ovejas, hasta cinco trinos diferentes de pájaros, algún ladrido y el zumbido de un moscón. Nada más... Miremos: a la izquierda, entre la neblina, los picos de la Sierra de Las Villuercas; al norte, las llanuras del Tajo; al frente, dehesas onduladas e infinitas... Olamos: leña, humo, jara, humedad de pueblo pequeño con casas abandonadas..." Ocho años después, se ve, se escucha y se huele lo mismo. Ahí está la gracia y la esencia del geoparque: pasan los años, se suceden los siglos y lo sustancial no cambia.

El patrimonio como motor de desarrollo sostenible

Desde hace cinco años, los municipios de Villuercas-Ibores-Jara trabajan conjuntamente en su Geoparque, al lado de la Diputación de Cáceres, en una estrategia que usa el patrimonio como motor de desarrollo sostenible. Un camino compartido con la Junta de Extremadura, con las empresas asociadas en Geovilluercas, con la Universidad de Extremadura, la Asociación Geológica de Extremadura y el grupo de acción local APRODERVI. El trabajo, cooperativo y coordinado, junto al alto valor científico, paisajístico, educativo y turístico de los recursos geológicos, ha sido puesto de relieve y reconocido por la UNESCO como Geoparque Mundial. Hoy en día es, sin duda, la referencia para Deleitosa, Valdelacasa de Tajo, Peraleda de San Román, Garvín, Villar del Pedroso, Navatrasierra, Carrascalejo, Campillo de Deleitosa, Fresnedoso de Ibor, Cabañas del Castillo, Roturas, Solana, Retamosa, Aldeacentenera, Navalvillar de Ibor, Castañar de Ibor, Berzocana, Cañamero, Logrosán, Alía, La Calera, Robledollano, Navezuelas y Guadalupe. La geologia, el Monasterio de Guadalupe, la naturaleza, las fiestas y los productos tradicionales se complementan sabiamente con la agricultura, la caza y las nuevas experiencias geoturísticas para escribir el futuro de esta comarca cacereña.

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