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Una ruta novelera

Una ruta novelera

Viajando por la comarca de la Sierra de Montánchez para descubrir personajes y tramas interesantes en un escenario de iglesias poco conocidas, pero admirables, torres perdidas y puentes y ríos tan humildes como encantadores

J. R. Alonso de la Torre

Domingo, 24 de julio 2016, 08:52

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Si tienen ustedes la afición de escribir y necesitan material para una novela, síganme en este viaje que les propongo porque voy a presentarles personajes interesantes, tramas sugerentes y escenarios encantadores. Si todo esto lo aderezamos con queso de Valdefuentes, jamón de Montánchez, vino de Alcuéscar y bombones de higo de Almoharín, convendrán conmigo en que el viaje se antoja prometedor.

Pero basta de preámbulos, síganme por la N-630, salgamos de Cáceres y dirijámonos hacia el sur para comenzar nuestra ruta por la comarca de la Sierra de Montánchez. A nuestra izquierda, se van sucediendo los castillos de las Arguijuelas, varias casas fuertes, el castillo romántico y medio en ruinas de Garabatos, con sus nidos de cigüeña y su presencia de escenario romántico, y llegamos a un pueblo pequeño y tranquilo de 600 habitantes, que toma su nombre de la antigua venta de un señor llamado El Cano. Sí, lo han adivinado. Estamos en Aldea del Cano, en plena Ruta de la Plata, con el camino de Santiago transcurriendo entre la autovía y la carretera, presumiendo de que este es uno de los pocos puntos donde calzada romana y cañada real de la Mesta coinciden y mantienen las dimensiones legales del camino medieval de pastores: 75.22 metros de ancho.

A la estación del ferrocarril de Aldea del Cano, llegó en octubre de 1936 un contingente de soldados alemanes con 41 tanques Panzer. Se dirigieron al castillo de las Arguijuelas, donde tenían su cuartel general, pero disfrutaban de sus horas de diversión en Aldea del Cano, convertida en centro de ocio y diversión del III Reich, con el bar La Parrala como centro de distracciones.

En ese tiempo, Aldea del Cano estaba llena de burros que se llamaban todos igual por culpa de un candidato a diputado durante la II República, que prometió regalar un pollino a cada elector que lo apoyara. Agradecidos, sus numerosos votantes bautizaron los asnos regalados con el nombre del benefactor. Pero ya dejamos atrás Aldea, sus historias y su iglesia dedicada a San Martín de Tours y levantada en el siglo XVI. Seguimos por la N-630 y por el flanco izquierdo se asoma Casas de Don Antonio, que tiene el honor de haber sido señalada por eminentes geógrafos como el centro de Extremadura y un posible eje vertebrador de servicios. Más allá de estos sueños, el pueblo sigue donde solía y como solía: con su rollo, su viejo molino, su ermita del Pilar y sus 200 habitantes.

Más al sur, apacible, alfombrando de blanco la ladera de la Sierra del Centinela, distinguimos Alcuéscar, el pueblo con más habitantes, unos 3.500, de la comarca, famoso en los contornos por sus naranjas, las primeras y las más dulces de la región, y por sus vinos. Alcuéscar posee una joya que lo singulariza: la basílica visigótica de Santa Lucía del Trampal, del siglo VII, la más sureña de ese estilo de cuantas se conservan en la Península. La iglesia siempre estuvo ahí, pero nadie le prestaba atención mientras el tiempo acababa con ella lentamente hasta que, en 1980, Juan Rosco y su esposa, Luisa Téllez, la redescubrieron.

Alcuéscar es el tercer productor de higos de la región, con una cosecha de 300.000 kilos, pero el primero es Arroyomolinos de Montánchez y el segundo, Almoharín, los siguientes destinos de nuestro viaje. En Arroyomolinos, hubo una batalla en 1811 que da mucho juego para ambientar cualquier novela. En ese tiempo, la economía del pueblo se basaba en los higos, el lino y los molinos. Hoy, solo perduran el higo y los molinos, aunque estos últimos son mero atractivo turístico.

La batalla y los molinos regalan ambiente novelesco y podemos añadirle un personaje que vive en Plasenzuela, otro pueblo de la comarca, se llama Malcolm Jones, es historiador militar británico y trabajó en cien países y cien cosas hasta que decidió venirse a Plasenzuela en 2004.

Mister Jones organiza viajes para británicos por los campos de batalla de la Peninsular War, nuestra Guerra de la Independencia. Entre ellos está el Badajoz Tour, que se detiene un día en Arroyomolinos para conocer in situ esa batalla llamada "La Sorpresa de Arroyomolinos". "Fue una operación diferente, señala Malcolm. En la guerra moderna hay tropas especiales que hacen ataques rápidos y duros y se retiran, pero hace 200 años eso no se hacía y Hill emplea esa táctica. Viene desde Portalegre muy deprisa con sus tropas por caminos difíciles con la lluvia y cae por sorpresa".

Malcolm aclara su querencia por Plasenzuela de una manera que explica perfectamente el Brexit británico: "Aquí me tratan muy bien, son muy abiertos, mientras que en Inglaterra no nos gustan los extranjeros, somos cerrados. Aquí son hospitalarios".

Tiene su gracia Arroyomolinos con la portada plateresca de su iglesia parroquial y la ermita renacentista de San Sebastián, pero la novelería nos atrapa y nos empuja a ascender siguiendo la Ruta de los Molinos, la misma que siguieron parte de las tropas francesas del general Giraud para escapar de los dragones ingleses de Hill y de la legión española. La ruta está señalizada y discurre entre gargantas, bosques de castaños y 40 molinos antiguos, a través de parajes preciosos, con unas vistas espectaculares y nos lleva hasta Montánchez, la capital histórica de esta comarca.

Llegamos justo cuando el pueblo celebra una nueva fiesta o, mejor, un nuevo empeño: hacer un bocadillo de jamón gigante. En la plaza, varios cortadores se preparan para lonchear los mismos perniles de los que se encaprichó Carlos V. Busquemos personajes de novela. Por ejemplo, Luis Cerezo, cineasta, novelista y productor barcelonés, que un buen día decidió cambiar de vida, vio una foto de Montánchez, le pareció el lugar ideal para establecerse y fue feliz aquí. Dedicó su experiencia al producto estrella de la sierra: el jamón. Llevó la comunicación de una empresa jamonera hispano-japonesa establecida en Montánchez, lanzando campañas como la de la loncha más larga del mundo (14 metros) para el Guinnes, cortada por Nico Jiménez.

Como el mundo parece regirse por la magnitud y los récords, el jamón de Montánchez se ha contagiado de esta manía de la loncha más larga y el bocadillo con más metros, pero la esencia del producto es su toque dulce y su sabor inconfundible e inimitable, tan inefable que no permite explicaciones ni puede ser medido por los inspectores del Guinnes.

El epicentro de la heterodoxia montanchega es la Plaza Mayor. Aquí está el bar más popular, llamado Pito Gordo, y las Galerías Casa Grande, bazar completísimo e histórico en los bajos de una mansión con leyenda, lujosa e imponente, edificada en el año 1870 por un antepasado de José Ramón Hernández Canchaca, actual propietario de la tienda. La mansión tiene frescos, estatuas, columnas y dicen que en su tiempo estuvo llena de oro, pero el fundador de la dinastía, prestamista acaudalado, se casó con una moza que heredó cuanto se pudiera acarrear. Así que se llevó el oro y dejó la casa. En estas galerías se vende de todo, incluso ataúdes. En Montánchez, la muerte es arte y novelería y su corolario es la maravilla del camposanto, un cementerio con vistas elegido como el más bello de España.

El cementerio está pegado al castillo almohade, símbolo y referencia de la comarca. Situado en lo más alto, a medida que se asciende desde el pueblo, la vena retórica se dispara y se agolpan las expresiones estupendas: lontananza, línea del cielo, horizonte lejano, infinitud, majestuosidad. Y abajo, en el pueblo, otro personaje con novela: el holandés Alwin van der Linde (La Haya, 1957), que, tras vivir en París, Alsacia, Luxemburgo, Bruselas y Madrid, descubrió un buen día Montánchez recorriendo Extemadura y se instaló en el pueblo, donde tiene una fundación y se ha convertido en una de las referencias mundiales del nuevo realismo pictórico.

Y más abajo aún, en el llano, otro holandés errante y otro pueblo: Almoharín, capital mundial del bombón de higo, entre el secano y el regadío, la ermita de Sopetrán sobre el río y una destacada iglesia parroquial. A Almoharín llegó hace años el lutier Jasper Boerma. "En Extremadura, todo el mundo cree que Holanda es el paraíso, que tenemos de todo allí. Y sí, tenemos dinero, pero no hay vida. Nadie entiende por qué me vine a Extremadura", explica su descubrimiento de este pueblo tranquilo y luminoso.

El viaje por esta comarca de personajes y paisajes sigue en un ir y venir por carreteras tranquilas que te llevan de Valdemorales, recogido en el valle, a Valdefuentes, poderoso pueblo en la llanura con su rollo espectacular del XVI, su convento imponente barroco, sus casas serigrafiadas, que convierten este pueblo comercial e imparable en capital extremeña de este tipo de fachadas bellas. Botija y su poblado de la Edad del Hierro, Benquerencia y su puente romano, Albalá y sus caballos y retablos barrocos. Ruanes, donde hace años me contaba Silvestre, su vecino más mayor, que llegó a ser un pueblo muy grande y sin pobres, donde vivían los Figueroa y los Higuero, "las familias más ricas de Extremadura", un esplendor que se nota en lo cuidado que está el pueblo.

Comarca de personajes y de sorpresas como el hospital de peregrinos de Salvatierra de Santiago; las encinas espectaculares de Zarza de Montánchez y Torre de Santa María; la Casa de las Pizarras de Santa Ana, embrión del actual pueblo; el rollo y las tierras de caza de Santa Marta de Magasca; la ermita del Cristo del Risco de Sierra de Fuentes, balcón magnífico sobre la comarca y la llanura.

De vuelta a la capital, circulamos por la carretera de las torres: tres seguidas antes de terminar este viaje: Torremocha, dos bancos, seis bares y una iglesia barroca de categoría; Torreorgaz, nacida alrededor de la torre de Orgaz y rica en ermitas, y Torrequemada, donde nos quedamos a comer cochinillo y a reposar este viaje de encanto y novelería.

Antonio Morgado, emigrante en Mallorca, empleado en hoteles de lujo, es el prototipo de vecino de esta comarca que, por mucho encanto que encuentre fuera, acaba regresando y montando un restaurante en la planta baja de una casona de Torremocha, al que acuden las familias de la comarca a celebrar sus conmemoraciones más íntimas con bandejas de cochinillo asado. Tras la comida, un paseo por la dehesa descubriendo zahúrdas antiguas, cruzando puentes medievales, reposando al atardecer junto a la ermita del Salor, una basílica campestre, románica, mudéjar y templaria que pone fin a nuestra ruta novelera, tan rica en personajes vivos, en escenarios inesperados.

La Comarca de la Sierra de Montánchez agrupa poblaciones serranas y de llanos adehesados. Son las tierras de Albalá, Alcuéscar, Aldea del Cano, Almoharín, Arroyomolinos, Benquerencia, Botija, Casas de Don Antonio, Montánchez, Plasenzuela, Ruanes, Salvatierra de Santiago, Santa Ana, Santa Marta de Magasca, Sierra de Fuentes, Torre de Santa María, Torremocha, Torreorgaz, Torrequemada, Valdefuentes, Valdemorales y Zarza de Montánchez. Desde el mantenimiento de la dehesa aprovechando la montanera hasta la degustación en las bodegas y restaurantes, hay todo un itinerario que descubrir: paisajes, oficios, destrezas tradicionales, "cuevas" con jamones por estalactitas, peculiares lugares donde saborear tesoros gastronómicos. La comarca, apoyada por la Diputación de Cáceres, tiene ante sí el reto de mostrar a propios y visitantes cómo se desarrolla todo el proceso. La Ruta del Jamón Ibérico nos introduce en las relaciones entre la naturaleza y las personas. Va más allá de señalarnos los mejores lugares donde comer o adquirir los productos ibéricos que nos dan fama en Extremadura. Quiere implicarnos, apoderarse de nuestro entendimiento y de nuestros sentidos, quiere que valoremos tanto la dehesa como el jamón y que nos preciemos de su gente.

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