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La isla privada de Tagomago, cerca de Ibiza, al atardecer.
Corte de mangas al 'low cost'

Corte de mangas al 'low cost'

Experimentamos el ‘a todo tren’: jet privado a Ibiza, casoplón con mayordomo, yate de gran eslora, comida en una isla privada...

arantza furundarena

Lunes, 27 de junio 2016, 00:39

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¿Estás dispuesta a vivir una experiencia de lujo en Ibiza de la mano de Dom Pérignon?» Díganme si conocen a alguien capaz de resistirse a semejante propuesta. Porque, vale, la cosa estará que arde (elecciones, filtraciones, Brexit...), pero precisamente por eso apetece como nunca hacer un paréntesis, aunque sea de dos días, para sumergirse de lleno en la dolce vita. Además, alguien tiene que informar sobre las ofertas de ocio que están al alcance de los que pueden permitírselo casi todo: navegar en un yate como el que utiliza Madonna, almorzar en la isla privada en la que se alojará pronto Gareth Bale, probar la cama en la que durmió Paul McCartney... Aunque solo sea, como me dijo una amiga, «para luego hacer crítica social».

El viaje no era exactamente un viaje sino una experiencia: The Ultimate Experience. Hoy, ya se sabe, todo son experiencias, desde parir a montar en globo. Esta en concreto incluía jet privado, casoplón con mayordomo, yate de gran eslora, excursión a Tagomago y cena en el Lío de Ibiza. Un corte de mangas al low cost al que había que añadir alta gastronomía y barra libre de Dom Pérignon, un champán tan sumamente bueno que entona sin emborrachar y euforiza sin dejar el menor rastro de resaca. No es publicidad. Es una constatación empírica. Éramos ocho, cayeron más de 15 botellas y no hubo ni una sola baja. Al contrario, puro allegro sostenuto y lazos de amistad inquebrantables.

El viaje comenzaba en Madrid. Pero aunque una sea de Bilbao todavía no tenemos la facultad de teletransportarnos, así que tuve que coger un vuelo regular a la capital. Una vez en Barajas (T2) tocaba desplazarse hasta la Terminal Ejecutiva. Y aquí empezó la aventura. Se ve que en España no abundan los ricos porque en el mostrador de información no sabían decirme exactamente dónde se encontraba... «¿Es la de carga, no?», se preguntaban entre sí las azafatas. Concluyeron que sí y que solo se podía llegar en taxi.

El taxista me aseguró que conocía el lugar. Pero a los cinco minutos, en mitad de una autovía flanqueada por altas vallas metálicas y pabellones industriales, me suelta: «Esa terminal es esto que ve. Ya hemos llegado». La frase me sonó al típico «algún día todo esto será tuyo, hijo mío». Aquello era una inmensidad y encima no había entrada. Ya me veía plantada con la maleta en un arcén bajo un sol de 40 grados, tras abonarle 20 euros. Empecé a comprender a Tita Cervera. Ser rico es un asco. Y además, carísimo. Dialogué con el taxista y por fin apareció el cartel: Terminal Ejecutiva. Bastó con que siguiera la flecha. Un apuesto comandante (el mismo que luego pilotaría el jet hasta Ibiza) me recibió con una sonrisa de anuncio y me condujo a la salita VIP de United, la compañía de handling que operaba nuestro vuelo. A partir de ahí todo fue un continuo «quepuedohacerporusted» ¿Dos días dejando que te hagan la pelota? Rectifico, baronesa: ser rico es una maravilla.

Mis compañeros de viaje eran colegas dedicados al periodismo lifestyle. De mayor quiero ser como ellos. Uno en concreto de Ibiza se iba a Puerto Rico, «a probar un hotel de lujo». Y de ahí a Suiza, «a probar un coche de alta gama». Comandaba el grupo el milanés Riccardo Ferrari, senior brand manager de Dom Pérignon y alguien que puede pasarse horas hablando de cómo las uvas se recogen una a una o cómo un Dom Pérignon Segunda Plenitud necesita 16 años de maduración... Un hombre que realmente ama el producto. Y se nota. Claro que vende el mejor champán del mundo. Si vendiera tuercas no sé si le echaría la misma pasión.

Para nosotros la Primera Plenitud empezó ya en el jet privado, una Cessna Citation C550 de solo ocho plazas cuyo alquiler ronda los 3.500 euros la hora. Tenía cojines bordados y barra libre, así que el vuelo se nos hizo inolvidable... En Ibiza nos esperaba una elegante van (en inglés suena mejor que furgoneta) para llevarnos a la urbanización de lujo donde se encuentra Sa Calma, la espectacular villa en la que nos alojamos. Aquí, a cambio de 120.000 euros por semana, sir Paul McCartney se hizo unos largos en su infinity pool de longitud olímpica y Puff Daddy, ahora P. Diddy, organizó un fiestón cuyos ecos aún resuenan. Sa Calma se asoma a un acantilado que remata en un mar azul añil surcado por algún que otro velero. La concierge o conseguidora de todo este poderío es Serena Cook, una simpática británica que lleva más de diez años lidiando con las necesidades y caprichos de los ricos y famosos (George Clooney, Naomi Campbell...) a través de su empresa Deliciously Sorted.

El mayordomo viajero

En nuestra cala nos aguardaba el Li-Jor, un elegante yate Sunseeker de 27 metros de eslora, cuatro habitaciones y hasta 30 nudos de velocidad que sale por 6.000 euros al día. Lo mejor de viajar es que se conoce gente. Más aún, se conocen otros mundos, como el de Björn (Bi, para los amigos) nuestro joven mayordomo, un fornido alemán que un día mandó al cuerno la rutina y decidió recorrer el planeta... Ya ha estado en 130 países, tiene una novia colombiana y la ilusión de pasar la jubilación en una de las 7.000 islas de Filipinas.

Terminada la travesía, nuestra Segunda Plenitud llegó en Tagomago, la diminuta isla pitiusa que Norma Duval situó en el mapa gracias a una portada del ¡Hola! Tagomago en realidad pertenece a un Hannover pero el novio intermitente de Norma, ese enorme teutón llamado Matthias Kühn, la ha alquilado por 10 años y la explota a través de su agencia inmobiliaria. La isla solo posee una casa, que es la que Duval ha enseñado en las revistas. En su patio, de vistas excepcionales, degustamos tartar de gamba roja ibicenca, almejas con ponzu, filete de lubina con dashi y crème brûlée. En esa misma mansión se iban a casar Guti y Romina Belluscio, pero les pareció cara. A su colega Gareth Bale no. Él y su familia se instalarán allí en cuanto acabe la Eurocopa, a razón de 250.000 euros por semana.

Tras una tarde de relax, la última experiencia de la jornada llega con una noche loca en el Lío, uno de los mejores restaurantes-cabaret de Europa. Su espectáculo está a caballo entre Broadway, el cubano Tropicana y Cirque du Soleil. Algo para vivir una vez en la vida, siempre que se disponga de los 150 euros que, como mínimo, puede costar cada cubierto... Su cochinillo de Segovia confitado, su bacalao negro marinado y no digamos sus excelentes cantantes, bailarines y contorsionistas realmente lo merecen. Para remate, si aún queda algo en el bolsillo, está la posibilidad de comprarse a la salida unos exclusivos zapatos de Giuseppe Zanotti, diseñador para el cual «las mujeres son animales salvajes y preciosos y sus pies también». The Ultimate Expirerience aún incluye un reservado VIP en el legendario Pachá para el que aún tenga marcha en el cuerpo.

El día D (de después) lo pasa una tomando el sol en la piscina, dándose unbaño en la cala, desayunando croissants recién horneados y almorzando por la tarde un delicioso pollo al horno con ensalada de queso feta y sandía... Es el momento de pellizcarse para comprobar que no lo has soñado. Que, aunque sea por unas horas, te acabas de pegar la vida padre que se pega Paul McCartney cuando está de vacaciones. En ese momento brindamos todos con un champán rosé y, mientras lo paladeaba, me vino a la cabeza una frase que le oí decir a Álvaro Muñoz Escassi: «A mí me gustaría vivir como vivo... Pero pudiendo».

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