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«Soy posesivo,  del 'contigo pan  y cebolla'»
ÁLVARO POMBOTODA UNA VIDA

«Soy posesivo, del 'contigo pan y cebolla'»

«Tenemos una España muy hortera», dice el escritor cántabro, que subraya una relación entrañable con su amigo y padrastro José Antonio Marina

CÉSAR COCA

Domingo, 29 de mayo 2016, 10:19

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Soy soltero, mayor y solitario, y vivo en un mundo anticuado». Álvaro Pombo lo dice mientras se mueve en una silla giratoria. Está en el centro de ese mundo, los treinta metros cuadrados del salón de su casa, en el madrileño barrio de Argüelles. En un rincón está la cama, desde la que ve la televisión y contempla el fuego de la chimenea que ocupa el extremo opuesto de la estancia. De un lado al otro, el universo en miniatura: aquí unas láminas del mar y los barcos que lo surcan; allí unas figuras de gatos que parecen mirar displicentes cuanto sucede a su alrededor; en las paredes y sobre los muebles, las fotos y los recuerdos que alimentan una vida; en el techo, un ventilador tropical que parece salido del café de Rick el americano en 'Casablanca'; por todas partes, pilas de libros que trepan por sillas y mesas en un equilibrio que se puede quebrar en cualquier momento. «Me he acostumbrado a tenerlo todo en una habitación y este es mi cuarto de jugar», explica como para justificar la acumulación aparentemente caótica de objetos. Ocupando un lugar preferente, una foto enmarcada del pequeño Álvaro con su madre, en algún rincón de Santander. Limpia el polvo con el suéter y la muestra sonriente: «Fui lo que se llamaba un niño de buena familia. Era guapo y orejón».

  • En su 'cuarto de jugar'.

Nació en Santander apenas tres meses después del final de la guerra. ¿Qué recuerdos tiene de su infancia?

Hasta los 15 años viví en Santander, sí. Iba al colegio de los Escolapios y en los veranos pasaba largas temporadas en una finca que mi abuelo tenía en Ampudia, un pueblo de Palencia con un castillo y colegiata.

Creo que fue un mal estudiante...

Tuve que repetir lo que entonces era Quinto de Bachillerato porque falsifiqué las notas. Y lo hice porque era un estudiante muy malo, claro.

Vaya disgusto para sus padres, porque además usted era hijo único.

Pero por otro lado hacía cosas diferentes. Por ejemplo, ese mismo curso en el que me echaron del colegio, publiqué en la revista que hacían allí seis artículos con seudónimo... Tras la expulsión, me mandaron a los Jesuitas de Valladolid, donde conocí a José María Cagigal, que luego sería el impulsor del Instituto Nacional de Educación Física.

¿De qué escribía en esos años?

De muchas cosas: imitaba las voces de los padres predicadores, invitaba a los niños a confesarse y comulgar... A los profesores les gustaban mis artículos. Recuerdo uno que hice a los 14 años. Nos habían pedido una redacción sobre el otoño y mis compañeros escribieron sobre la melancolía de la estación. En cambio, la mía reflejaba una visión mucho más luminosa y me destacaron por ello.

Alguna vez ha dicho que de niño tenía mucha labia y sus padres le mandaban a entretener a las visitas. ¿Qué les contaba?

Recitaba poesías (comienza a entonar los primeros versos de la 'Marcha triunfal' de Rubén Darío: «¡Ya viene el cortejo!/ ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines...»), fantaseaba, gesticulaba mucho... Siempre he tenido un gran éxito con las señoras y con las chicas.

¿Cómo le fue en Valladolid? Estaba lejos de casa y la vida en esa ciudad tenía que ser muy distinta.

Estaba interno, pero me encantaba, como me encantó luego hacer la mili, sobre todo cuando estuve de prácticas en Melilla.

Pero eso sucedió durante las milicias universitarias, cuando estaba estudiando Filosofía en la Complutense de Madrid. Siendo hijo de una familia con los apellidos Pombo, Ybarra y Botín no tendría problemas para integrarse en la jet madrileña.

Nunca he tenido problemas para integrarme en ningún lugar. Residí en el colegio mayor Aquinas. Allí conocí a Luis de Pablo, que nos daba unas charlas sobre música contemporánea que eran muy parecidas a lo que cuenta Thomas Mann en 'Doktor Faustus'. Hasta nos hablaba de Pierre Boulez. En la Facultad estaba José Luis Aranguren. Y fue en el Aquinas donde conocí a José Antonio Marina. Él era un magnífico estudiante, todo lo contrario que yo.

Se hicieron muy amigos y siguen siéndolo.

Sí, y algún tiempo después nos convertimos en familia. Cuando yo tenía 24 años, mi padre murió, y más tarde José Antonio se casó con mi madre, así que es mi padrastro.

Limpiador en un banco

Al otro lado de la ventana, la primavera ha florecido en una hortensia, un olivo, un naranjo y algunas plantas más que colman una amplia terraza abierta a una tranquila calle próxima al parque del Oeste y la Ciudad Universitaria, por donde pasea cada mañana. Antes iba en bicicleta hasta la Casa de Campo, pero ahora la artrosis no se lo permite. Lo dice sin nostalgia, o al menos no lo aparenta. En cambio, sube el tono de voz cuando habla del deterioro de los parques por la actuación de algunos grupos de jóvenes afectados por «una educación que considera que la perfección es fascista». Eso, la educación en general y la formación humanista en particular, es una de sus grandes preocupaciones. «Se puede estar muy preparado y ser un verdadero zoquete desde el punto de vista de la capacidad para mantener una conversación y el intercambio de emociones e ideas». Pombo, que enciende un cigarrillo tras otro, tiene con su barba recortada y su mirada clara el aspecto de un capitán Ahab de tierra adentro que empezó su carrera como grumete.

Nada más terminar la carrera dio algunas clases y luego se marchó a Londres, donde trabajó como limpiador en un banco. ¿No encontró un empleo mejor?

Estuve aquí tres años como profesor, en tres colegios distintos, mientras preparaba la oposición para una cátedra de instituto. Pero al final me fui a Londres y allí desempeñé trabajos diferentes. Comencé como 'cleaner' en una oficina del Banco Urquijo.

¿Por qué no recurrió a sus vínculos familiares para lograr otro empleo?

Trabajé en lo que pude y ni se me ocurrió pedir recomendaciones a mis primos. En mi casa éramos así, muy independientes.

¿Cómo le fue con esos trabajos?

Le aseguro que limpiar suelos fue una experiencia muy positiva. También estuve luego de telefonista. Y durante un tiempo trabajaba para una agencia que me buscaba casas para limpiar. Vivía en una zona donde residían muchos judíos de clase media acomodada y de vez en cuando me contrataban para que sacara brillo a la cubertería. Mi idea era que uno trabaja en lo que podía, sin pedir favores. Era una idea más vivida que formulada.

Y volvió a estudiar Filosofía.

En 1970 entré en un 'college' de Londres e hice otra vez los cuatro años de la carrera. Allí se enseñaba una Filosofía muy en la tradición empírica anglosajona. Fue la etapa de mi vida en la que más estudié.

Al regresar a Madrid entró de nuevo a trabajar en un banco. ¿No es extraño para alguien con su formación y su vocación?

No crea. Yo nunca había pensado dedicarme a trabajar en algo que hubiera estudiado. Vamos, que no aspiraba a un empleo a la altura de mis títulos. Lo mío era la literatura, y la primera opción fue volver a intentar sacar una cátedra de instituto. Me preparé para ello, me presenté a las pruebas, pero fallé. Y creo que casi me vino bien. Así que entré en el banco, en este caso gracias a un enchufe de Alberto Oliart que me gestionó Juan Benet, y me dieron el título de oficial de primera porque tuvieron en consideración, como antigüedad, los años que había trabajado en Londres.

Y empieza una carrera literaria relativamente tardía. Publicó su primer libro casi con 40 años.

En 1977. Hubo uno antes, en 1973, titulado 'Protocolos', cuya edición me había pagado yo mismo.

Para empezar tan tarde pronto se convirtió en el poeta mejor pagado de la Historia de la Literatura española: 25.000 pesetas por once versos en 1979. ¿Cómo fue aquello?

(Se ríe). Fue un premio. Lo organizó una revista en la que también estaban Molina Foix, Martínez Sarrión, Javier Marías y otros.

Obra dictada

Cuenta Álvaro Pombo que le gusta el cine, pero apenas acude a las salas y espera a que programen las películas en la televisión. También la música, pero la escucha en su casa. Con ambas aficiones ocupa parte de su tiempo, el que le queda tras la charla con los amigos -siempre en el salón donde tiene lugar la entrevista; «nunca voy a un café», asegura- y las tres horas diarias que dedica a escribir. En realidad, a dictar, pues así elabora su obra.

¿Siempre ha sido de esa forma, siempre ha dictado sus libros?

No siempre, pero sí hace mucho tiempo. Empecé cuando el historiador Ricardo de la Cierva, siendo ministro, convocó un premio literario que estaba dotado con 500.000 pesetas. Yo entonces estaba en el departamento de traducciones en el Banco Hispano Americano por las mañanas. Le confieso que el trabajo en un banco aburre a un buey de madera.

¿Por eso se puso a escribir?

Lo hacía por las tardes. El premio era una novela, y entonces yo estaba con la que luego fue 'El héroe de las mansardas de Mansard'. Pero al salir de trabajar comíamos boquerones y bebíamos vino como si estuviéramos en una boda... Cuando llegaba a casa tenía sueño, así que busqué a alguien que me tomara al dictado. Primero a partir de unos papeles que tenía, y luego directamente. Supongo que por eso mi literatura es en buena parte oral.

Y le gustó tanto que siguió así.

Sí, y esa es la razón del aumento de mi producción literaria. Pero es que además soy tecnológicamente torpe y no tengo curiosidad por las nuevas formas de comunicación. De todos modos, el dictado no es más que una puesta sobre el papel de mi costumbre de hablar.

Antes se ha referido a las tertulias que organiza en su casa. ¿Para usted la charla es fundamental?

Absolutamente. Vivo en un mundo oral. Henry James dictaba sus libros. En España, en cambio, hay muy pocos prosistas que lean bien. Yo suelo leer en voz alta, mis textos y los de otros.

Ha ganado casi todos los premios mayores de la literatura en castellano. En realidad le falta el Cervantes...

Es verdad que he ganado muchos, pero el más importante fue el Herralde. Jorge Herralde fue esencial para mí y creo que para más de la mitad de la sociedad editorial española. 'El héroe de las mansardas de Mansard' fue el primer volumen de la colección Narrativas Hispánicas de Anagrama, que seguramente habrá sido la más relevante del último medio siglo.

En cambio, la literatura de hoy mismo parece bajo sospecha, y no solo porque Eduardo Mendoza haya dicho que la gran mayoría de los libros son una birria.

La deploración del presente estado de las cosas me produce un cierto cansancio, aunque a veces yo también caigo en ella. Se puede estar en desacuerdo con lo que se publica, por supuesto, pero a veces el ambiente es excesivamente criticón y entonces nada te parece bien.

Quizá la crítica deba centrarse más bien en el ambiente social. El nivel educativo y cultural del país no parece en su mejor momento, ¿no cree?

Sin duda. Creo que se ha producido una vulgarización general. Tengo una relación afectuosa con la gente, pero es verdad que tenemos una España muy hortera. No hay más que ver qué cosas dan en televisión: 'Gran Hermano' y programas así de horribles. En nuestro entorno hay una falta de impulso trascendente y a cambio tenemos un enorme patio de vecindad.

Polémicas

En ese patio él mismo ha sido tema de conversación en no pocas ocasiones. Con motivo del reconocimiento público de su homosexualidad, y de algunas manifestaciones llamativas sobre ciertos cambios legislativos y sociales, y a causa también de su irrupción en política. Incluso llegó a ser en dos ocasiones candidato al Senado en las listas de UPyD, partido al que ayudó «sobre todo en momentos electorales». Cuenta episodios de aquellos años sin que parezca arrepentido, pese a que la organización política en la que se integró se ha reducido a una mínima expresión.

¿Pensó alguna vez en serio que podía ser elegido y entrar en el Senado?

He bromeado con esa posibilidad. En la Real Academia, Arturo (Pérez-Reverte) y Mingote me llamaban 'el senador' porque les divertía mucho esa faceta mía. Pero le confieso que a mí la política activa me aburre. Hacer política en democracia es muy cansado porque todos tienen derecho a desbaratarlo todo, pero es que esa es la política que hay que hacer. De todos modos, ya tenía experiencia de colaborar con organizaciones porque durante siete años estuve trabajando dos veces por semana en Proyecto Hombre.

Y ahora, ¿qué le pide a la vida?

Salud. Y que me dure un poco. La vida y la salud, quiero decir. Que no se acaben ambas en uno o dos años. Porque pretendo hacer algunas cosas todavía y porque no quiero que terminen tan pronto algunas relaciones. En realidad, pediría a la vida que no se acabara nunca, pero eso sería una gansada, claro.

¿Se arrepiente de algo? ¿Qué cosas no haría si volviera a vivir?

No me arrepiento de nada. Me he equivocado muchas veces, también en lo amoroso. Soy impaciente, posesivo, muy de absolutos. Del modelo 'contigo pan y cebolla'. Pero a estas alturas ya soy consciente de que la vida no puede ser todo el tiempo una pasión wagneriana.

¿A qué tiene miedo?

Siempre decía que no temía la muerte, pero después de un episodio grave de salud que viví el año pasado creo que ahora sí tengo miedo a la invalidez. Llevo tres años con reúma, y eso me ha hecho temer el dolor. Quizá el resumen de todo esto que le estoy contando es que temo dejar de ser. O que dejen de ser quienes he amado y amo. Y temo al abandono.

Si supiera que iba a morir en 24 horas, ¿hay muchas personas a las que correría a pedir perdón?

Pedir perdón es esencial. Hay que hacerlo con quien te relacionas. Si debía hacerlo, yo lo he pedido sin problema. A mí aquello de 'Love story' de «amar es no tener que decir nunca lo siento» siempre me ha parecido una chorrada.

¿Qué epitafio escribiría para sí mismo?

No lo sé. El final tiene siempre un punto cómico. Ya he escrito humorísticamente sobre las pompas fúnebres. No lo tengo pensado. Y, de todos modos, si los demás quieren un epitafio, te lo van a poner.

Nació en Santander en 1939, en el seno de una familia poblada de apellidos ilustres. Se licenció en Filosofía en la Complutense de Madrid y luego se tituló también en Filosofía por el Birbeck College de Londres.

Actividad. Trabajó como profesor, luego se fue a Londres, donde limpió casas y oficinas bancarias mientras estudiaba.

Su obra: De nuevo en España, estuvo empleado en el Banco Hispano Americano, al tiempo que comenzaba a desarrollar su carrera literaria. Su primer libro (con la excepción de un poemario cuya edición pagó él mismo) se publicó cuando tenía casi 40 años. El lanzamiento real de su carrera literaria se produjo con 'El héroe de las mansardas de Mansard', novela con la que ganó el premio Herralde en 1983. Desde entonces, ha obtenido los de la Crítica, Fastenrath, José Manuel Lara, Ciudad de Barcelona, Salambó, Planeta, Nadal, Comunidad de Madrid y otros. Su última novela es 'Un gran mundo' (Ed. Destino). Fue elegido académico de la Lengua en 2002.

Política: Fue cofundador de UPyD y se presentó como candidato al Senado por esa fuerza política en 2008 y 2011.

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