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El estrés de la tumbona

GERARDO CASTILLO CEBALLOS PROFESOR EMÉRITO DE LA FACULTAD DE EDUCACIÓN Y PSICOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA

Lunes, 8 de febrero 2016, 00:53

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LA vida del hombre (y de la mujer) no se limita al trabajo profesional. Otra dimensión de esa vida es la del ocio (no la de la ociosidad), que nos enriquece en el trato desinteresado y sosegado con nuestros semejantes y nos hace más contemplativos. Pero mientras se trabaja también se puede convivir y contemplar. Lo ideal no es elegir entre la laboriosa Marta y la contemplativa María, sino ser Marta y María a la vez.

¿Para qué tenemos tiempo libre? Según Aristóteles «trabajamos para poder tener después 'skolé' (ocio); para poder dedicarnos luego libremente a aquellas ocupaciones que nos gustan y que desarrollan nuestro espíritu». Para los griegos el tiempo libre no era descanso pasivo (ociosidad), sino descanso activo (ocio noble) destinado al aprendizaje y al desarrollo de la personalidad.

¿Basta cortar con el trabajo para que surja la situación de ocio noble? No basta. El ocio es una actitud personal que hay que desarrollar. Para Pieper «el ocio es un estado del alma. Es una forma de ese callar que es un presupuesto para la percepción de la realidad. Es la actitud de la percepción receptiva y contemplativa en el ser». ('El ocio y la vida intelectual', 1974).

A cualquier persona le beneficia tomarse unos días de vacaciones de vez en cuando para recuperar energías y reducir tensiones, pero especialmente a los profesionales adictos al trabajo que, además, se mueven en un ambiente laboral muy competitivo; están expuestos a un estrés crónico, que se caracteriza (entre otros síntomas) por la fatiga, la irritabilidad y la ansiedad. No estoy hablando del estrés como primera reacción del organismo ante las presiones del ambiente; en este segundo caso se trata de una respuesta adaptativa necesaria. El estrés es perjudicial para la salud física y mental sólo cuando es intensivo y continuado.

El trabajador estresado es el protagonista de muchas viñetas humorísticas. En una de ellas se ve a un ejecutivo con maletín que camina deprisa por la calle mirando con ansiedad su reloj de pulsera. Su lenguaje interior es el siguiente: «a las diez al notario; a las once un cliente; a las doce al taller; a la una un infarto. '¡A ver si llego!'» (El Roto).

Las posibilidades del tiempo libre no siempre se cumplen en un periodo de vacaciones. Peor todavía: algunas personas regresan de ellas con más estrés del que tenían antes de iniciarlas. Esta paradoja es efecto del llamado «síndrome vacacional», que surge por la inadaptación al tiempo libre. Los adictos al trabajo se sienten inseguros cuando se ven privados de la seguridad que les proporciona las rutinas de la vida laboral.

El síndrome vacacional se suele agudizar con las vacaciones escolares de niños malcriados que están las 24 horas del día dando la tabarra a sus padres con la misma queja: «me aburro». Ese es el tema de otra viñeta humorística:

Se ve a un matrimonio en un sofá. Los dos están derrumbados.

-Él: «Mañana vuelven al colegio».

-Ella: «¡Dímelo otra vez!».

El estrés de las vacaciones puede moderarse fraccionándolas. También con una actitud positiva, que me parece comparable (salvando las distancias), a la de los ciudadanos británicos en 1941, cuando los aviones de la Alemania nazi bombardearon durante diez meses las principales ciudades de Inglaterra, en especial Londres. La reacción ejemplar de los londinenses fue promovida por Winston Churchill en su famoso discurso «¡No hay que darse por vencidos jamás!». Los ciudadanos reaccionaron con coraje y humor (británico) en medio de la tragedia.

Una de las posibilidades del sentido del humor es 'transformar' la realidad. Eso explica por qué desde que empezó la destrucción de Londres muchos propietarios de tiendas ponían carteles en los escaparates con este anuncio: «Abiertos, como de costumbre». De una de las tiendas sólo quedó en pie una pared de la que colgaba un cartel con esta inscripción: «Más abiertos de lo habitual».

¿Quiénes están más expuestos al estrés de las vacaciones? Quienes no saben desconectar con su trabajo y los ociosos. La mente de los primeros sigue en el trabajo (algunos se llevan el ordenador a la playa). Los segundos adoptan una vida sedentaria y aislada en la que todos los días son iguales.

Quien diariamente pasa varias horas seguidas recostado en una tumbona de la playa sin más pretensión que contar nubes, acaba sufriendo sentimientos displacenteros de soledad. En ese momento suele desvelarse el vacío interior que estaba soterrado, del que afloran únicamente experiencias rehazadas en su día, algunas de tipo existencial. No cabía esperar otra cosa de quien optó por lo banal, sin la valentía necesaria para enfrentarse a sí mismo. Todo eso estresa mucho, claro, aunque supongo que menos que picar piedra. ¿O no?

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