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Mitificación de la juventud y sus consecuencias

GERARDO CASTILLO CEBALLOS PROFESOR EMÉRITO DE LA FACULTAD DE EDUCACIÓN Y PSICOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA

Jueves, 7 de enero 2016, 00:24

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QUIEN hoy tenga una edad comprendida entre los 17 y 25 años, está de «suerte». Por esa sola circunstancia será admirado, disculpado, e incluso imitado por quienes sienten fascinación por esa etapa de la vida. Un ejemplo: no es infrecuente que, cuando un joven se emborracha en público, algún adulto comprensivo y tolerante comente con gesto de complicidad: «¡qué gracioso!». Esa tolerancia suele desaparecer cuando el beodo es mayor.

Thibon afirma que en la sociedad actual «la juventud es vista como supremo o único criterio de todo valor, de tal forma que las otras edades de la vida no tienen derecho a la existencia y a la consideración más que a condición de ir revestidas de esa marca primaveral (.) La madurez y la vejez se borran de un plumazo».

Otros autores sostienen que se trata de un retorno histórico a la época de la efebolatría. Efebo es una palabra griega que significa adolescente. En la Grecia Antigua existía el culto al efebo, que se aplicaba a los varones desde los 15 a los 18 años, una edad a la que se atribuían aptitudes especiales merecedoras de ser aprovechadas en la efebeia, una institución para formar a los futuros ciudadanos, que incluía entrenamiento en las artes de la guerra. Un efebo era también una modalidad de escultura representando a un varón joven desnudo y de gran belleza física. Esta segunda acepción no es la que estoy atribuyendo a los actuales adoradores de la juventud.

La nueva moda de la efebolatría se fundamenta en la creencia de que basta con ser joven para poseer todos los valores, sin necesidad de cultivarlos previamente. La expresión popular «la juventud siempre tiene razón» responde a esa mentalidad.

En mi opinión, no cabe achacar esa ceguera a una supuesta capacidad seductora de los jóvenes; se trata más bien de una fabulación de adultos nostálgicos de un paraíso perdido en el que anidaba el dulce pájaro de la juventud. Cuando algunos de ellos logran quitarse la venda de los ojos descubren sus pasados errores de apreciación: «Hemos endiosado a los jóvenes por el sólo hecho de serlo, y no por desarrollar las excelsas virtudes de la juventud: la ilusión, la generosidad, la solidaridad, la justicia, el deseo de perfección, el sueño de un mundo mejor» (J. Capmany, 1995).

La actual efebolatría «consiste en la pretensión de entender el mundo o la cultura de los jóvenes como si se tratara de una tribu, de una raza aparte. No es así. Por mucho que el factor edad sea decisivo, la situación de los jóvenes es inestable. Lo son hasta que dejan de serlo» (De Miguel, A.: Los jóvenes y los valores, 1994).

Los jóvenes que se sienten halagados simplemente por su edad, (con independencia de su comportamiento), suelen desarrollar actitudes conformistas y narcisistas; en cambio, quienes tienen la oportunidad de conocer a tiempo cuál es la verdadera misión de la juventud lo suelen asumir como un reto personal. Para Paul Claudel «la juventud no se hizo para el placer, sino para el heroísmo».

Hay quienes halagan a los jóvenes por una razón más prosaica: para hacer negocio con ellos. Lo joven es un artículo que actualmente se vende muy bien, tanto a los jóvenes como a quienes no se resignan a dejar de serlo. En todos los grandes almacenes existe una 'sección joven', en la que se puede comprar ropa, calzado, música y literatura joven. A ello se une que la mayoría de los anuncios de la televisión están protagonizados por jóvenes.

Elogiar por sistema a los jóvenes y otorgarles privilegios sin más mérito que la edad, no les predispone a elaborar un proyecto vital. Si es tan perfecto ser joven y tiene tantas ventajas, ¿por qué habría que empeñarse en ser otra cosa? ¿Por qué habría que construir algo tan incierto y problemático como es el futuro?

Lo que los jóvenes necesitan no es más facilidades para acceder a un mayor bienestar, ya que eso les mantendría en un estado de vida superficial y mediocre. Hay que incitarles a ir a la raíz de cada cuestión y a buscar la excelencia en todo.

Platón explicó que la etapa juvenil no es un tiempo para la ociosidad y la autocomplacencia, sino para la gimnasia intelectual y moral: «Es hermoso y divino el ímpetu ardiente que te lanza a las razones de las cosas; pero ejercítate y adiéstrate en estos ejercicios que en apariencia no sirven para nada y que el vulgo llama palabrería sutil, mientras aún eres joven; de lo contrario, la verdad se te escapará de entre las manos». (Parménides, 135 d).

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