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En Cuba, más difícil todavía

En Cuba, más difícil todavía

Setenta niños acuden a sus clases de circo en un cine abandonado de La Habana. Sueñan con el aplauso y con un sueldo de 800 euros

CARLOS BENITO

Domingo, 2 de noviembre 2014, 10:32

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En sus tiempos de gloria, el enorme local de la Avenida 51 de La Habana, entre la 114 y la 116, albergó un cine. Después permaneció cerrado durante más de cuarenta años y ahora, destartalado por tanto abandono y con un techo mellado que deja pasar la lluvia, se ha transformado en otro tipo de fábrica de ilusiones. Al término de la jornada escolar, setenta niños se apresuran hacia allí desde distintos puntos de la capital cubana -algunos, en trayectos de dos horas- para seguir avanzando disciplinadamente hacia sus sueños. Son aprendices de artistas de circo, empeñados en dominar materias casi fabulosas: las contorsiones, el equilibrio de mano, las payasadas, la gimnástica en mástil, los diábolos chinos, el aro giratorio, el adagio de piso...

El circo, en Cuba, siempre ha sido una cosa muy seria, desde que a principios del siglo XIX el empresario catalán Eustaquio de la Fuente instaló su tinglado en un solar habanero. No es el único español con un puesto destacado en los anales circenses de la isla: en 1946 llegaron los hermanos Aragón -Gaby, Fofó y Miliki-, que se afincaron allí y se convirtieron durante su estancia en estrellas televisivas. Todavía hoy, en Cuba es costumbre cantar en los cumpleaños el 'Feliz, feliz en tu día' que compuso Miliki. Cuando llegó la revolución, había en el país nada menos que 42 empresas de circo, en cuyos programas convivían los eternos trapecistas y malabaristas con fakires comecandela, telépatas o mujeres sin cuerpo. La arraigada tradición de este espectáculo pervive actualmente en el prestigioso Circo Nacional de Cuba, la correspondiente Escuela Nacional y festivales como Circuba.

Y también en el modesto local de la Avenida 51, donde los críos, de entre 9 y 17 años, se aplican a sus respectivas disciplinas: lanzan al aire ruedas de pelotas, se contorsionan hasta hacerse casi un nudo o se cuelgan de las cintas como si volasen en la penumbra. Son los alumnos del Cubacirco Pioneril Ángeles del Futuro, una iniciativa puesta en marcha en 2007 por Odelmis Hernández. Este hombre de 42 años, procedente de Sancti Spíritus, no pudo concluir sus estudios en la Escuela Nacional de Circo por culpa de la crisis del Periodo Especial, la depresión económica cubana de la primera mitad de los 90, y ahora lucha para que otras vocaciones como la suya no queden desperdiciadas por culpa de la escasez. Empezó a trabajar con niños en su provincia de origen, hace ya veintisiete años, y ahí sigue, peleando con las dificultades para sacar adelante su proyecto: «No todos, pero muchos de estos niños vienen de hogares necesitados, han mostrado mala conducta o han sufrido conflictos familiares. Aquí ayudamos a incorporarlos a la vida social, porque les enseñamos valores», explica.

Talento para exportar

El circo también se les presenta como el camino hacia un futuro de cierta prosperidad, ya que los artistas más importantes de la isla tienen la oportunidad de trabajar en el extranjero y, pese a que el Estado se queda una porción de su salario, ganan un mínimo de ochocientos euros mensuales, una fortuna en Cuba. El Circo Nacional exporta talento a empresas como el Cirque du Soleil o los Ringling Brothers: ahora mismo, conjuntos de artistas cubanos como Los Ovalerys, el Dúo Estelar, Raulín y Florecita, el Trío Las Musas o la Troupe Scala están actuando en distintos rincones de Europa o América.

Cuando no hay dinero, el 'más difícil todavía' adquiere pleno sentido, y en Ángeles del Futuro han tenido que desarrollar el ingenio y la generosidad para que todos puedan seguir aprendiendo sus destrezas. Los uniformes de los niños cuestan entre doce y veinte euros, un gasto que no todas las familias pueden permitirse, de modo que las más desahogadas han aceptado pagar también el vestuario de los alumnos más humildes. Y, cada vez que se necesita algún elemento de utilería para un número, los propios padres ponen manos a la obra y construyen lo que haga falta, con esa facilidad cubana para la improvisación creativa. Tal vez los sueños de estos críos de triunfar en pistas extranjeras se queden en nada, igual que lentejuelas que caen al suelo, pero las clases en el viejo cine ya les están haciendo más ricos. Al fin y al cabo, como dijo la escritora y periodista matancera Dora Alonso, «la pobreza mayor es no llevar un circo en la memoria».

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