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La capilla en la Complutense

JOSÉ MORENO LOSADA SACERDOTE Y PROFESOR

Lunes, 28 de julio 2014, 00:40

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DESTRUID este templo y en tres días lo levantaré», claro que lo decía refiriéndose a su cuerpo. También nos anunció que no deberíamos temer a los que matan el cuerpo sino a los que pueden hacernos perder el Espíritu. He trabajado bastantes años en la pastoral universitaria desde la delegación diocesana en Mérida-Badajoz y sigo relacionado con ella a través de movimientos especializados de Acción Católica -JEC y PX-. He sido director del servicio de asistencia religiosa de la universidad pública de Extremadura, con acuerdo firmado por el rector y el arzobispo, tras aprobación del consejo social de la institución escolar. La capilla se ha cambiado de sitio en varias ocasiones, en función de necesidades de distinto tipo en el campus. Ha sido un lugar de encuentro y celebraciones ocasionales relacionadas con la universidad, nunca un lugar continuado de culto porque entendíamos que esta función la hacían todos los templos de la ciudad, tanto los parroquiales como de otro orden. A veces, hemos utilizado salones grandes de la universidad para celebraciones litúrgicas católicas, significativas y propias de la comunidad universitaria, siempre libres y abiertas, a petición de alumnos, profesores, así como de decanatos y personal de administración y servicios. Unos lo han entendido más y mejor y otros menos, pero el respeto siempre ha estado presente.

Dicho esto, amén de que todo lo que fomente la libertad y el encuentro plural ha de ser de buen recibo en toda la sociedad y especialmente en el ecumenismo de los saberes en la universidad -sin exclusión alguna-, me permito apuntes para ayudar a situar la reflexión ante la polémica sobre la capilla de la Facultad de Geografía e Historia de la Complutense.

El centro de la pastoral universitaria para la Iglesia católica no está en tener un lugar de culto en el campus de las universidades públicas, cosa que no se discute en este caso. No es cuestión de templos, sino que va por otros caminos de presencia, como dicen las orientaciones de la Conferencia Episcopal Española al respecto: encarnada, servidora, dialogante, de encuentro, y atendiendo a las dimensiones de acogida, acompañamiento, formación, anuncio y celebración.

La mayor presencia de la Iglesia en la universidad es su cuerpo, en sus miembros, son miles de profesores, alumnos, trabajadores los que se sienten y se confiesan cristianos católicos en ese ambiente escolar superior. La gran cuestión en este orden se refiere al tipo de presencia que ejercen los cristianos en el medio, en qué medida se han formado en la relación fe y vida, estudio y evangelio, docencia, investigación y reino de Dios. De alguna manera la gran pregunta pendiente, sería más que la presencia del templo en el campus, la que se refiere a la universidad que deseamos y soñamos, o lo que es lo mismo, qué queremos aportar para que nuestras universidades sean auténticas y originales en orden a construir una sociedad que sea según el Reino al que nosotros esperamos, que sirva a la fraternidad, a la dignidad de todo ser humano y a la verdadera justicia.

No es baladí tampoco entender la universidad como el lugar del encuentro y del coloquio, del verdadero ecumenismo de saberes y de la sabiduría, donde nadie es el poseedor de una verdad, que por ser absoluta no puede ser ni poseída ni controlada, sino peregrinada y abierta sin fondo ni fin para que avancemos todos unidos -aportando y sanando-, con un horizonte de absoluto que nos va alcanzando y reclamando en una esperanza; que para nosotros será definitiva, pero que ahora vivimos con dolores de parto, sin tener ni todas las respuestas ni todas las soluciones a las posibles preguntas y a los problemas reales. Aquí no se trata tanto de la presencia del clero cuanto de la organización corresponsable del laicado en aquello que le es más propio en su ser docente e investigador, así como de diálogo de la teología y del saber cristiano con todos los demás saberes.

Nos preocupa también cómo y de qué manera portamos el tesoro del evangelio que se ha depositado en nuestras vasijas débiles de barro, riqueza que se la debemos a los que no la conocen, para que tengan vida en abundancia. No se trata por tanto de derechos adquiridos para defender sino de tensión permanente para servir, nos preocupa y no puede ser de otra manera como vivir en espíritu y en verdad en medio de esta realidad laica, secularizada, a la que nos invita el evangelio a amar para salvarnos con ella. Hemos de profundizar en el evangelio y en la doctrina que desde él hoy hemos de llevar al encuentro de los hermanos, atendiendo a sus dolores y angustias, así como a sus ilusiones y esperanzas.

En este sentido, nos duelen datos claros que nos hablan de que a nuestras universidades nunca llegan los jóvenes que pertenecen a la clase social que se sitúa en la pobreza grave y severa de nuestro país, donde abundan los niños y los jóvenes. Nos preocupa que no lleguen y nos preocupa aún más que la universidad no los tenga en su horizonte junto con todos los pueblos del mundo que están tocados por la pobreza y la marginación. Sabemos que ante la pregunta última de cuándo no lo hicimos con Cristo en la historia, el evangelio es claro en la respuesta: «cada vez que no lo hicisteis con uno de estos los más pobres, tampoco lo hicisteis conmigo». Esta presencia del Cristo crucificado en los sufrientes de la historia ha de ser priorizada por todos nosotros los creyentes en la universidad.

Por todo esto, considero que está bien defender un espacio propio para la contemplación y la interioridad de los universitarios en general y de los católicos en particular -como servicio a la pluralidad y la libertad de culto y de conciencia, nosotros lo hemos tenido y lo tenemos-, pero sin hacer de la cuestión del lugar de una capilla en una facultad la bandera de la relación Iglesia-Universidad, y mucho menos de lo esencial de la pastoral universitaria en la universidad pública española. La verdad es que si hace aguas esta relación y esta pastoral no lo es tanto por una cuestión de espacios sino de espíritu y vida en ambas instituciones. Es el momento de hacer una reflexión viva y profunda de la relación Iglesia-Universidad, con la claves de la conversión misionera y pastoral que hoy se nos está pidiendo a la Iglesia.

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