Borrar
El birrete de la fama

El birrete de la fama

Actores, músicos, deportistas, cocineros, dictadores y hasta la Rana Gustavo pueden presumir de sus doctorados honoris causa. «En España, somos muy serios con esto»

CARLOS BENITO

Miércoles, 26 de marzo 2014, 11:57

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

De todos los personajes famosos que han obtenido doctorados honoris causa, uno de los más difíciles de asimilar es Mike Tyson. En primer lugar, porque la trayectoria del 'hombre más malo del mundo' venía a ser la negación radical de todo lo académico: con 10 años ya faltaba al colegio y con 13 había acumulado un bonito historial de treinta y ocho arrestos, en un prometedor inicio de carrera delictiva que después supo reconducir hacia el boxeo, cuando en un reformatorio descubrieron su talento para pelear. Pero, más allá de la probada rebeldía de Tyson hacia el sistema educativo, el título honorífico que le concedió la Central State University en 1989 resulta incómodo por su memorable discurso. Aquel «joven extremadamente inteligente», como le describió el presidente del centro, subió al escenario y dijo: «No estaba seguro de qué tipo de doctor iba a ser yo, pero, ahora que veo a todas las tías guapas que hay aquí, creo que seré doctor en Ginecología».

A PERSONAS EMINENTES

  • En latín

  • Españoles en el extranjero

  • 1920

Nadie puede dudar que Rafa Nadal lo habría hecho mejor. Quizás hubiese estado un poco más aburrido -a la mayoría de los estudiantes, cómo no, les entusiasmó la intervención de Tyson-, pero seguro que no habría escandalizado a nadie y que habría lucido la mar de gallardo con la muceta y el birrete. Nos quedaremos sin comprobarlo, porque la polémica suscitada por su doctorado honoris causa ha empujado al tenista a declinar la oferta de la Universidad de las Islas Baleares (UIB). «Es curioso que, mientras aquí le hacemos la guerra, la ciudad de París le haya entregado las llaves de oro», se dolía ayer el rector, Llorenç Huguet, que se reafirmaba en la pertinencia de honrar al «mejor embajador de Mallorca en todo el mundo». La elección de la UIB suscitó una violenta controversia en la prensa regional y en las redes sociales, donde se cuestionaban los méritos del tenista y también asuntos más delicados, como su «compromiso cultural» con la comunidad autónoma.

En buena parte del mundo, se ha vuelto práctica común conceder doctorados honoris causa a figuras populares. A Nadal le reprochaban algunos que ni siquiera hubiese acabado el bachiller, pero eso jamás ha sido obstáculo para recibir uno de estos reconocimientos: Aretha Franklin dejó la escuela con 15 años y ya lleva doce doctorados, el último de ellos en Princeton, mientras que Sean Connery, que también ha coleccionado ya unos cuantos, abandonó los estudios a los 13 y se puso a trabajar como repartidor de leche. Estos títulos premian otro tipo de aportación, que no tiene nada que ver con la libreta de calificaciones de la infancia. «La Universidad cada vez se abre más a ámbitos diferentes de la sociedad. A la hora de destacar quiénes son las personas más significativas, eso nos puede llevar a campos insólitos. También existe una dimensión de imagen institucional, porque se establece un vínculo entre la Universidad y el personaje, e incluso de reconocimiento a algunas personas que han nacido en el sitio correspondiente. Pero en España, hablando en general, somos muy serios con esto: en la inmensa mayoría de los casos, ha primado la excelencia académica o científica», comenta Jerónimo Hernández de Castro, jefe de protocolo de la Universidad de Salamanca.

Cuando las universidades españolas conceden un doctorado a un famoso, suele tratarse de una 'vaca sagrada' que no deja mucho espacio a la controversia. Vicente del Bosque fue investido por la Universidad de Castilla-La Mancha y la UCAM murciana; Antonio Banderas, por la Universidad de Málaga, con la que mantiene fuertes lazos; Ferran Adrià, por la Universidad de Barcelona y la Politécnica de Valencia, aunque tuvo más eco su título honorífico de la universidad escocesa de Aberdeen, donde lo definieron directamente como «un genio» y lo compararon a Dalí, Picasso, Miró y Buñuel. Frente a esa timidez y ese pudor tan españoles, algunas instituciones del mundo anglosajón reparten doctorados con aire casi tombolero. Solo en el apartado de la música popular, por ejemplo, los tienen Kylie Minogue y su hermana pequeña Dannii, el grupo de glam rock Slade (famoso por la delirante ortografía de sus títulos), la mismísima Susan Boyle, Dolly Parton, Nick Cave (ha acumulado ya tres), el guitarrista Tony Iommi, el 'bee gee' Barry Gibb o la cantante Annie Lennox, y eso sin zambullirnos en los títulos honoríficos del Berklee College Of Music, una lista interminable en la que figuran españoles como Alejandro Sanz.

Ciertamente, a la mayoría de estos triunfadores no les sirve de mucho un título de doctor -«ni siquiera puedes recetarte tus propias drogas», bromeó en una ocasión el artista David Hockney-, pero a veces la investidura tiene algo de resarcimiento, de revancha largamente acariciada. El ejemplo más obvio es el de Bill Gates, que abandonó la carrera de Matemáticas en Harvard para fundar Microsoft, después de tener un encontronazo con las autoridades universitarias por el uso que hacía de los ordenadores. Veintitrés años después, regresó para recibir su doctorado honoris causa: «Soy una mala influencia. Por eso me han invitado a hablar en vuestra graduación. Si hubiese hablado en el momento de orientaros, a lo mejor pocos de vosotros estaríais aquí hoy», soltó, además de recordar a su padre que por fin había cumplido la promesa de conseguir un título.

«Nadie mejor maestro»

Los que también suelen contar con estos doctorados de relumbrón son los gobernantes -el récord lo ostenta el rey tailandés Bhumibol, que supera los doscientos- y, muy especialmente, los dictadores, de Robert Mugabe a Kim Jong-un, pasando por Gadafi o Francisco Franco. Da bastante grima repasar la investidura de Franco como doctor honoris causa por la Facultad de Ciencias de la Universidad de Santiago de Compostela, en el verano de 1965. «La tesis doctoral del nuevo doctor está escrita en el gran libro de la historia con caracteres indelebles», dijo el decano, Luis Iglesias, cuando todavía resonaban los ecos del 'Gaudeamus igitur'. Y el rector, Jorge Echéverri, se esforzó por no quedarse atrás: «Nadie mejor maestro que vos, ya que vuestra vida, como dijo en esta misma alma máter el señor ministro de Educación Nacional, está llena de magistrales lecciones experimentales de táctica militar y de genio político». Tanto la Universidad de Santiago como la de Salamanca han abominado en los últimos años de los honores concedidos a Franco, una muestra clara de que estos doctorados pueden tener una contrapartida indeseada. «De alguna forma, la imagen de la Universidad y la de sus doctores se influyen mutuamente», admite Jerónimo Hernández de Castro, que trae a colación otro ejemplo, el doctorado honoris causa concedido por la Complutense a Mario Conde. «La Universidad es una institución sumamente viva, que refleja los cambios de la sociedad. En aquel momento, Conde era un modelo al que querían imitar los niños, así que probablemente todo el mundo vio bien el doctorado. Después, la situación cambió».

Claro que si Tyson y Franco no bastan para demostrar que no hay que tomarse demasiado en serio algunos de estos homenajes, siempre podemos acudir a la ceremonia académica más alucinante de todos los tiempos: el doctorado honorífico en Letras Anfibias que la Universidad de Long Island otorgó en 1996 a la Rana Gustavo. En realidad, tras los ejemplos del boxeador y el déspota, el teleñeco sirve como soplo dignificador: «Cuando era un renacuajo que crecía en un barrizal, nunca imaginé que algún día habría de dirigirme a un grupo tan destacado de sabios -se presentó a los estudiantes-. Y estoy seguro de que, cuando ustedes eran niños que crecían en sus particulares barrizales o barrios, tampoco imaginaron nunca que se sentarían aquí, en uno de los días más importantes de sus vidas, escuchando a una rana verde y pequeñita. Todos nosotros deberíamos sentirnos muy orgullosos de nosotros mismos... y también un poco absurdos».

'Honoris causa' significa 'por causa de honor'. La expresión se aplica a los títulos honoríficos concedidos a personas eminentes. En España empezaron a entregarse en 1920, pero hay precedentes en siglos anteriores, en los que se investía a personajes que habían prestado servicios a la universidad.

Hay varios casos de personajes populares españoles que han sido investidos doctor honoris causa por instituciones de otros países. Es el caso de Ferran Adrià en la Universidad de Aberdeen (Escocia), Pedro Almodóvar en Harvard (Estados Unidos), Antonio Banderas en el Dickinson College de Pensilvania (Estados Unidos) o Martín Berasategui en la Universidad François Rabelais de Tours (Francia).

fue el año en el que se condeció el primer doctorado honoris causa en la Universidad española. La Complutense reconoció los méritos de Avelino Gutiérrez, un médico cántabro que desarrolló su actividad en Argentina.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios