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Aline Griffith sigue siendo una mujer elegante y con estilo a sus 90 años.
El botín de los Romanones

El botín de los Romanones

Dos ladrones encapuchados asaltan la lujosa vivienda de la condesa Aline Griffith en Madrid y terminan llevándose un sobre con 300 euros.La antigua agente de la CIA es ahora quesera

JOSÉ AHUMADA

Jueves, 20 de marzo 2014, 13:54

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Trescientos euros resulta un botín miserable cuando se aspira a robar una fortuna, pero lo que no se imaginaban los ladrones que entraron el sábado en casa de la condesa viuda de Romanones, en la exclusiva zona madrileña de El Viso, es que fueron afortunados: ése pudo haber sido su último golpe. Es cierto que, pese a su envidiable aspecto, Aline Griffith (Nueva York, 1923), ya no está tan en forma como a finales de la II Guerra Mundial. Tiempos en que, bajo el apodo de 'Butch' -'marimacho', pero rebautizada como 'Tigre' en sus memorias-, afinaba su puntería con la pistola, ensayaba la forma de dar muerte con el cuchillo o se lanzaba en paracaídas sin titubeos, pero también lo es que en su lujosa residencia aún conserva armas de sus años de agente secreto de la CIA, como plumas que esconden afiladas navajas o jeringuillas para dejar fuera de combate a sus enemigos.

El caso es que, ajenos a todo esto, dos cacos se plantaron de noche en su casa, vestidos de negro, con guantes y pasamontañas, como en las películas. «Fueron amables y correctos», reconoció la condesa pasado el susto y con mucho sentido del humor. Ella, por su parte, no les dio motivos de queja y accedió a mostrarles la caja fuerte -detrás de un cuadro, por supuesto-, y su contenido: nada.

Probablemente el objetivo del golpe fueran sus famosas alhajas, algunas de las cuales subastó hace unos años en Sotheby's -obtuvo un millón de euros-, para poner en marcha una fábrica de quesos en Extremadura. Ella les explicó que, con buen criterio, no guarda las joyas en casa; ellos optaron por atarla de pies y manos a la cama con cinta adhesiva y registrar a conciencia y durante más de una hora la vivienda, llena de valiosas antigüedades y obras de arte que no interesaron lo más mínimo a los asaltantes. Al final, resignados, aceptaron su derrota y se marcharon con un sobre en el que la aristócrata tenía unos trescientos euros.

De momento, los investigadores de la cercana comisaría de Chamartín no han podido dar con los culpables, aunque les haya llamado la atención el hecho de que conocieran a la perfección los horarios de la casa: accedieron a ella en el momento en que la servidumbre se encontraba fuera y se marcharon antes de que volviera. Por su parte, la condesa ha insistido en la total confianza que tiene depositada en sus empleados.

Para cualquier otra persona, el suceso habría supuesto una experiencia traumática, pero no para Aline Griffith, una intrépida mujer acostumbrada al riesgo que a lo largo de su vida se ha sentido tan cómoda entre espías como entre famosos y nobles.

Su historia arranca en Pearl River, un pueblo del Estado de Nueva York que fue fundado por su abuelo, empresario de éxito que se enriqueció fabricando máquinas plegadoras de periódicos. Allí nació Aline, en el seno de una familia numerosa y católica, quien con el tiempo se convertiría en una muchacha hermosa e inquieta. A los 20 años, después de licenciarse en Periodismo y Literatura y de iniciar una prometedora carrera como modelo, optó por enrolarse en el OSS (Office of Strategic Services), el servicio secreto estadounidense, germen de la actual CIA.

Ovejas en Extremadura

De sus despachos partió la orden de dirigirse hacia España en 1944, una misión que le cambiaría la vida. En aquel escenario de posguerra, manejándose tanto entre agentes nazis y comunistas subversivos como entre la flor y nata de la sociedad madrileña, conoció a quien se convertiría en su marido, Luis Figueroa y Pérez de Guzmán, heredero del título de conde de Romanones.

Ava Gardner, Audrey Hepburn, Deborah Kerr, Grace Kelly y Rainiero de Mónaco, los duques de Windsor, los barones Rothschild, Richard Nixon, Ronald Reagan, Franco o el propio rey Juan Carlos formaron parte de su círculo de amistades y conocidos durante una etapa que se prolongó hasta 1986, cuando se retiró del servicio activo.

Tras enviudar, un año más tarde, se dedicó a su extensa familia -tres hijos, trece nietos y cinco bisnietos-, una ocupación que la tuvo suficientemente entretenida hasta 2010, cuando decidió convertirse en quesera dando uso a la finca extremeña de Pascualete, propiedad de la familia de su marido desde 1232. Es donde mantiene los rebaños de ovejas con los que produce unos quesos que ya han recibido galardones internacionales.

Es posible que el lamentable episodio del robo haya recordado a Aline Griffith, quien sigue manteniendo su acento norteamericano al hablar después de medio siglo en España, aquellos lejanos y emocionantes días en que ponía en riesgo su vida para cumplir con las misiones que se le encomendaban. Ésa es al menos su versión, que en nada se parece a la que defiende el escritor británico Nigel West, autor de una docena de libros sobre espionaje. Dice West que su única relación con los espías se limitó a verlos pasar desde su mesa de secretaria en el área de descifrado de códigos que la OSS tenía en Madrid.

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