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¿Qué ha pasado hoy, 18 de abril, en Extremadura?
Adolfo Suárez, con un cigarrillo, en un encuentro con Felipe González. / Archivo
El ducado(s) de Suárez
ADIÓS AL PADRE DE LA TRANSICIÓN

El ducado(s) de Suárez

El presidente fumaba tres paquetes al día del tabaco negro por excelencia de los años 70 y 80

JOSÉ ANTONIO GUERRERO

Lunes, 31 de marzo 2014, 14:42

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Aquello sí que eran cortinas de humo. Como un atrezzo más de la Transición, el humo era el invitado silencioso que distendía las reuniones en las que Adolfo Suárez fumaba un cigarrillo tras otro mientras se batía el cobre con políticos de todo signo por asentar las libertades en España. En los despachos de La Moncloa no podía faltar tabaco ni ceniceros. Lo recuerda bien quien fue entonces su secretaria, María Ángeles López de Celis: Era impensable que en aquellos encuentros no se fumara. Lo hacía todo el mundo.

Estamos en los años 1979-1980 y España era un país con un pitillo en la boca. Se fumaba en La Moncloa (que Suárez ocupó entre 1976 y 1981), y en el Congreso de los Diputados, pero también en las oficinas, en las aulas de colegios y universidades, en los aviones y autobuses, en los hospitales y por supuesto en los cafés, donde las tertulias se prolongaban al calor del denso humo del tabaco. Raro era el médico que no recibía en consulta con un cigarrillo en la mano. Y muy pocos los espacios cerrados donde respirar una bolsa de aire fresco.

El presidente fumaba Ducados, el tabaco negro por excelencia de la época, el que compraba casi todo el mundo. La cajetilla blanca y azul apenas ha cambiado desde entonces. Su envoltorio es ahora más duro, ha incorporado los mensajes anti-tabaco, pero sigue conservando la vieja moneda de oro, el ducado que corona las letras. Sí ha cambiado, y una barbaridad, su precio y su consumo. Hay una anécdota deliciosa que dice mucho de la rectitud del presidente Suárez. Pudo frustrar un intento de congelar el precio del Ducados y no lo hizo. «Todo el mundo sabe que es lo que yo fumo y van a pensar que no sube de precio por eso», dijo a su ministro de Economía, que andaba muy preocupado por la inflación. Y la cajetilla azul y blanca se encareció en tres pesetas, lo mismo que las de otras marcas de negro, que tampoco eran muchas, BN, Habanos, Celtas

Suárez era un excelente cliente de Tabacalera, la sociedad pública a la que entonces pertenecía Ducados (hoy es de la multinacional británica Imperial Tobacco). En aquellos pulmones que parecían aguantarlo todo caían de dos a tres paquetes de 20 cigarrillos al día y todos los días, incluidos sábados y domingos, porque en aquellos años había tanto que hacer que no había tiempo que perder. La cajetilla de trujas costaba 25 pesetas (15 céntimos de euro) en 1979, al año siguiente subió a 27, y en 1981, cuando Suárez dimitió, pasó a 30 pesetas. En estos últimos 35 años, el precio del Ducados se ha multiplicado por 30. Hoy cuesta 4,45 euros, unas 740 pesetas, lo mismo, o muy parecido, que la cajetilla de Chester, Lucky o Winston (el Marlboro es un poco más caro). Si en aquellos años del siglo pasado fumar negro era barato, el tabaco rubio se pagaba a doblón: el Fortuna salía por 65 pelas y el Winston aquel de importación, el de la etiqueta azul, llegaba a las 110, con lo que muchos lo reservaban para ocasiones especiales, como bodas o fiestas navideñas.

El Ducados tiene mili

En la España del presidente Suárez, el Ducados era el rey del estanco. Lo recuerda José Luis Duo, secretario general de la Unión de Estanqueros, y que lleva toda su vida (59 años) ligado al estanco familiar, un establecimiento centenario, de la calle Easo en San Sebastián. José Luis aporta unos datos incontestables: En 1979 se vendían cada año en España 3.550 millones de cajetillas de tabaco, de los que 1.300 eran de Ducados. El paquete blanco y azul representaba el 36% del mercado. Hoy se ha despeñado a un insignificante 5,6%: solo se venden 132 millones de Ducados sobre un total de 2.375 millones de cajetillas. ¿Qué ha pasado para esta transición tan desgarradora? Primero, que ya no es barato; segundo, que las mujeres, las grandes fumadoras de estos tiempos, apenas fuman negro. Y luego, que los hombres que fuman negro van desapareciendo (porque se pasan al rubio o a mejor vida) y nadie ocupa su lugar, explica el estanquero donostiarra. Él fue un gran fumador de negro. Sobre todo en la mil. Cuántas veces un buen puñado de ducados o de habanos (ése sí que era duro) le ayudaron a pasar el trago de muchas guardias en la garita.

José Luis, que ha vivido tras el mostrador las dos etapas del tabaco (la gloriosa de Suárez, con 23.000 estancos en España, y la actual, con solo 13.500) recuerda como si fuera ayer el trasiego de las cajas de Ducados que llegaban al local familiar de la calle Easo, muy cerca del Hotel Londres. Venían en grandes cajas de madera, con listones bien clavados que había que sacar con unas palancas. de chaval era feliz jugando con aquellas cajas, que en mi imaginación podían ser desde coches de carreras a los puentes en construcción de la película El puente sobre el río Kwai, que mi padre me llevó a verla de niño. Me lo pasaba en grande. Luego las cajas fueron sustituidas por los cartones, mucho más endebles y sin tanta gracia.

Quien probó los trujas y luego se quitó, seguro que aún recuerda cómo rascaban la garganta e inundaban los pulmones e incluso ese ligero mareo aún en ayunas, o esa cálida sensación de saber que un café con leche y un par de ducados combatían el frío mejor que una buena pelliza. Eran tiempos, aquellos, en los que la cajetilla se llevaba en el bolsillo de la camisa y cuando te pedían un cilindrín, metías la mano por el cuello del jersey cerrado y tras hábiles retorcimientos del brazo derecho, sacabas el cigarrillo y lo ofrecías con una mirada cómplice como esas que aparecen en algunas fotos de Suárez con Felipe González o con Santiago Carrillo, otros grandes smokers.

A veces el presidente también fumaba Ducados Internacional, que era un paquete largo, plano y azul oscuro muy elegante, rememora María Ángeles López de Celis, su exsecretaria, hoy convertida en escritora de éxito, especialmente con sus libros Los presidentes en zapatillas y Las damas en la Moncloa, ambos de la editorial Espasa, del Grupo Planeta. María Ángeles, que apenas tenía 22 años cuando entró a trabajar para Suárez, ha pertenecido a la Secretaría de los cinco presidentes del Gobierno de la democracia, aunque lleva muy profundamente fijados en la memoria sus primeros años en La Moncloa. Estaba todo por hacer. Había mucho trasiego de reuniones y en todas ellas, el tabaco y el humo estaban presentes. Fumar Ducados era como muy español, como muy patriótico. Y el presidente fumaba mucho, no dormía y comía muy poco. Yo recuerdo haberle visto muchas veces cómo se encendía un cigarrillo con la colilla del anterior, pero a pesar de todo, tenía una forma física excelente, cuenta López de Celis, que ha sentido como nadie la muerte de su jefe, un jefe ejemplar, el presidente que muchos años más tarde fue nombrado duque, quizás en agradecimiento a tantos miles de ducados convertidos en humo de libertad.

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