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Una multitud de ciudadanos saludan al entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez. / Archivo
La intuición hacia la democracia
aDIÓS AL PADRE DE LA TRANSICIÓN

La intuición hacia la democracia

A pesar de las críticas, Suárez consiguió hacer normal en la política española una convivencia civilizada que reconoció el pluralismo

PABLO PÉREZ-LÓPEZ , CATEDRÁTICO DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA UNIVERSIDAD DE NAVARRA

Miércoles, 26 de marzo 2014, 15:54

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Adolfo Suárez ha sido el político conservador español con menos currículum. En su generación solo los antifranquistas acreditados podían permitirse salir a la palestra pública sin brillantes titulaciones universitarias o alguna oposición bajo el brazo. Quizá por eso su nombramiento causó sorpresa y hasta estupor: un inmenso error, un apagón, se tituló en los medios su llamada a formar gobierno en 1976.

Luego llegaron los éxitos, los logros de hecho, en medio de aquel proceso turbulento que fue la transición a la democracia, que él intentaba promover y encauzar al mismo tiempo. El pueblo se los reconoció. Ganó dos referéndums claves y dos elecciones generales en tres años. Aquel hombre del Movimiento, aquel franquista de camisa azul, había conseguido, como él mismo dijera en un memorable discurso, hacer normal en la política española lo que era normal en la calle: una convivencia civilizada que reconocía el pluralismo vivido en libertad. Y lo había conseguido en poco tiempo.

Ciertamente no faltaron equivocaciones ni críticas. La economía, que ya iba mal antes de él, fue peor. Pero se logró esquivar el abismo con los pactos de la Moncloa. La violencia política fue a veces extrema, en la derecha y, sobre todo, en la izquierda, con las duras ofensivas de ETA y GRAPO. Pero el país aguantó gracias al generoso sufrir callado de las víctimas. Otros lamentaban que no se hubiera roto con el franquismo, pero hubo amnistías, y hasta terroristas con delitos de sangre recobraron a la libertad de la mano de la ley. Otros, en fin, veían en peligro la unidad de España con el nuevo estado autonómico, pero los nacionalismos se mostraron, al contrario, satisfechos, negaron deseo alguno de independencia, y eso bastó para contentar a todos, con tal de que les dieran algo parecido. La ansiada reconciliación se concretaba así, día a día, abriendo un nuevo horizonte de convivencia. Cambió tanto la política española que fuera no lo creían.

Adolfo Suárez había comprendido su tiempo y a sus conciudadanos. Más que trazado, había intuido el camino hacia la democracia y había conseguido que los demás lo siguieran. Había seducido a los políticos que debían tomar las decisiones, desde el Rey a Santiago Carrillo, con su cálido estilo en las distancias cortas; y se había ganado la confianza de la mayoría de los españoles con su manejo de la televisión y con los hechos.

Y entonces llegó el tiempo oscuro. Algunos colegas de partido no le perdonaron el éxito, ni tampoco la oposición socialista, que comprendió que era momento de pasar del consenso al derribo. 1980 fue devastador. A poco de terminar el año dimitió, convencido de que le pedirían que se quedara. Se equivocó. Luego vinieron el intento fallido del CDS, la retirada de la política, y años más tarde, entonces sí, los reconocimientos.

En 1980, en una de aquellas distancias cortas, al salir de una reunión de la UCD, preguntó: «¿por qué no nos querremos más?». Había dado con una de las claves de la política española, fundamental para entender su trayectoria.

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