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¿Qué ha pasado hoy, 17 de abril, en Extremadura?
John Rendall y Anthony ‘Ace’ Bourke, junto a ‘Christian’. / R.C.
Historia de un abrazo
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Historia de un abrazo

Dos australianos compraron en los almacenes Harrods un león y lo criaron en Londres. Lo mandaron a Kenia y fueron a visitarlo cuando ya era salvaje. El reencuentro es el símbolo de la amistad entre el hombre y la bestia

FRANCISCO APAOLAZA

Sábado, 15 de junio 2013, 11:55

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Se cree que un ser humano necesita al menos 1.500 abrazos al año para sobrevivir, pero hay algunos que sirven para una vida entera. A John Rendall y a Anthony Ace Bourke le dio uno de estos un león de 200 kilos en un cerro de piedras de la reserva de Kora, en Kenia. Los dos amigos lo habían criado en Londres y consiguieron que volviera a la vida salvaje. Pensaron que, pasado el tiempo, cuando se acercaran a él no los reconocería, pero se les tiró encima. A matarlos a lametones. La escena que en su día sirvió para un documental, lleva desde 2002 encogiéndole el corazón a internautas de todo el mundo, como un símbolo de la amistad entre el hombre y la bestia. Se cumplen 40 años desde la última vez que se vieron.

Cuando comenzó esta aventura, en 1969, Londres era una ciudad divertida en la que se podía llevar una camisa de cualquier color sin que nadie te mirara y en la que se podían comprar leones. En Kings Road vivían Rendall y Bourke, dos australianos que pasaban una temporada en la city después de terminar sus estudios. Les pareció divertido acercarse a los exclusivos almacenes Harrods, departamento de animales exóticos, y allí encontraron a Christian, un cachorro metido en una jaula que la víspera se había escapado y había destrozado la sección de alfombras. Decidieron sacarlo de allí en un impulso inconsciente. Pagaron 269 libras por él, unas 50.000 pesetas de la época.

Pesaba entonces 18 kilos, retozaba sobre el sofá, jugaba a dar manotazos a las imágenes que aparecían en la tele, paseaba con ellos por las aceras de Portobello Road, viajaba en el asiento trasero de un descapotable Era simpático y cariñoso. Los tres fueron la sensación de la ciudad. Cuando el león creció, lo mudaron al sótano de la tienda de muebles de una amiga que casualmente se llamaba Sophystocat. De vez en cuando comían en el restaurante La Casserolle y jugaban en la hierba de un cementerio gracias al permiso de un vicario. Obviamente Christian se hizo demasiado grande.

En una ocasión, dos actores de la película Born Free ¬que contaba el regreso a la sabana de la leona Elsa, cayeron en la tienda por casualidad y hablaron a Rendall y Bourke de George Adamson, el responsable de reintroducir a aquella leona de nuevo en Kenia. Integrar a Christian en su hábitat natural era una solución ideal, así que con un año de edad dejó aquel sótano de Londres en 1970 camino de la reserva de Kora, donde les esperaba el naturalista Adamson, conocido como Baba ya Simba, padre de leones.

«Se acercó despacio»

Dos años después, los padres adoptivos de Christian viajaron a Kenia a ver a su amigo. El animal ya tenía un pie en la vida salvaje y era parte de una manada que vivía de forma semiautónoma en la reserva. Nadie sabía qué podía ocurrir. Adamson les avisó de que probablemente no les reconocería. Rendall recordó así el encuentro: «Le llamamos. Se levantó y comenzó a andar muy despacio hacia nosotros. Cuando nos reconoció, vino corriendo y comenzó a abrazarnos, a chuparnos, a ponernos las patas sobre los hombros». Los hombres se echaron a llorar y después, las imágenes recogidas en un documental (The lion at the worlds end, El león en el fin del mundo) y difundidas desde 2002 en la red, humedecieron los ojos de medio mundo.

En 1973, según George Adamson (1974 para otras fuentes), Rendall y Bourke quisieron hacer la última visita para despedirse de su amigo. Boy, el viejo macho de la manada, había atacado y matado al cocinero del campamento y Adamson que fue asesinado 15 años después por unos bandidos somalíes, había tenido que matarlo a tiros. El biólogo les avisó de que probablemente harían el viaje en balde, pues hacía meses que no veía a Christian. Como si el animal hubiera previsto la intención de sus amigos, la víspera de su llegada volvió a acercarse a las casas. Quizás los estuviera esperando. Volvió a reconocerlos y a jugar con ellos... por los viejos tiempos.

Los dos australianos pasaron todo el día y la noche con Christian hasta que el león partió por la llanura a seguir su vida junto a la manada de la que ya era jefe. Después de aquella despedida, Rendall y Bourke volvieron a la ciudad y siguieron con su vida. George Adamson llevó la cuenta de los días que pasó sin ver a Christian. Cuando llegó al 97, dejó de contar.

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