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Un largo camino
FIN a 51 años de terror

Un largo camino

Zapatero intentó desde el primer minuto de su mandato lograr el final de la violencia de ETA y lo consiguió en el tiempo de descuento

RAMÓN GORRIARÁN

Viernes, 21 de octubre 2011, 06:42

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Antes de llegar José Luis Rodríguez Zapatero a la Moncloa ya tenía noticias de los contactos que mantenían los socialistas vascos con los dirigentes de Batasuna, sobre todo los de Jesús Eguiguren con Arnaldo Otegi. El todavía líder de la oposición dio luz verde a los tanteos y ratificó la autorización después de ganar las elecciones del 14 de marzo de 2004. A los pocos días de estar en la Moncloa recibió una carta de la dirección de ETA con la propuesta de abrir un proceso de diálogo. El ya presidente del Gobierno se tiró a la piscina.

Esa fue a grandes trazos la génesis del último proceso de paz que, aunque fuera frustrado por los terroristas, resultó fundamental para entender el anuncio de hoy de la organización terrorista porque creó las condiciones para el abandono definitivo de la violencia. Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba han comentado muchos veces que entre las ruinas del estacionamiento de la T-4 no sólo había dos cadáveres, decenas de coches y toneladas de cascotes sino que estaban sepultadas todas las posibilidades de retomar el diálogo con ETA y su entorno político.

Pero antes de llegar a ese punto de no retorno, el Gobierno, tras el alto el fuego de marzo de 2006, impulsó los contactos, nombró sus representantes, Eguiguren, el exministro Javier Moscoso y el abogado José Manuel Gómez Benítez, que juntos o por separado se reunieron en Oslo, Ginebra y Sttutgart con la dirección de ETA, en primera instancia con 'Josu Ternera' y después con Francisco Javier López Peña, 'Thierry'. Fueron, según explicaría después el presidente del Partido Socialista de Euskadi, encuentros preparatorios, pero preparatorios de la nada porque nunca se entró en harina, es decir ni presos ni exiliados ni armas se pusieron sobre la mesa en ningún momento, todo eran quejas por incumplimientos recíprocos.

En paralelo, delegaciones del PSE, PNV y Batasuna se reunían en Loyola, se supone que para avanzar en los aspectos políticos. Y hubo progresos, pero a la vuelta del verano todo cambió. La izquierda abertzale se encastilló en planeamientos, autodeterminación y territorialidad, inadmisibles para socialistas y nacionalistas. Nada avanzaba y ETA dio un puñetazo en la mesa en forma de centenares de kilos de explosivos en la T-4 de Barajas.

Los escarceos posteriores, inducidos por mediadores internacionales, para que el proceso no naufragara fueron inútiles.

Parecía que la maldición del mito de Sísifo volvía en la primavera de 2007. Pero no, algo había cambiado. A la efectividad policial, multiplicada de forma exponencial, la colaboración internacional, más estrecha que nunca, y la firmeza judicial se unió un ingrediente nuevo. La izquierda abertzale, por primera vez en su historia, marcó el paso a ETA e impuso sus planteamientos políticos a la organización armada. El rechazo a la violencia y la apuesta por las vías políticas se impuso en centenares de asambleas entre 2008 y 2009.

A la debilidad extrema de ETA, fruto de la acción de las fuerzas de seguridad que descabezaron sin descanso la organización, se sumó el resquebrajamiento y alejamiento de la base social. Los postulados de Ekin, los comisarios políticos de los terroristas, fueron barridos en los debates. Todos los intentos de volver a la legalidad sin renunciar a ETA fracasaron y las organizaciones vicarias de Batasuna fueron ilegalizadas una tras otra.

Orfebrería política

Ahí comenzó una operación de orfebrería política. Mientras el Gobierno se mantenía al margen y se centraba en golpear la organización terrorista y desmantelar comandos e infraestructuras, la izquierda abertzale tejía alianzas con fuerzas menores, pero legales, que dieran cobertura a su nuevo proyecto político.

Llegaron la 'declaración de Bruselas', el 'acuerdo de Gernika', la aparición de los mediadores internaciones, el intento fallido de legalizar un partido, Sortu, y el experimento exitoso de concurrir con una coalición, Bildu, a las elecciones municipales, con un éxito rotundo. Era la prueba del nueve que buscaba la izquierda abertzale para exhibir delante de ETA y demostrar que las vías políticas servían al proyecto sin descafeinarlo. Las reivindicaciones independentistas eran las de siempre, el discurso intolerante no había cambiado y la izquierda abertzale se mantenía fiel a las esencias.

La organización terrorista, sin embargo, no acababa de dar el paso. Declaró dos treguas consecutivas, en septiembre de 2010 y enero de este año, pero en absoluto mostraba intenciones de renunciar a las armas. La decisión de Zapatero de adelantar las elecciones colocó la situación en un punto límite. Los ritmos lentos de los terroristas colisionaban con las urgencias de la izquierda abertzale. Pero eran muchas las fuerzas que concurrían en la exigencia de acabar con la violencia y ETA, por fin, cedió.

Necesitaba un escenario en el que camuflar su renuncia a cuatro décadas de violencia. La pista de aterrizaje fue la conferencia internacional de San Sebastián. El PNV se implicó a fondo, los Gobiernos central y vasco dejaron hacer y los socialistas acudieron a una cita en la que los medidadores internacionales asumieron todas las tesis de la izquierda abertzale y ETA.

La organización terrorista constató que estaban las condiciones dadas y puso fin a su trayectoria sangrienta. Ahora se abre un escenario nunca experimentado que tendrá que gestionar el próximo Gobierno. Zapatero logró en el descuento de su mandato, un mes antes de las elecciones, un objetivo que buscó desde el primer minuto.

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