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«La guerra ha terminado»
el final de un tirano

«La guerra ha terminado»

Libia escribe una página de su historia al derrotar a su exlíder, Muamar el Gadafi

ENRIQUE VÁZQUEZ

Jueves, 20 de octubre 2011, 20:28

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En la confusión sobre la suerte final del antiguo dictador libio, se llegó a escribir hacia las 14 h. (de España) que Muammar al-Gadafi estaba capturado y muerto una síntesis imposible porque todo muerto está capturado a ciertos efectos y la cuestión un par de horas después, en la tarde española, cuando se le da por ciertamente muerto, no es el hecho biológico en sí, de gran interés social y popular pero irrelevante a ciertos efectos: con la conquista esta mañana de Sirte y la puesta en fuga de los restos de la fuerza militar oficial, la guerra en Libia ha terminado.

No es injurioso suponer que por razones puramente prácticas, ciertas potencias y buena parte del gran mundo diplomático tenía una preferencia intelectual y política por su muerte. Un Gadafi vivo y en suelo sería juzgado y eventualmente condenado, su proceso sería un recordatorio inconveniente de los viejos y buenos tiempos, ocasionaría una gran controversia internacional sobre la pena de muerte, pondría, en fin, en situación embarazosa a lo que se llamaba hace algunos años las cancillerías.

Un Gadafi muerto, sobre todo si ha muerto en combate y/o en compañía de alguno de sus hijos, en cabeza Saif al-Islam, su heredero más visible, podría al menos hacer bueno el célebre adagio italiano según el cual un bel morire tutta una vita onora y suscitaría alguna consideración sobre un valor personal que su gestión interminable, errática y autoritaria no pudo acarrearle nunca. Una prueba es el escasísimo porcentaje de la sociedad libia que corrió a tomar las armas para defenderle. La rebelión social empezada en Bengasi se extendió de modo imparable.

Fin de partida

El destino vital de Gadafi y horas antes la caída de Sirte, su ciudad natal, última ciudad que resistía el avance de la rebelión han seguido en pocos días a la de Bani Walid y el oasis de Sehba, corazón de la tribu de los Gaddafa, equivalen al final de la dimensión militar del conflicto en Libia que se puede dar por comenzado en tanto que guerra abierta con la entrada en acción de los bombarderos franceses el 19 de marzo pasado, apenas 48 horas después de que la ONU emitiera la resolución 1973 autorizando una intervención limitada.

Como era de esperar, el texto obtenido in extremis por la infatigable Susan Rice, embajadora del presidente Obama en la ONU (con rango de miembro del gabinete) pudo añadir unas pocas palabras decisivas, según las cuales la coalición que se formaba estaba autorizada a tomar cualesquiera clase de acciones para asegurar la protección de los civiles.

Y eso, interpretado de un modo que terminó por irritar un poco a rusos y chinos, que la pasaron una vez garantizado que el texto vetaba el envío de fuerzas de tierra y la ocupación del territorio por extranjeros, hacía inevitable la derrota militar de Gadafi. Con todo y pese a cierta lentitud en los avances (Trípoli fue conquistada el 23 de agosto después de que la aviación de la OTAN neutralizara a la fuerza blindada del gobierno, su único medio militar creíble) los rebeldes fueron progresando desde Bengasi, una ciudad tradicionalmente poco afecta al régimen depuesto.

Washington y los demás

Como si supiera algo particular sobre la inminencia de la caída final de Sirte o la suerte final del dictador, el martes se presentó de improviso en Libia la Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, quien aterrizó en Trípoli sin hacerse anunciar por obvias razones de seguridad.

La jefa de la diplomacia americana, además de prometer más ayuda económica, hizo un llamamiento al gobierno interino (donde oficia como primer ministro un hombre, Mahmud Jibril, a quien se dice por muy grato a Washington) para que organice lo antes posible un proceso democrático solvente, a la altura de lo que espera la comunidad internacional. Dijo, pues, lo que Condoleezza Rice, su antecesora en el cargo, en el gobierno Bush, no pudo decirle a Gadafi en 2008, cuando le visitó para premiar la decisión del ahora derrocado líder de abandonar su embrionario programa nuclear y haber medio resuelto el caso Lockerbie (un brutal atentado terrorista) con una política de indemnizaciones.

Washington, en efecto, parecía suficientemente complacido con el giro de Gadafi, hijo de la experiencia, pero no se hacía ilusiones sobre cualquier cambio en la naturaleza del régimen y ni Condoleezza Rice, ni Hillary Clinton, podían imaginar siquiera que tres regímenes autoritarios árabes del norte de Africa, volarían por los aires por la resolución admirable de la gente. Los americanos no han competido en este ámbito por ser los primeros, los más influyentes o los mentores. Y en el caso libio en concreto, han adoptado deliberadamente un perfil bajo y dejado a la Francia de Sarkozy y, en segundo lugar, al Reino Unido, que se apuntara el tanto y fuera el campeón.

Empieza lo difícil

Sea cual sea la suerte de Gadafi, está terminada prácticamente la guerra que a ratos ha sido una guerra civil, aunque poca gente se la ha jugado en defensa del sistema y hoy se extiende un generalizado pronóstico de que ahora empieza lo más difícil: el proceso de normalización política, institucional y económica. Francia y Qatar, primero y segundo país en apostar por la insurgencia y reconocerla, jugarán un papel relevante.

El caso de Qatar, cuyo gobierno es el propietario de Al Yazeera TV, el canal que vende la primavera árabe con gran derroche de medios y en una dirección concreta, merece una mención porque traduce la insistencia del pequeño pero riquísimo país del Golfo en desarrollar una política exterior activa, arriesgada y polivalente poco acorde con su tamaño y solo sostenible por sus medios financieros inacabables.

Un Gadafi vivo y capturado habría sido juzgado en Libia o, tal vez, entregado al Tribunal Penal Internacional en La Haya, como ocurrió con Slobodan Milosevic, una situación engorrosa destinada a prolongarse en el tiempo y a ahondar las diferencias sociales en Libia. Gadafi, como Mubarak en el vecino Egipto, dijo que no abandonaría el país. Y parece haberlo cumplido

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