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El autor de la masacre la tacha de «atroz pero necesaria»
conmoción en noruega

El autor de la masacre la tacha de «atroz pero necesaria»

Un testigo relata la tragedia vivida ayer en la isla noruega de Utoya

IÑAKI CASTRO

Domingo, 24 de julio 2011, 04:46

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El presunto responsable del atentado de Oslo y la posterior la masacre en la isla noruega de Utoya, Anders Breivik, ha confesado que los crímenes fueron "atroces pero necesarios", según ha señalado su abogado, Geir Lippe, en declaraciones recogidas por el canal de televisión noruego TV2.

Lippe ha asegurado que en la mente de Breivik era "cruel llevar a cabo la matanza, pero era necesario". Sin embargo, el abogado ha precisado que Brevik se niega a considerarse culpable pese a haber reconocido estar detras de los tiroteos durante los interrogatorios.

"Es muy difícil para mí hacer un resumen de lo que ha dicho durante el interrogatorio", ha indicado Lippe. El abogado ha escuchado las declaraciones de su defendido durante horas, en las que ha explicado cómo planeo los ataques. "Ha dicho mucho al respecto, pero quiero pensar sobre ello antes de decir nada", ha afirmado Lippe.

Preguntado acerca de los pensamientos de Breivik sobre sus hechos, Lippe ha manifestado que "es difícil decir algo acerca de esto". "Ha explicado la seriedad del asunto, la increíble extensión de heridos y fallecidos. Su reacción ha sido que fue cruel llevar a cabo esos asesinatos, pero que en su mente era necesario", ha agregado el abogado defensor.

Según el letrado, los ataques habían sido planeados durante mucho tiempo por el presunto culpable. "Ha sido planeado desde hace tiempo. El manifiesto es algo sobre lo que también ha trabajado muchos años. En el interrogatorio ha hablado mucho sobre ello y sobre por qué lo publicó", ha dicho en este sentido.

Lippe ha sido nombrado como abogado defensor este mismo sábado a petición expresa de Breivik. En un principio, Lippe solicitó a la Policía que no hiciera público su nombre, pero finalmente se identificó como el abogado defensor del caso en declaraciones al diario noruego 'Dagbladet'. Sobre el trabajo que tiene por delante, el letrado ha manifestado que pensó "cuidadosamente sobre aceptar el caso". "Sin embargo, todo el mundo tiene derecho a un abogado, también en un caso como este, y he decidido aceptar", ha apostillado.

"Debéis morir, debéis morir todos"

«Una persona con una creencia equivale a 150.000 que solo tienen intereses». Este enigmático mensaje, enviado hace una semana desde una cuenta de Twitter, anticipó la espeluznante masacre de Noruega que ha sobrecogido al mundo. Breivik, un joven de 32 años, materializó el viernes los planes que se ocultaban tras su irreconocible amenaza. Primero, reventó con un coche bomba las oficinas del Gobierno en Oslo y, a continuación, inició una cacería de jóvenes en la isla de Utoya. La magnitud de la matanza es increíble: se cuentan al menos 92 muertos.

Noruega intentó conciliar el sueño dándole vueltas a la idea de cómo el terrorismo yihadista había llegado hasta su paradisíaco territorio. Hoy, sin embargo, se ha despertado con la noticia de que no había ningún enemigo exterior. Según la Policía, Breivik, un granjero local con estudios universitarios, es el responsable de la demencial barbarie. Él habría llevado a cabo los dos ataques y la Policía casi ha descartado que contara con algún cómplice tanto para colocar el coche bomba como en el tiroteo en la isla.

La siguiente interrogante que atormenta al país es el porqué. Algunos medios noruegos indicaban hoy que el pistolero, que fue detenido en Utoya sin oponer resistencia, está cooperando en los interrogatorios y ha reconocido que disparó armas de fuego en la isla. De momento, la principal hipótesis que ha emergido son sus vínculos ultraderechistas. Breivik no escondía su ideología y en Internet participaba asiduamente en foros políticos. Islamófobo declarado, el joven se define en su perfil de Facebook como profundamente cristiano y conservador. Además, ya se sabe que el mensaje que tuiteó es en realidad una cita del pensador británico del siglo XIX John Stuart Mill.

El relato de los macabros ataques todavía tiene importantes puntos oscuros, pero arranca el viernes a las 3.30 de la tarde. En ese momento, un potente coche bomba estalló en el distrito gubernamental de Oslo. La explosión destrozó varios edificios y llegó a afectar a la oficina del primer ministro, el laborista Jens Stoltenberg. Siete personas, la mayoría funcionarios, perdieron la vida en un zarpazo que parecía llevar el sello islamista. Algunos analistas evocaron rápidamente la posibilidad de que los yihadistas buscaran un blanco fácil: un país muy tranquilo de 4,8 millones de habitantes y con medidas de seguridad menos sofisticadas.

Apenas dos horas después, llegaron las primeras informaciones de un segundo ataque. Esta vez, se trataba de un tiroteo en la isla de Utoya, situada en lago Tyrifjorden a 40 kilómetros de Oslo. Allí, se desarrollaba un campamento de verano de las juventudes del Partido Laborista. Más de 500 asistentes de entre 15 y 22 años participaban en unas jornadas que combinaban discusión política, deporte y actividades lúdicas. Las dos masacres se asociaron de inmediato, pero nadie sospechaba que detrás podría estar la misma mano.

Reunidos en un edificio

Breivik había calculado bien la confusión y la alarma que provocaría el atentado en Oslo. Todavía no está claro si detonó personalmente el coche bomba o empleó un temporizador, pero aprovechando su impacto se presentó poco después en la isla. El agresor, vestido con un uniforme negro de policía, tomó una embarcación para llegar hasta Utoya. Según varios supervivientes, muchos jóvenes se habían reunido en el edificio principal del complejo para informarse de lo sucedido en Oslo. Al parecer, se encontraban en una gran sala cuando el pistolero entró con total tranquilidad.

El nerviosismo entre los jóvenes era patente teniendo en cuenta que en un principio se pensó que el primer ministro podía estar en su oficina cuando estalló la bomba. Breivik pidió intervenir para ofrecerles la información de última hora y realizar algunos chequeos de seguridad. A partir de ahí, el infierno se adueñó de la isla. El pistolero empezó a disparar de forma indiscriminada y alcanzó de lleno a muchos jóvenes que se encontraban a escasa distancia. Según Reuters, contaba con un arma automática, un rifle y una pistola. Incluso llevaba puestos tapones en los oídos para mitigar el ruido de los disparos.

"¡Quién demonios es ese payaso!», espetaron algunos jóvenes que se encontraban en otros puntos de la isla al escuchar el tiroteo. "Solo podíamos pensar que era una broma después de los sucedido en Oslo", escribió en su blog Khamshajiny Gunaratnam, una de las supervivientes. Segundos después, comprendió que la tragedia no solo se había cebado con la capital. Decenas de jóvenes corrían despavoridos mientras Breivik disparaba sin piedad. La mayoría de ellos pensaron que lo más seguro sería lanzarse al agua e intentar nadar hasta la orilla del lago, situada a alrededor de un kilómetro.

Quinientos metros

Muchos jóvenes tuvieron tiempo para desvestirse antes de sumergirse, pero otros lo hicieron con la ropa puesta. «Acercaos, tengo información importante. Acercaos, no hay nada que temer», gritaba el pistolero en su recorrido por la isla. La matanza alcanzó una dimensión desconocida en Europa desde los atentados del 11-M en Madrid por el reducido tamaño de Utoya. De apenas quinientos metros de largo, el terreno se convirtió en una ratonera. Breivik, que de acuerdo a los medios noruegos fue tirador en un club local, persiguió de forma metódica a sus víctimas. En algunas imágenes, se le ve hasta registrando posibles escondites en la orilla.

La cacería de Utoya se prolongó durante más de una hora. «Debéis morir, debéis morir todos», clamó Breivik en su enloquecida de búsqueda de más sangre. La Policía no lo ha confirmado, pero algunos testigos aseguran que remató sistemáticamente a varios jóvenes en el suelo para asegurarse de que no seguían vivos. Algunos campistas también perdieron la vida ahogados al intentar alejarse de la isla. Finalmente, el tirador fue detenido después de que varias unidades de elite llegaran a la isla en lancha y helicóptero.

Los noruegos intentaban comprender hoy las razones de la tragedia, pero empezaban a escucharse críticas por la tardía intervención de la Policía. En total, 85 personas murieron en Utoya, la tradicional cantera del Partido Laborista. Las fuerzas de seguridad seguían inspeccionado la isla en busca de nuevos cuerpos y se debatía el envío de un minisubmarino para colaborar en las tareas. También reconocieron que aún hay cadáveres en los edificios gubernamentales de Oslo atacados, que no han podido ser recuperados por el riesgo de que haya más «explosivos sin detonar» en el interior. «Lo ocurrido está más allá de la comprensión. Es una verdadera pesadilla», ha lamentado el primer ministro de un país con el alma desgarrada.

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