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J. López-Lago
Domingo, 22 de octubre 2017, 00:26
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A mediados de los noventa un niño se cayó en una mina de plomo que había sido cerrada en Berlanga. El suceso alertó sobre el peligro de estas explotaciones abandonadas de Extremadura, donde hay que recordar que no solo hay agricultura y ganadería.
El niño murió, y aquella tragedia dio pie al cierre y vallado de decenas de instalaciones mineras. Mientras se realizaba el plan de seguridad en la mina de La Jayona, en el término municipal de Fuente del Arco, al sur de Badajoz, alguien detectó que ahí todavía había futuro. Como mina de hierro no, pero como un lugar singular que merecería la pena visitar sí tendría posibilidades. Se trata de una montaña que se fue excavando desde arriba y el resultado fue la creación de enormes agujeros a varios niveles conectados por túneles y pasarelas. Desmantelada como instalación minera, la naturaleza empezó a actuar y su atractivo se multiplicó.
Nadie apostaría a que escarbando en este punto de Sierra Morena surgiera un microclima donde la temperatura fuera constante todo el año, de entre 8 y 18 grados cuando en el exterior oscila entre los 5 bajo cero y los 40 grados. En estas condiciones surgió un ecosistema que es como un paréntesis de la naturaleza en pleno monte mediterráneo, donde abundan la jara, la retama y la encina.
En la antigua mina de La Jayona el clima es diferente y al adentrarse en algunas de sus galerías, pozos y túneles aparecen helechos, musgos, plantas trepadoras y hasta una colonia de orquídeas para asombro de botánicos.
Especies de aves hay más de 80; también hay una variedad insólita de anfibios y reptiles, pero su habitante más característico es un mamífero, el murciélago, que forma parte del logotipo de La Jayona.
Hay hasta cuatro especies en su interior: de herradura grande, mediana, de cueva y ratonero. Al final, todo este conjunto hizo posible que esta antigua mina a cielo abierto abandonada sea en la actualidad uno de los cuatro monumentos naturales que tiene Extremadura. Los otros tres son Los Barruecos, las Cueva de Castañar y las Cuevas de Fuentes de León.
La Jayona ha cumplido veinte años el pasado 30 de septiembre desde esta declaración publicada en el Diario Oficial de Extremadura en 1997. Solo unas semanas antes era un lugar de esparcimiento de los jóvenes del pueblo, que acampaban en sus recovecos, el típico lugar secreto y misterioso que tanta atracción despertaba entre los vecinos.
Al final, ante la insistencia del Ayuntamiento de Fuente del Arco, la Junta de Extremadura con el entonces consejero de Medio Ambiente Eduardo Alvarado a la cabeza, apostó por este enclave natural y lo acondicionó para que pudiera ser visitado y admirado.
Desde 1997 ha recibido casi dos millones de euros de inversión, de los que 1,2 millones han sido para obras y equipamiento, 738. 461 para contratación de personal y 7.502 euros para publicidad. Tiene tres empleados, dos que pone la Junta a través de Gpex y otro que paga el Ayuntamiento. El año pasado su estadística tocó techo al superar las 17.000 visitas y en este 2017 todo apunta a que se superará este récord.
Pero el verdadero motivo para festejar el vigésimo cumpleaños es que coincidiendo con este aniversario ha reabierto el nivel 2, de un kilómetro de largo, rematado en una gran bóveda de roca y probablemente el más espectacular de todos.
Fue clausurado en 2010 tras un desprendimiento provocado por un invierno inusual en el que llovió el doble de lo normal y hasta nevó. «Todas las mañanas mi compañero antes de las visitas hace un recorrido para comprobar que nada se ha movido y la zona es segura pues cada vez que hay un desprendimiento el terreno avisa antes. Este coincidió con unas nevadas que aquí son inusuales, así que fue cortada la carretera y ese día la mina cerró porque no se podía acceder. Cuando volvimos nos encontramos con el derrumbe. Había sido impresionante», recuerda María Eugenia Cabezas Castillo, una de las dos guías que tiene el lugar.
En total, la mina está dividida en 11 niveles, pero solo cuatro están acondicionados para ser visitados: el 2, el 3, el 4 y el 9. Abrirlos todos sería costosísimo y comprometería la seguridad de los itinerarios ya marcados. «En realidad, el resto se aprecia desde los anteriores y se considera que es suficiente para hacerse una idea de la mina sin necesidad de intervenir en lo que ahora es un valioso espacio natural», explica la guía.
En la actualidad solo están abiertos al público el 2 y el 4. El 3 se encuentra en obras porque falta colocar una barandilla apropiada, y en el 4 ha anidado una pareja de búhos reales que conviene no molestar.
Sin embargo, las vistas que hay desde el 2 y el 4 son suficientes para rememorar el pasado minero de la zona, obtener unas nociones básicas de geología, observar un curioso movimiento de falla en su interior y darse cuenta de lo que es capaz de crear la mano del hombre en el interior de una montaña. Pero sobre todo de comprobar lo que la naturaleza ha regenerado de modo asombroso, creando un hábitat que maravilla a quienes visitan un mina que cerró en 1921, cuando decayó la demanda de metal por la industria bélica.
Ahora, en el otoño de 2017, con la reapertura seis años después de su nivel 2 y su curiosa sala de columnas, hechas todas a brazo por los mineros y su pico, la Mina de la Jayona ha vuelto a recuperar su máxima espectacularidad. Según María Eugenia, ya se está notando en las reservas de visitas, que siempre han de hacerse de modo anticipado vía telefónica (667 75 66 00) para no hacer el viaje en balde.
Gracias a que se financia con subvenciones europeas, el acceso es gratuito, de grupos de cincuenta y cinco personas como máximo para un recorrido apto para niños y que dura algo menos de una hora. Empiezan a las 10 y a las 12 horas y todo el itinerario es accesible.
Cualquiera de las dos guías hace de la visita una experiencia deliciosa, tanto por sus conocimientos como por la forma tan didáctica de transmitirlos. Se nota que, como vecinas de Fuente del Arco, tienen una vinculación especial con la mina, la cual conocen desde mucho antes de que se convirtiera en uno de los máximos atractivos turísticos de la región. «Este era el típico lugar donde los padres no te dejaban ir y por eso todos íbamos porque el sitio es espectacular», dice María Eugenia Cabezas, a la que se le nota que es una apasionada de su trabajo.
Como datos generales conviene apuntar que en este enclave de Sierra Morena ya hay indicios de extracción de hierro que se remontan a la época romana.
Sin embargo, su corta pero intensa actividad se registró entre 1900 y 1921. En aquel periodo se montó hasta un teleférico para transportar el mineral entre la sierra y la estación de ferrocarril de Fuente del Arco, desde donde salía la producción hacia la localidad cordobesa de Peñarroya, mucho más industrializada y también en manos de la multinacional Sociedad Minera Metalúrgica. Allí se fundía con plomo hasta que dejó de interesar como negocio y cerró.
Hubo intentos por reactivarla años después, pero fracasaron en 1936 por culpa de la Guerra Civil y en la década de los años cincuenta por el aumento de los costes de transporte.
Cuando uno está en su interior hace falta recordar que la mina de La Jayona no está bajo tierra sino que es producto de horadar el monte. Otra explicación que suele inquietar a los visitantes es que, salvo en el periodo final, en el que se utilizaron algunos explosivos, prácticamente fue abierta en su totalidad con pico y pala, de lo que se deduce que las condiciones de trabajo fueron penosas, como lo son en general en cualquier mina.
Hasta 400 hombres llegaron a trabajar en los años de máxima actividad, algunos de los cuales aparecen en las escasas fotos que se conservan, ampliadas y expuestas en el centro de interpretación, que ofrece mediante paneles todas las claves de este lugar de manera didáctica.
En cuanto a los restos patrimoniales, se ven edificaciones y viviendas de los mineros, el barracón de los ingenieros, muros de carga, cargaderos, explanadas, depósitos, polvorines, lavaderos y los restos de una chimenea-fogón de conducción de gases de la pequeña fundición existente en la propia mina.
Su historia aún tiene un capítulo pendiente, el de la publicación de un libro que relate con detalle todos sus pormenores. Va a ser posible gracias a un trabajo coral de investigación y a la edición que ya prepara la Junta de Extremadura, que pretende presentar este volumen antes de que acabe este año y recopilar así toda la información acerca de uno de los lugares más curiosos de Extremadura.
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