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«El de la izquierda del gigante no es el rey Alfonso XII», asegura el historiador, en contra de lo que aseveran otras versiones. ::
La otra historia del gigante extremeño

La otra historia del gigante extremeño

Un doctor en Historia de la Complutense asegura que buena parte del relato sobre la vida de Agustín Luengo es falso

ANTONIO ARMERO

Martes, 18 de octubre 2016, 00:19

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El gigante extremeño no trabajó como atracción de circo ni llevó en Madrid una vida marcada por el vicio ni su madre firmó un contrato con el doctor Pedro González de Velasco (el fundador del Museo Etnológico de Madrid, embrión del actual Museo Antropológico Nacional, también en la capital) a cambio de entregarle el cadáver de su hijo, ese hombre de dos metros y treinta centímetros que murió a los 26 años. Todos estos pasajes de la vida de Agustín Luengo Capilla (Puebla de Alcocer, 1849-1875) son mentira. Son falsos, una pura invención, producto de la fantasía, «de las habladurías y los intereses de algunos». Esta es la tesis que defiende Luis Ángel Sánchez Gómez, doctor en Historia y profesor titular de la Universidad Complutense de Madrid. «Lo que realmente sabemos de Agustín resume es ciertamente muy poco, pero basta para negar con rotundidad todas esas fábulas».

El profesor ha expuesto sus certezas en los últimos años en varias publicaciones, entre ellas Anales del Museo Nacional de Antropología editada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, en una separata titulada El Museo Antropológico del doctor Velasco (anatomía de una obsesión). Las conclusiones que desgrana en ese y otros textos están basadas en el análisis de distintas fuentes, entre ellas varias revistas ilustradas de los años veinte y treinta, documentos del Palacio Real o los textos firmados tanto por el doctor Velasco como por su principal colaborador, Ángel Pulido. «Apenas sabemos nada de la biografía del gigante extremeño argumenta el historiador, y sin embargo, todos los que hablan o escriben sobre el personaje repiten unas informaciones que no se sabe de dónde proceden y que nadie se ha molestado en contrastar».

Entre las afirmaciones que él asegura no tienen fundamento están varias de las que aparecen en la web del museo que el gigante extremeño tiene en la casa de cultura de su pueblo. «De su infancia se sabe que fue un niño enfermizo y que a la edad de doce años se puso a trabajar en un circo como atracción, exhibiendo sus grandes manos de cuarenta centímetros de largo, capaces de ocultar un pan de un kilo», se puede leer en la web (agustinluengocapilla.com) del museo que Puebla de Alcocer (1.240 habitantes) le ha dedicado a su ilustre vecino. «Fue tal su fama continúa que quiso conocerle en persona su Majestad el Rey Alfonso XII, quien lo recibió en audiencia el 3 de octubre de 1875, regalándole un par de botas, conservadas actualmente en el Museo del Gigante Extremeño de Puebla de Alcocer, equivalente al número 52».

A Madrid, a ver al médico

Según el profesor de la Universidad Complutense, «no hay ni una sola evidencia, en ningún sitio, que permita afirmar que trabajó en el circo». Él explica que el doctor Velasco dejó escrito que el desmesurado crecimiento empezó a notarse a partir de los catorce años, y que la acromegalia que padecía le generó problemas de salud, entre ellos pérdida de visión y dolores. De hecho, añade, fueron estos padecimientos los que llevaron a madre e hijo a viajar hasta Madrid antes pasaron por Andalucía y por los baños de Fuensanta, en Ciudad Real en busca de un remedio.

En cuanto al recibimiento por parte de Alfonso XIII, asegura que no figura en los listados de Palacio Real, pero que sí debió producirse, pues lo recoge la prensa de la época, entre ellas la revista La Correspondencia, fuente que también cita la web del museo habilitado en el municipio pacense.

En su argumentación publicada en Anales del Museo Nacional de Antropología, Sánchez Gómez incluye también párrafos extraídos de otras publicaciones del momento, entre ellas La época, El pabellón médico, El Globo, El Anfiteatro, Por esos mundos o Diario oficial de avisos de Madrid. El hecho de que se haya extendido un relato falso sobre la vida de Agustín Luengo tiene, en su opinión, un origen: «Las informaciones puramente fantasiosas publicadas en la prensa madrileña durante las décadas de 1920 y 1930», precisa el profesor de la Complutense. El interés por la figura del gigante extremeño «se adormece continúa durante medio siglo, para recuperarse con bríos renovados a partir de 1992, cuando su vaciado en yeso y su esqueleto vuelven a ser expuestos al público en la colección permanente del Museo Nacional de Antropología».

Allí siguen en la actualidad. De hecho, esas piezas fueron la base utilizada para escanear la talla y digitalizarla, un proyecto gestionado por el ayuntamiento de Puebla de Alcocer, principal impulsor del museo ubicado en la Casa de la Cultura municipal. En ella es posible ver «los grandes carteles (de casi cuatro metros ) que servían de soporte publicitario al circo donde pasó parte de su vida el gigante extremeño, una réplica del bastón que utilizó Agustín en vida y contemplar el par de botines que le regaló el rey Alfonso XII, además de numerosos objetos y noticias relacionadas con la vida del gigante».

Según Luis Ángel Sánchez Gómez, no hay constancia alguna de que esas botas se las regalara el Rey, y los carteles son una recreación. Más aún: él asegura que la figura masculina que aparece a la izquierda de Agustín Luengo, en la única foto que existe de él en vida, no es el Rey, tal como se asegura. «A cualquiera que sepa algo de historia y de iconografía expone el profesor universitario le bastará con ver la fotografía para tener clarísimo que no es Alfonso XII, que tenía una cara muy particular, muy reconocible».

Esta versión de la historia del gigante extremeño se la hizo llegar el doctor en Historia a los responsables del museo de Puebla de Alcocer hace más de un año, asegura él. Igualmente, se la trasladó hace tiempo a los responsables del Museo Nacional de Antropología. «En un intento por respetar los hechos», aclara Sánchez Gómez, para quien «la historia real es muy interesante, pero menos morbosa». «Lo poco que sabemos concluye basta y sobra para que de una vez por todas se dejen a un lado las fabulaciones, unas absurdas y otras denigrantes, que aún hoy siguen tergiversando una realidad marcada por el sufrimiento y el coraje compartido por una madre y su hijo enfermo».

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