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El agente-guía Juan Carlos Gutiérrez 'premia' a Llimi durante un entrenamiento en el exterior de la jefatura de la Policía Local. :: david palma
La pareja antidroga más eficiente

La pareja antidroga más eficiente

El agente-guía Juan Carlos Gutiérrez explica el día a día de su trabajo con Llimi, un pastor belga que destaca por su intensidad e inteligencia

CLAUDIO MATEOS

Domingo, 1 de marzo 2015, 08:15

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La entrada en servicio de la unidad canina de la Policía Local de Plasencia, compuesta por el perro Llimi y su agente-guía, Juan Carlos Gutiérrez, está influyendo decisivamente en la relación que los más jóvenes mantienen con la droga. En apenas dos años el trapicheo y el consumo han desaparecido prácticamente del entorno de los institutos de secundaria, lo cual era el principal objetivo cuando se decidió la compra del perro, y los consumidores cada vez lo tienen más difícil en los espacios urbanos porque la unidad canina ha comenzado a actuar también en los parques y otras zonas de esparcimiento.

La eficacia de Llimi en la detección de sustancias estupefacientes está de sobra demostrada, y de ella da cuenta de forma periódica la Policía Local en los informes de intervención. Pero el trabajo del perro, por muy bueno que sea, no sería posible sin la implicación de Juan Carlos Gutiérrez, que se ha involucrado en la unidad canina hasta el punto de convertirla en un punto central de su vida. En realidad no se puede hacer de otra manera. Este tipo de perros tan especializados necesitan tener confianza plena en su guía y obedecer ciegamente sus instrucciones, y para eso es imprescindible que se establezca entre ambos un vínculo que sólo se consigue con una dedicación total.

Voluntario

Antes de la llegada de Llimi, Juan Carlos Gutiérrez era un agente que llevaba desde 1990 en la Policía Local placentina, adscrito desde hacía dos décadas a la sección de atestados, un trabajo más bien monótono. Cuando, a propuesta del oficial de barrios y con el visto bueno del equipo municipal de gobierno, el cuerpo decidió adquirir un perro adiestrado en la detección de drogas, él se presentó voluntario para convertirse en agente-guía.

A principios de 2012, aconsejados por un experto guardia civil del aeropuerto de Málaga, le compraron el animal al reputado criador y adiestrador Dani Moreno. Escogieron un pastor belga de 10 meses llamado Llimi, con algo de adiestramiento en obediencia y búsqueda, que recibió el visto bueno de la Unidad Cinológica de la Guardia Civil. «Hubo que pagar algo más que por otros perros porque el Ayuntamiento quería asegurarse de que era válido y no nos lo iban echar luego para atrás en mitad del curso», recuerda Juan Carlos Gutiérrez.

En efecto, el perro y el agente pasaron los seis meses siguientes en la Academia de Seguridad Pública de Extremadura, donde se especializaron en la detección de estupefacientes, y donde Llimi enseguida empezó a destacar. «Desde el principio se vio que estaba muy por encima de otros perros, y al acabar el adiestramiento se puede decir que estaba casi al mismo nivel que los que más experiencia que tenían allí», apunta Juan Carlos Gutiérrez.

Y era eso, experiencia, lo único que le faltaba a la unidad canina de Plasencia para empezar a operar con efectividad. Tuvieron que adquirirla solos. «Es como cuando te sacas el carné de conducir y luego tienes que coger el coche y empiezas a circular por ahí con la L», compara el agente. «Al principio cometíamos algunos fallos, tanto él como yo, pero luego cada vez se ha ido afinando más y ahora es impresionante el grado de precisión que tiene en la detección de sustancias».

En cuanto se vio que hombre y perro estaban preparados, la unidad canina inició su actividad en las calles. Primero fue en los alrededores de los institutos, donde el objetivo era acabar con el menudeo y el consumo en público, que según el agente-guía «ya era a veces muy descarado, delante de los niños de 12 o 13 años, con muchas denuncias de los directores de los centros». Las primeras veces el perro fue casi una atracción. «Nos veían llegar y se reían, les llamaba la atención el perro policía como una curiosidad», relata Gutiérrez.

Pero pronto dejó de ser una broma, y Llimi se reveló como una herramienta tremendamente precisa en la detección de sustancias, por muy pequeñas que fueran las cantidades y muy escondidas que estuvieran. El resultado: un cambio de los hábitos y de los lugares de consumo. «Ahora ven llegar al perro y les cambia la cara, enseguida tiran lo que lleven encima, pero ni eso les sirve porque el perro también lo encuentra en el suelo», apunta el intendente jefe, Enrique Cenalmor. «Por eso muchos lo que hacen es tener la droga escondida por la calle y cogerla solo cuando van a consumir, y así si el perro la detecta se quedan sin ella, pero al menos nos les cae la una sanción administrativa, que es de 300 euros».

La actividad de la unidad canina se ha expandido durante el último año. Además de seguir acudiendo a los institutos y los parques, ahora realizan controles en transporte público, en concreto revisando autobuses de línea que pasan por Plasencia. También acuden a los controles de drogas a conductores, y de vez en cuando son requeridos por la Policía Nacional y la Guardia Civil para registros en domicilios. «Es una herramienta que debería ser obligatoria en todos los cuerpos y fuerzas de seguridad», señala Cenalmor.

Compromiso

Pero no es fácil. Mantener una unidad canina requiere de un compromiso especial como el que ha asumido Juan Carlos Gutiérrez, quien, esté o no de servicio, acude a la jefatura todos los días cuatro veces para alimentar y sacar de la perrera a Llimi. Si se va de Plasencia, lo deja al cuidado de su hermano, que también es policía local, o de su cuñado, con los que el perro también tiene confianza.

Todo este trabajo extra es voluntario y no está remunerado, aunque Juan Carlos Gutiérrez asegura que le compensa. «Yo estoy encantado, trabajar con el perro me da muchas satisfacciones y no me arrepiento para nada de la decisión que tomé», señala el agente. De hecho, hace unos meses se compró por su cuenta otro perro, también un pastor belga, para adiestrarlo él mismo en la detección de drogas, cosa que ya ha hecho. «Se llama Hurko y tiene unas cualidades distintas a las de Llimi, pero también es muy buen perro y estoy decidiendo ahora el destino que le damos». Ofertas no le faltan, e incluso desde una unidad del ejército han contactado ya con él para que se lo ceda, aunque seguramente tendrán que buscarse otro ajemplar. «La familia no me lo permitiría», bromea. «Ya es uno más».

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