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Víctimas idiopáticas

Casi un siglo después aún hay gente que quiere explotar el cuento, vivir de él y rentabilizar políticamente su condición de víctima aunque hayan nacido en los noventa –recuerden, un cuarto de siglo después de que se instaurara la democracia–. Y lo asombroso es que esto no es anécdota, es objeto hasta de leyes

felipe sánchez gahete

Miércoles, 28 de marzo 2018, 00:27

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Marian Beitilarrangoitia, look filoetarra tan caro a la Anna Gabriel prehelvética, de Bildu, nacida en el 68, aquella que pedía que aplaudiéramos a los etarras de la T-4 –brillante y ejemplar currículum vítae–, ha intentado, en unión de Unidos Podemos, En Común Podem, En Marea, EAJ-PNV, Compromís, ERC, PDeCat y Nueva Canarias, modificar la Ley de Amnistía para «abrir la vía para juzgar los crímenes franquistas» y «acabar con la impunidad de más de 40 años». El PP, el PSOE y Ciudadanos, por una vez de acuerdo, lo han rechazado.

Y vuelta la burra al trigo. Y no se acaban de enterar, o lo saben muy bien, que la tortilla actual se hizo con huevos de los dos bandos, que los huevos aceptaron voluntariamente cascarse para batirse bien mezclados y hacerse tortilla. Que, con seguridad, casi todos ellos son productos de aquellos huevos mezclados, pero les interesa obviarlo. ¿Dejarán alguna vez la tortilla en paz? ¡Oh afán inquisidor! La España casposa de pureza de sangre, cristianos viejos y marranos, judíos y moros, rojos y azules. Así nos va.

Le pese a quien le pese, que le pesa a quien no debiera, la guerra civil del 36 la ganó Franco. Después –recuerden, ha pasado casi un siglo– la vida siguió, obstinadamente, y la gente, ganadores, perdedores y medio pensionistas, esa tercera España que lo único que quiere es que la dejen vivir en paz y buscarse las habichuelas con su esfuerzo, sin esperar mamandurrias y sin que nadie la utilice, convivieron y, como no podía ser menos, se mezclaron y los hijos de unos se unieron a los hijos de los otros, y miraron hacia delante sin reproches.

Y se murió Franco, y escribo Franco, ni dictador ni caudillo –recuerden, ha pasado medio siglo–, un general que tras una sublevación a la que se sumó, y escribo sublevación, no escribo «cuando estalló el glorioso movimiento» ni lo contrario, ganó la guerra y tuvo mando en plaza cuarenta años. Murió en la cama y, mal que le pese a muchos, con la aquiescencia de la mayoría.

Casi un siglo después aún hay gente que quiere explotar el cuento, vivir de él y rentabilizar políticamente su condición de víctima aunque hayan nacido en los noventa –recuerden, un cuarto de siglo después de que se instaurara la democracia–. Y lo asombroso es que esto no es anécdota, es objeto hasta de leyes.

Estaría dispuesto a apostar y ganaría: si a la inmensa mayoría de estas falsas víctimas las pusiéramos, como a cualquier opositor –recuerden, dícese del que oposita– con un papel, lápiz y una batería de test tipo MIR –podríamos llamarlos VADP, vividores a cuenta del pasado– en el que les preguntaran por fechas, personajes o hechos del franquismo, suspenderían.

El respeto y la consideración que merecen y han debido merecer siempre, antes y ahora, las verdaderas víctimas de aquella desgracia no es óbice para que escriba lo anterior, es que estoy hasta las narices de las otras, de las falsas víctimas y de los que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, se autoproclaman sus defensores.

En medicina hay un término que, como tantos, nos retrotrae al griego, por eso los diletantes que escribimos, para compensar nuestro déficit en clásicas y en etimología, hacemos uso del Corominas, es el término ‘idiopático’. En el María Moliner se dice que debemos aplicarlo a la enfermedad o los síntomas de causa desconocida, entre nosotros, el cajón de sastre en el que metemos aquellas enfermedades o síntomas de los que no tenemos ni puñetera idea, pero quedamos mucho mejor y, de paso, logramos un efecto placebo, si le decimos al enfermo que sus flatulencias, su dispepsia, son de origen idiopático y, al mismo tiempo, evitamos decirle con brusquedad que está gordo, que pierda kilos. Bromas aparte, no es que queramos abusar de esoterismos es que hay cosas que aún están por descubrir, por eso muchas veces sólo podemos saber y decírselo así al paciente, lo que le hemos descartado, lo que sabemos que no tiene, no lo que tiene.

Con Marian Beitialarrangoitia y sus adláteres me pasa como con las enfermedades idiopáticas de los pacientes, no sé qué les pasa, pero sé lo que no tienen, razón.

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