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Víctimas

La conmoción por la matanza en un instituto de Florida no puede quedar eclipsada por la azarosa vida de su autor

Viernes, 16 de febrero 2018, 00:25

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La muerte a tiros de diecisiete personas, la mayoría jóvenes, en una escuela de Florida por parte de un estudiante que había sido expulsado del centro ha conmocionado de nuevo a los estadounidenses y al resto del mundo. El duelo por las víctimas se vuelve especialmente difícil cuando sus historias se ven truncadas por un acto tan irracional, cometido por un joven de 19 años, que disparó indiscriminadamente a quienes trataban de zafarse de un incendio cuya alarma activó el propio Nikolas Cruz. La necesidad primaria de los deudos de concebir lo ocurrido como una fatal casualidad no siempre ayuda a asimilar la pérdida del ser querido. También por eso es importante que el perfil del autor de la matanza en ningún caso adquiera más relevancia que la vida que atesoraban sus víctimas y los sueños que albergaban. No es algo que concierna únicamente a los norteamericanos en estos momentos de desgarro. Atañe a todo el mundo informado, por cuanto el atroz encuentro entre los victimarios y las víctimas pone a prueba la conciencia humana. La muerte heroica del entrenador Aaron Feis, tratando de salvar con su corpachón a los alumnos, debe adquirir más notoriedad que la compasión que pudiera suscitar la difícil peripecia de Nikolas Cruz desde que nació. El homicida ha sido descrito como alguien que no conoció a sus progenitores, vio cómo se morían sus padres adoptivos y cuyo expediente escolar culminó con su expulsión del instituto al que regresó a matar a sus congéneres siguiendo un plan obsesivo como el que, al parecer, le había llevado a disparar contra animales. Su perfil –incluida la impropia revelación de episodios de depresión que habrían requerido tratamiento clínico– exige un abordaje más reflexivo que el dispensado por Donald Trump. El presidente estadounidense se mostró ayer mucho más preocupado por el control sobre las personas con problemas de salud mental que por el control sobre la posesión y utilización de armas. Su llamada a vigilar los desequilibrios psíquicos o psicológicos como potencial amenaza para la comunidad resulta más que inquietante y merece el más rotundo de los rechazos. La inmensa mayoría de quienes padecen alguna patología psíquica no generan más problema que el desconcierto que suscitan entre quienes no acaban de entender su situación.

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