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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?

Unidos ante la barbarie

La presencia inquietante del enemigo común, que busca cercenar libertades y destruir la convivencia, ha de ser combatido al unísino

Viernes, 18 de agosto 2017, 23:18

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El terrorismo no actúa conforme a pautas lógicas, pero sí debe guiarse por intuiciones más o menos fundadas que le incitan a actuar precisamente en unos lugares determinados. Y no cabe duda de que Barcelona es una ciudad de moda, objetivo de la curiosidad de grandes flujos turísticos, sumida además en una conflictividad compleja por la difícil digestión del éxito y por la propia dinámica de la política catalana. En esta tesitura, el gran zarpazo de los fanáticos del Daesh había de encontrar gran repercusión mediática, que es lo que buscan los asesinos. Y al propio tiempo, sin quererlo, ha facilitado la introspección de los propios catalanes, porque las víctimas más o menos cercanas siempre abren numerosos interrogantes que reclaman respuestas. Desde los atentados de Madrid en 2004, todos sabíamos que, por cuidadosa que sea la seguridad pública, los occidentales estamos bajo el punto de mira de un terrorismo integrista que está perdiendo la guerra en el campo de batalla y que por ello mismo necesita notoriedad en esta especie de guerrilla urbana en que se mueve como pez en el agua. Pero la embestida de un grupo organizado, y no de un ‘lobo solitario’ como temíamos todos, nos ha sorprendido. Con toda evidencia, los dispositivos preventivos, que sin duda trabajan incansablemente mediante infiltrados y confidentes y a través del escrutinio minucioso de internet, han pasado por alto algunas señales, y ello obligará a recomponer la estrategia de contraterrorismo. De cualquier modo, los atentados han encontrado una repuesta impecable: las fuerzas de seguridad de todas las administraciones –Mossos d’Esquadra, Guardia Civil, Policía Nacional, Policía Municipal, CNI– están perfectamente coordinadas, como las autoridades políticas de las que dependen. La respuesta pública a la vil agresión, que se plasmó ayer en el minuto de silencio en la Plaza de Cataluña presidido por el rey Felipe VI, Mariano Rajoy, Carles Puigdemont y Ada Colau, expresó la preponderancia de la razón y de la voluntad sobre cualquier otra consideración en un momento crítico en que la presencia inquietante del enemigo común, que quiere cercenar las libertades y destruir la convivencia, ha de ser combatido al unísono. Así se ha hecho esta vez, con verosímil naturalidad.

Los atentados terroristas suelen producir el efecto de provocar un baño de realismo. Determinadas causas polémicas se relativizan y pierden ímpetu cuando se constata con hechos el verdadero valor de los elementos en disputa y se comprende la sustancia que hay que preservar a toda costa. En el caso de Cataluña, la gran tragedia, que reclama unidad para proporcionar entre todos la respuesta adecuada, debería al menos suscitar un clima de confianza entre todos los actores, unidos y vinculados por el dolor. La política, que a veces se convierte en frivolidad, debe servir ante todo para resolver los verdaderos problemas de la gente. Y no se entendería que, cuando lo urgente es defender el patrimonio material y moral de los catalanes, nos desviáramos del camino y nos perdiéramos por derroteros marginales. La vulnerabilidad de Barcelona es hoy el asunto del día. Es de suponer que todos los responsables policiales y de inteligencia del Estado están ya evaluando los agujeros por los que han colado estos terroristas. Pero en realidad, la democracia misma es vulnerable por definición, ya que las libertades siempre dejan portillos a los desaprensivos. Y si las cosas son de este modo, lo sensato es que aunemos esfuerzos para edificar y construir futuros pletóricos y pacíficos, en lugar de entretenemos en causas divisivas que engendran confusión y que no responden a la idea magnánima de trabajar por el bien común, sin particularismos.

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